domingo, 12 de junio de 2016

7 days


La película 7 days (2010) de Daniel Grou. El número siete tiene todo un simbolismo. Siete fueron los días de la creación del mundo desde el génesis. Siete fueron los pecados capitales. Siete era la edad de la niña que en el filme fue asesinada y violada. Siete son los días en que su padre mantiene prisionero y tortura al responsable. 

Casualmente antes de verla mi padre hablaba sobre un caso paradigmático de pedofilia ocurrido en Chile el año 1993. El hijo del médico Alejandro Zamorano Jones, asesinado y, no contento con eso, violado por Cupertino Andaur. El médico en su tiempo daba severas declaraciones contra la justicia chilena, luego de conocer la decisión del presidente Arturo Frei Ruiz Tagle años más tarde, quien optó por conmutar la pena de muerte por presidio perpetuo, aun conociendo la resolución de la Corte de Apelaciones de Santiago. 

Frei en esa época apelaba a ciertos dudosos valores cristianos para salvaguardar en el fondo su posición política. La demagogia ahí transformada en un dispositivo conservador. El médico fue severo contra Frei, diciendo que después de este fallo él no debía de ser presidente. La justicia imparcial pero a la vez inhumana. Surge la venganza como alternativa ante la indolencia y la ineficiencia del sistema legal. Surge la venganza como decisión individual y unívoca ante una kafkiana justicia, manipulada por el aparato político y la burocracia del momento. 

En la película hay un dialogo clave entre el médico y el jefe de policía. Este último, como representante de la ley, trata de convencer al médico de entregar al homicida a la “justicia”. Trata de que, según su perspectiva, entre en razón. El médico le responde en cambio que nunca había estado tan lúcido. Que si acaso para él era suficiente esa supuesta justicia. Que si acaso era suficiente el hecho de que el asesino de su esposa siga con vida en la cárcel. Si en la soledad de su cama podía seguir viviendo satisfecho con ese cargo de conciencia. 

El jefe de policía sabía que en el fondo el médico tenía razón. Hay un límite en que solo el honor entra en juego. Un honor secreto, irreductible a la irracionalidad, la violencia y la injusticia. El jefe de policía era demasiado cobarde. Tenía la ley a cuestas suyas. El médico, en cambio, nada perdía con la venganza. Sabía lo que pasaría, pero aun de esa forma hizo algo contra el responsable. Hizo algo en el vacío de la ley para recuperar el honor perdido. ¿Era la muerte suficiente para él? Por supuesto que no. Hubiera sido demasiado fácil matar al homicida. Es demasiado fácil matar. Resulta incluso misericordioso. En su lugar, el sufrimiento en vida resulta una especie de karma personal. El médico busca de ese modo devolverle todo el daño físico y moral, dándole al asesino de su propia medicina.

No se aprecia, aunque pareciera, un paralelo a lo que se hace en la saga de Saw. No hay aquí un culto a la sangre por la sangre. Ni tampoco un pretencioso juego macabro de tortura con aleccionamiento moral. Ahí en la película no hay espectacularidad hollywoodense ni tampoco tremendismo dramático, catarsis griega. De hecho, no hay música, grandes diálogos ni elaboradas escenas. Los recursos son reducidos a la mínima expresión, en un minimalismo que sea lo suficiente crudo y realista para retratar la verdad del hecho de muerte. El primer plano de la hija muerta, con las huellas de la brutalidad, junto con el del ciervo muerto cerca de la casa de campo que servía de sitio de tortura. La pérdida de la inocencia, o bien, la crueldad de la naturaleza, representada en dos imágenes.

El padre arroja al ciervo al agua, de forma similar a como entierra a su hija. Se vislumbra el respeto a la muerte. No un respeto católico. No un respeto legal. No hay nada hipócrita y pusilánime en él. Es solo el respeto personal, inclusive natural, del padre que debe cumplir con su obligación interior. Que no se rebajaría a matar de forma gratuita como lo haría el asesino de su hija. Solo le queda la venganza como último recurso. Como el recurso quizás más legítimo frente a un sistema deshumanizado.

Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío. En la película se retrata fielmente ese dicho, mediante la sesión de tortura de siete días, que dura lo que dura la creación del mundo, y lo que dura el tiempo que restaba para el cumpleaños de la hija del médico. La tortura en el fondo, emulando el mito bíblico, era su propia obra. 

Finalmente, cuando llega el último día, el médico se entrega a la policía de manera pacífica. La prensa le pregunta si acaso lo que hizo era lo correcto. Él dijo que no. Luego se le pregunta si acaso estaba arrepentido de lo que hizo. Dice nuevamente que no. El médico estaba consciente de que lo que hacía iba en contra de toda la ley, pero dentro de su conciencia se encontraba satisfecho. La culpa no existía en él simplemente porque era lo que tenía que hacer. Lo que ni toda la justicia del mundo podría devolverle: el honor. 

En el caso de Cupertino Andaur se ve también este gran dilema moral. Alejandro Zamorano Jones, curiosamente también un médico, emplaza a la justicia y se inclina por la pena de muerte en contra del presidio perpetuo. Pone a la palestra un debate todavía abierto: La necesidad de la pena de muerte. La necesidad de tomar la justicia por las manos. De devolverle humanidad a la venganza. Muestra, al igual que el médico de la película, el vacío de la ley. El vacío de la conciencia.