miércoles, 15 de noviembre de 2017

Jaar, el lamento de las imágenes

“Esta noche no hay poesía que sirva”, se titula una exposición de Alfred Jaar en Helsinki, basada en un verso de la poeta Adrienne Rich. En el documental del Lamento de las imágenes, Jaar confiesa que ese verso sintetiza la batalla infinita del lenguaje (y, por extensión, del arte). La imposibilidad de decir siempre lo que realmente se quiere decir, porque las palabras, como el arte, nunca son suficientes. Pero, dentro de esa noche metafórica, de esa oscuridad simbólica, hay un resquicio, una zona desde la cual intervenir, a pesar de todo. Esa zona no sería otra que la de la mirada, la interpretación siempre sesgada de la vida, de la realidad. “De cierto modo —repetía Jaar, explicando esa idea—, todo lo que hacemos cuando hablamos sobre otras personas, siempre está fuera de foco. Y es mi confesión a mi público. El reconocimiento de que todo lo que hago, de una u otra forma, está fuera de foco”.


A propósito de las votaciones: En 1925, Vicente Huidobro se lanzó a candidato presidencial. Según Tito Mundt habría sido una candidatura hecha “en broma”, más bien una suerte de "joda" (como dijesen algunos ex compañeros de la u), de performance antipoética o, tal vez, antitética, cuyo punto básico era “volar la entrada del cerro Santa Lucía que da a la Alameda”. La candidatura se habría venido abajo cuando en su proclamación, Huidobro habló de instaurar “la República de los Poetas”. Años más tarde, en los sesenta, se lanzó Neruda a candidato presidencial, con resultados similares, solo para renunciar luego en favor del candidato de la Unidad Popular, Salvador Allende. Los poetas, aspirantes secretos al poder pero finalmente adeptos a la derrota. Eternos candidatos a un gobierno que solo tiene cabida en sus metáforas y malabares léxicos.
Tuve la necia ocurrencia de revisar un certificado de antecedentes que me habían solicitado hace tiempo para la pega del dos por uno. Tan intachable e intacto en cualquiera de los dos puntos como aquella primera vez. Para la ley y la justicia soy un pan de dios, no mato ni una mosca. O tal vez, siendo realista, soy solo un número más. Un silencioso número que no representa mayor peligro. En cambio, si revisara mi historial financiero y económico me daría cuenta que hace rato he sido hasta objeto de persecución, mediante el uso de comprometedoras cartas judiciales, merced a una morosidad impune y vegetativa, que he ido dejando madurar como si se tratarse de un débito sin fondo alguno. A medida que pasa el tiempo y las deudas crecen, crece a la vez cierta sensación creada de nerviosa expectación. Cada movimiento de dinero puede resultar improbable o al menos contraproducente. Al menor descuido podrán saltar las pirañas a ejercer su cobranza insurrecta, saltándose hasta la infraqueable orilla del anonimato con tal de arrebatar lo que reclaman como suyo. Puedo pasar así fácilmente de la capilla sacrosanta de la legalidad al purgatorio burocrático de la indolencia, por una cuantiosa diferencia de cifras, solo para demostrar que no hay deuda alguna que le haga la contraparte al peso de la conciencia.