lunes, 26 de diciembre de 2016

El filme secreto

En la siesta de la tarde soñé que conversábamos con una amiga sobre el viaje a la Luna. El quid del asunto se relacionaba con el cuestionamiento sobre la veracidad del viaje. Se hablaba sobre Kubrick y la teoría conspiranoica de que él literalmente montó el viaje financiado por la CIA en el contexto de la Guerra Fría. Recordé el episodio de The man in the high castle en que Juliana descubre el verdadero contenido del filme que cree proteger. El filme en que se mostraba nada menos que una verdad histórica, entremezclada con la propia trama, ficción dentro de la ficción. El sueño con la amiga era quizá un episodio evocado después de ver la propia serie y desfallecer sobre la cama. Una fábula contada por contigüidad entre sueño y vigilia, acaso una misma cosa en lo que atañe a la ficción. Lo impactante es que dentro del sueño aquella amiga desaparecía. Y la conversación tomaba lugar en una plaza sin nombre, difusa, con algunos elementos de la vida real. En el episodio de The man in the high castle, Juliana acaba desconfiando del contenido del filme. Comienza a creer en el agente encubierto que la amaba. Dentro de su ficción la historia podía tomar otro giro distinto al de la película secreta. Su potencial subversivo solo se hallaba en su calidad de representación. No en lo que celosamente escondía como supuesto hecho irrevocable. Ni el viaje a la luna que era motivo de nuestro encuentro, ni el supuesto fin de los aliados en la película, eran la verdad pura. Ni tampoco una ficción definitiva. Se hablaba sobre nuestra propia proyección interior. La proyección de nuestros deseos cautivos y latentes. Capa sobre capa, vida sobre sueño, como Segismundo en su remota torre perdida. En el sueño, aquella amiga desaparecida, al contrario que Juliana en el episodio de la serie, no revelaba nada respecto a nuestro tema de conversación, ni mucho menos sobre nosotros. Lo cierto es que nuestra existencia en esa realidad colapsaba, quedando solo la cifra de las palabras. Lo único que me queda de ella. Lo único que nos queda de los otros, al fin y al cabo. La verdad, de ese modo, no se halla escondida en un filme ni camuflada bajo una ensoñación, se halla finalmente en quien tiene el poder de proyectarla en un visionado, en quien pueda volverla una barricada contra el inminente desorden del mundo.