miércoles, 11 de noviembre de 2020

Madre mariposa

Te preferí de entre una serie de chicas. Rubia espectacular, audaces facciones, baja estatura, figura curvilínea, acento extranjero. Desde el momento que apareciste supe que eras la elegida. Entraste al rato para comenzar a entrar en acción. Fuiste siempre muy clara desde el principio, estableciendo las condiciones sexuales para el acto. No hubo ningún problema. Como toda una profesional, comenzaste a limpiar con toallitas húmedas las zonas erógenas de ambos. Medidas de higiene necesarias. Una vez terminado el protocolo, algo de música para encender el ambiente. Bossa Nova puesto de manera muy tenue. La cama era de esas con cortina. Sin pensarlo demasiado, nos vimos imbuidos en una amalgama de tocaciones, miradas coquetas, besos; luego, oscilaciones, penetraciones, vaivenes; y, posteriormente, frenesí, conforme el placer ascendía y alcanzaba su punto orgásmico. Siempre acababas antes, mordiéndote los labios. Lo de uno tardó un poco más, y es algo que últimamente ha ocurrido muy a menudo. 

Antes de que acabara el tiempo, exhaustos a la orilla de la cama, nos dimos el tiempo de conversar. Estabas de espaldas, pensativa con la mano entre el mentón. Me arrimé a tu lado para preguntarte algunas cosas. Decías sentirte agobiada por el encierro del local, y por el hecho de no conocer a nadie por estos lares a excepción de tus compañeras de trabajo. Además contabas algo sobre tu hija en el sur de Chile, y tu objetivo era juntar el dinero necesario para ir a verla. Yo te decía que esa historia era admirable, y que demostraba que chicas como tú son tan estoicas y determinadas como cualquier otra fuera de este rubro, a ratos tan discriminado por su contexto y sus características. “La pega es pega”, decías, con la seguridad de quien no tenía nada que perder, trabajando en esto. Mientras tanto, mirabas fijamente la luz tenue del velador, con la música brasilera no dejando de sonar. 

De repente, me puse a llorar a tu lado, al confesarte que había sufrido un golpe emocional muy fuerte en mi vida hacía poco, y que valoraba mucho que tuvieras esa perspectiva, blindada contra todo prejuicio, concentrada en lo esencial: el amor, el amor a tus hijos y a tu vida. Producto de la emoción, soltaste también algunas lágrimas. Dijiste que ningún cliente antes se había abierto con ella de esa forma, ni tampoco quebrado al confesar este tipo de cosas. En ese momento, mucho mejor que la complicidad hipócrita de un cura, y que el consejo interesado de un psicólogo, era la compañía sincera de una prostituta la que logró curar mi derruido corazón, y aliviantar en algo mi conciencia atormentada. Me ofreciste unas toallitas para las lágrimas, y te levantaste para vestirte porque ya habían tocado a la puerta y se acababa el tiempo. Agradeciste todas aquellas palabras, y te fuiste a refugiar con las otras chicas, tus compañeras, para continuar la jornada, y planear así, de a poquito aquel ansiado reencuentro con tu hija en el Sur, quien sabe por qué motivos, tan alejadas una de la otra. Le avisé al portero que abriera la puerta de salida con el símbolo de la mariposa y salir así de regreso a la intemperie, el símbolo de la mariposa que poetizaba, a su vez, la singularidad de la belleza y la transformación.