sábado, 30 de septiembre de 2017

Rubber Duck en Chile

Uh día antes de los tambores, Óscar Pérez, porteño del cerro Bellavista, se hizo conocido por crear un rociador cerca de su casa, formado de cinco aspersores de agua hechos a base de cobre. Su pequeña máquina tiene por objetivo, como era predecible, alejar a los imprudentes que osaran orinar y/o cagar frente a la residencia. Por alguna extraña coincidencia del destino, justo un día después de los tambores, se pone a llover. Una idea que se creía artificial se vuelve luego, merced al tiempo, una idea natural. Literalmente, se les aguó la fiesta.

viernes, 29 de septiembre de 2017

Mil tambores. Paso por Bellavista y Plaza Victoria, docenas, quizá para mañana, miles de cubículos de baños químicos en las calles. De un momento a otro Valpo pasará a convertirse en una instalación a gran escala, a lo Duchamp. Un urinario gigantesco.

Moby Dick

Unos chicos veían en clase un catálogo de Dinafem seeds. Ante la curiosidad acudí a cachar lo que estaban hojeando. Uno de ellos miraba con estupor una de las variedades de semilla de marihuana. Era la llamada Moby Dick. -¿Como la ballena blanca?- le pregunté al cabro del catálogo. Otro salió al paso a responder y aclaró que sí, "como el libro de Melville". Si no hubiera sido por ellos, no habría dado jamás con la existencia de una semilla de weed con semejante nombre. Decían que el efecto de la hierba era tal que se sentía como un "coletazo mental", algo en cierta medida comparable al sentimiento del capitán Ahab al enfrentarse en la novela al monstruo marino. De ahí que habría sido bautizada, con toda justicia, Moby Dick. Les pregunté de nuevo si acaso conocían la referencia de Moby Dick antes de haberla leído en el catálogo. Solo uno de ellos afirmó haber conocido el libro y la leyenda de la ballena blanca. "Sí, profe, conocemos la Moby Dick pero solo la hemos fumado, no la hemos leído". Sus compañeros le seguían las de abajo, mientras reían desaforadamente. "¿Y usted, ha fumado?", preguntaba entonces sin tapujos el cabro del catálogo. "Sí, sáquese uno", replicaba otro. Es lo que siempre dicen cada vez que andan con el tema de la hierba, esperando que en algún momento asienta con alguna mirada cómplice. De ese modo, guardaron el catálogo mientras conversaban respecto a los planes para después de clases, planes que seguramente se estaban empezando a maquinar a raíz de la conversación. Ya fuese leída o fumada, se sabía que era Moby Dick la criatura que los estaba desafiando.

jueves, 28 de septiembre de 2017

Literatura Playboy. Mi próxima tesis.

"Trump dice que Facebook está en su contra. Los liberales dicen que ayudamos a Trump”, escribió Mark Zuckerberg en un comentario por Facebook, su casa y su creación. "A ambas partes les molestan las ideas y el contenido que no les gustan. Así es como funciona una plataforma que recoge todas las ideas".

La caída de Hef

La muerte de Hugh Hefner divide las aguas en el mundo. Unos lo alaban como héroe, ícono de la revolución sexual, precursor del erotismo gráfico, el "hombre con más suerte del mundo", una leyenda, como diría el ex jugador colombiano Faustino Asprilla en un paródico homenaje en el que aparece vestido con una bata y un pucho. Otros, en cambio, lo critican como el machista número uno, especulador económico, cosificador de la mujer, haciendo de todas las chicas sus "conejitas", reduciéndolas a categoría de mascota o adquisición. Tras la caída del fundador de Playboy no hubo medias tintas. O lo amaron o lo odiaron. Miradas de complicidad y envidida solapada, o bien miradas de acusación contra quien se sabía el máximo representante del materialismo sexual. Así como Luis XIV señalaba enfático "El Estado soy yo", Hefner no reconocía otro Estado ni otra autoridad que su propio Imperio. Ahora que el Imperio ha quedado acéfalo, sin su cabeza visible, Playboy le sobrevivirá, subastando las fantasías del planeta entero, bajo la forma del principal afrodisíaco de nuestros días: el dinero.
No sé por qué la otra noche soñé con algo parecido a una sala de clases. O a una sala de eventos. Estaba encerrado. O tal vez quería estarlo. Por fuera veía pasar un universo de gente. Solo una chica pasaba por el lado. Miraba sutilmente hacia adentro. Y seguía su camino. En un muro, o tal vez encima de una mesa, o un cuaderno, no recuerdo bien, estaba anotado lo siguiente: fate no more.

