Epílogo. La cifra de Dios
Hordas y vómitos, humanidad terminal en el límite imposible de un abismo impregnado de sangre asperjada. Decapitaciones sin sepultura en celebraciones inicuas y ritos inferiores de intensidad sombría.
Es la hora del abismo de carne, cuya potencia invisible transporta al ídolo crepuscular de la horda por calles inmundas: el perro infernal proveniente de un cráter indiferenciado y sin Dios, apagado desde antes del principio. Raíz invertida del tiempo a la deriva que incuba el exterminio de la vida oculta e irradiante.
Instintividad sin espíritu: pozos sin alma. El futuro silencioso se despeña oblicuamente, en busca de una cifra que confiera una estructura y una imagen al hundimiento final de lo humano en el centro de la lujuria sangrante, la maldad enconada y vitoreada, la peste en su proliferación larvaria de monstruos y cicatrices estelares.
La cifra busca la luz en la luz que ilumina la obscenidad de una disolución abismal, enorme y gutural, cuyos cantos de devoramiento levantan encrucijadas de explosiones y cuchillos.
Así los lenguajes eclipsan, celebrando el derrumbe de antiguas cúpulas y la profanación de altares, como en una interminable misa negra oficiada por bestiales adoradores de perros.
Negra incubación o aborto estelar.
La cifra de Dios se busca a sí misma. O es buscada por Dios mismo. O es el abismo inefable que busca mostrarse en su verdad fundamental, obscena y mortal: una última perdición o un inicio infinitesimal imposible.
Hordas, vómitos, escupitajos, excremento y orina. Fuego y ceniza. Graves sonidos arcaicos y guturales. Ritos de oscuridad cavernosa con decapitaciones y abertura de cuerpos, mareas celestiales de sangre subyacentes al devenir, latentes como la maldad de la horda y su execración del Espíritu.
Fuego negro que arde, pero no ilumina.
Si acaso una mirada incólume, un amor tardío, un silencio noble y gentil, una palabra profunda. Y un trasunto de realidad descifrado para un alma en suspenso que siquiera se postrara exánime.
La cifra de Dios es la puerta del abismo, la escena final de una estructura y un orden invisibles, cuya luz en la luz revela el horror de un excedente indescifrable: lo absolutamente monstruoso e invertido.
Pero hay transcursos paralelos, cuyas extrañas desviaciones, encrucijadas y laberintos conducen a la necesidad de ingresar al misterio contenido en la cifra: un corazón de intrincadas raíces, líneas, mansiones, niveles y configuraciones otras, en lenguajes arcaicos y futuros como jeroglíficos dotados de consciencia, cuerpo y puertas irradiantes.
Un triángulo de sangre latente. Un astro de luz crepuscular. Y una cruz.
Dios engendra la cifra. La cifra engendra a Dios. El inefable abismo engendra la conciencia. La conciencia acrisola y conjura a la horda.
La corrupción y el envilecimiento de lo humano devienen excremento y desecho de su instintividad sin espíritu: puertas oblicuas, galerías y horrores secretos incuban carnicerías interiores, decapitaciones, devoramientos y fuego negro expandiéndose como la peste.
Mas la cifra de Dios es Dios mismo: el fundamento, el término absoluto y el exorcismo crucial. El único poder y la única gloria.