Mother!

La última de Darren Aronofsky, Mother. ¡Una locura! Darren nos tiene acostumbrados a simbolismos y a personajes trastornados. Esta película no es la excepción. Primero un thriller y luego una cuestión alegórica, visceral. Javier Bardem en el rol de un escritor venido a menos y Jennifer Lawrence en el rol de dueña de casa. El clásico conflicto entre el ego del escritor y el deseo de ser madre de la esposa, pero todo abordado de una forma tan rocambolesca que lleva al límite las interpretaciones, desatando un hervidero de pasión y de violencia. Creación literaria vs creación de la vida. Por un lado, un escritor que encuentra la inspiración en el amor pero se obsesiona luego con su ansía de reconocimiento, buscando alimentar su autoimagen a través de la adoración ajena. Y por otro, una mujer que solo desea formar una familia pero tiene que luchar contra la paulatina invasión del mundo externo propiciada por el propio escritor. Lo que parecía un amor auténtico se ve pronto amenazado por la sombra de la vanidad, manifestada en el fanatismo irracional de las visitas indeseables. De esa forma, el escritor se vuelve una especie de pequeño dios, sacrificando en el proceso su propio amor. La mujer, por su parte, se vuelve una madre estoica, combatiendo su condición de musa hasta el final, con tal de proteger la obra de sus entrañas. Se asiste así a un festín en el que la lectura bíblica del conflicto acaba sublimada en la sangre y la ruptura del antiguo orden. ¿Quién era realmente el creador? ¿El escritor obsesionado con su obra, o la madre determinada con su hijo?. Uno solo de ellos, o tal vez ambos. La película versa en el fondo sobre el doloroso proceso de la creación. Pero también sobre su última y magistral ironía. "Para el que crea nunca nada es suficiente".


martes, 26 de septiembre de 2017

Última cena

Una noticia actual revela la diversidad de platos que le sirven a los condenados a muerte en Estados Unidos. Un caso reciente refiere a este como la "épica última cena". Se trata de un tal Keith Tharpe, culpable de violación y asesinato, que el próximo martes recibirá la inyección letal en la penitenciaria de Georgia. El acusado, según la propia página de la penitenciaria, ordenó pechugas de pollo picantes, un sándwich de carne asada con salsa, un sandwich de pescado, aros de cebolla, ‘tater tots’, pie de manzana y un batido de vainilla. Una dieta abundante en azucares y calorías para esperar la condena capital. Estómago lleno, corazón contento, dirán los más irónicos. El exceso de calorías en la cena de Tharpe se dice que sorprendió a las autoridades, considerándola una severa "burla". El hambre del sujeto parece que supera su propia conciencia. Hay ahí una bizarra relación entre la comida, la ley y la muerte no del todo digerida. La culpa como la indigestión del espíritu. Vigilar, comer y castigar.
"Me permito todo aquello a lo que puedo renunciar", decía Julius Evola. Sin esa bendita capacidad de renuncia ¿se podría ser realmente libre? Por todo aquello entiéndase la pedagogía, la literatura, el amor.
La conexión a internet cae. Doy con el dinosaurio pixelado en la pantalla. Símbolo de una comunicación extinta. Luego, por error, desplazo el cursor y el dinosaurio comienza a moverse a través de lo que parece ser un desierto. Un irónico juego offline. Perfecta metáfora de la realidad (virtual): un dinosaurio corriendo a través de un desierto infinito.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Se acabó el día apocalíptico, y bueno, señoras y señores, aún seguimos aquí. Todo sigue igual. Como hubiera dicho el loco de Zizek: Es más fácil imaginar el fin del mundo que un pequeño cambio en el sistema.

viernes, 22 de septiembre de 2017

"En el colegio me dieron a elegir entre Hija de la Fortuna y La casa de los espíritus. ¿Cuál me conviene, profe?", preguntaba una chica en medio de la clase del preu. Planes lectores inesperados. Cada vez que sale Isabel Allende al baile, me sale esa parada media Bolaño, solo que con un ánimo impulsivo, salvaje, ya no tanto con una mirada atenta, rigurosa. A duras penas había leído La casa de los espíritus, así que le recomendé esa. La chica insistía que era la mejor opción, porque según ella Hija de la Fortuna tenía "muchas aventuras, y a ella le complicaban demasiado la lectura de las aventuras". Así no volvió a decir nada más. Solo dio las gracias y siguió leyendo el cuadernillo en la materia del Modernismo.

La bomba

A una cuadra de llegar a casa, en toda la esquina de Independencia con Edwards, el camino cercado, unas cuantas patrullas, pacos en la acera y un montón de gente mirando algo. Esta vez, no se trataba ni de un choque, ni de un muerto ni de un robo. Le pregunté al paco que vigilaba el paso de la gente. No quiso responder nada. Solo llamó la atención cuando intentaba cruzar sin estar al tanto de lo que ocurría. Le pregunté luego a una señora más atrás. "Vigilan algo. No se sabe qué". "¿Acaso será una bomba?". La señora solo alcanzó a soltar un gesto de forzosa preocupación, al oír sobre la posibilidad de un explosivo en medio de la calle. Aunque parezca increíble, ni siquiera se inmutó demasiado. Sujetos más atrás, mientras tanto, hablaban de un supuesto paquete con algo potencialmente peligroso dentro. La cuestión no parecía avanzar. De repente todo era el perímetro de los pacos ejerciendo su procedimiento inenarrable en torno al paquete misterioso; y la gente detrás de la acera, sin poder pasar ni entender nada pero, sin embargo, expectantes, a lo mejor ya no tanto por el contenido del paquete en sí mismo, sino que por la bochornosa situación inaudita que se generaba a su alrededor. Había y no había una bomba dentro. Fuimos y no fuimos fiambre. Era el maldito Schrodinger alertando a medio valpo en el plan. Di media vuelta entonces de regreso a la casa, bordeando el perímetro de la supuesta bomba. Muchos también lo hicieron, aburridos ante lo que parecía más bien una falsa alarma o una performance vandálica de mal gusto. A lo lejos desde la ventana del tercer piso se reflejan todavía las balizas de las patrullas. No hubo ningún peligro, solo una especulación constante, una maniobra de prevención parca pero intrigante. No hubo peligro alguno pero la verdadera bomba de tiempo ya comenzó su conteo regresivo, instalada en la mente de los espectadores, dispuesta a explotar luego en forma de miedo o de resignación. Un tipo al paso, luego de sortear la zona de emergencia, decía con total seguridad: "Qué más da una bomba wn, si nos explotan todos los días. Bombazo más. Bombazo menos".

jueves, 21 de septiembre de 2017

Según lo que vengo leyendo recién, corrían rumores de que el fin del mundo sería el 23 de Septiembre. Dicen algunos contactos, y parece que en los programas de nuestra querida televisión, que sería la predicción de una monja del año del cuete. Y por si fuera poco, asocian este hecho a una serie de síntomas mundiales, como la reciente y polémica declaración de Trump de acabar con Norcorea y de Kim Jong Un de estar dispuesto a lanzarse de cabeza (misil de por medio) contra Gringolandia. Noto que ya no es tanto el hipotético final en si mismo lo que marca tendencia, sino que cómo será lo que provoca una ola desatada de teorías y de ficciones dignas de anime futurista. Lo único cierto, después de todo, es que la empresa del entretenimiento tendrá material para rato. El fin del mundo siempre fue una historia rentable. Ahora, más que nunca, hay que sacarle el jugo. En una de esas hasta ya hemos cambiado de temporada, sin siquiera notarlo.

My generation

"Es una wea generacional. Lo que pasa es que estos cabros son milénicos" repetía el colega de inglés en la mañana en la sala de profes, a propósito de la conducta de los cabros en clase. Su aseveración me hizo ruido de inmediato. "¿Pero los millenials no éramos nosotros? ¿Entonces qué pito tocamos ahí?". El colega confesaba, luego de desmentirse, que había una confusión conceptual entre generaciones, ya que algunos sostenían que la millenial comprendía a los nacidos entre los ochenta y los noventa, y otros que solo a los nacidos en los años ochenta. Así el colega comenzó a hablar luego de la generación X, la llamada generación perdida, que vivió su juventud en los noventa, para compararla con la nuestra, que vivió mejor dicho su temprana infancia en los noventa. "Viéndolo de forma melómana compadre, seríamos como la generación que vivió de chico el paso del grunge al britpop, del desencanto a una nueva alegría. Jugábamos al Super Nintendo, teníamos Atari pero aún no teníamos Internet en la casa. Se podría decir que somos la "transición" entre la X y los cabros actuales, que serían la Z. Nosotros seríamos la Y". El colega subrayaba la palabra transición admitiendo la indirecta alusión política. La de la famosa transición a la democracia. La alegría por venir vuelto el slogan publicitario de nuestra idiosincracia y, en parte, de nuestra mentalidad. "Pero viejo, quiénes serían los millenials ¿ellos o nosotros?". le repetía de ese modo al colega aún sin poder hacer el distingo definitivo. El director entró súbitamente, y sin mayor preámbulo agregaba que los millenials éramos nosotros, incluyéndolo. "Nuestros alumnos son la generación Z, ya la busqué por internet. Nacidos a fines de los noventa y principios del dos mil. Entiendan que nosotros adoptamos la tecnología. Ellos se criaron en ella". Silencio repentino. El colega de inglés seguía pensando, cavilando aquella analogía musical. Por mi parte, la pregunta sobre la generación aún insistía. La paráfrasis a Bane en El caballero de la noche asciende era buena, pero no lo suficiente. La duda generacional no quería ser resuelta, sobre todo al leer que un tal Neil Howe, en su libro sobre el ascenso de los Millenials, consideraba que la línea divisoria entre estos y la generación Z era solamente tentativa. Pues con estas cavilaciones sin resolver se cerraba la discusión. El timbre no paraba de sonar, anunciando que este trío de profesores milénicos debía sí o sí volver a la realidad de la sala de clases, ese amasijo generacional todavía sin un horizonte ni una cancha completamente definida. Puede que sea finalmente aquella indefinición generalizada la virtud o la maldición de nuestras luminarias, su placebo existencial o su piedra en el zapato.

Copiar

-Profe, pero si hasta los parlamentarios copian y a ellos no les dicen nada. ¿De pronto somos menos cosa que ellos?
-No se trata de eso. Es solo que no sea como los parlamentarios. No siga su ejemplo. Sea más honesto, y diga que no sabe nada. Así de simple. 
-Entonces, si estamos con esa ¿de dónde saca usted material para las guías y las actividades?
-....
-De internet, pues. Pero se edita para hacerlo más ameno.

De pronto la clase misma se volvía una discusión meta metodológica, un ejercicio de sinceramiento y de revelación entre quién copiaba y se hacía el leso y quién tenía las agallas suficientes para confesarlo.

Godard decía respecto al cine: “No se trata de donde sacas las cosas, se trata de hacia donde las llevas”. Aplicaría también esa declaración a la propia pedagogía.
"Cabros de mierda". La mirada del joven misionero tomado por cura rojo vendría siendo la misma mirada de la cámara capturando la memoria histórica. Ojo creyente, ojo testigo. Su fe -en la película- se expresaba más a través de la lente de la cámara que a través de la propia palabra. Y la mirada de la chica pobladora, tomada por comunista y terrorista, vendría siendo la propia mirada cruda, desnuda, sin otro filtro que su deseo y su realidad, la misma que tentaba al misionero para abandonarse al placer y a la vez desafiaba el horror de la persecución de cara a la muerte. Un decente Daniel Contesse en el papel del "cura rojo". Una estupenda Nathalia Aragonese en el rol de la Francesita.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Es algo desconcertante señalar en qué medida el estado de alerta, el desastre en toda su definición resulta lo único que, paradójicamente, une, integra, quizá no por un profundo redescubrimiento de una bondad escondida sino que por el reconocimiento de que el dolor del otro es también un dolor propio en potencia, y así el miedo del otro tiene que pasar sí o sí por el cedazo de la conciencia, y verse amplificado hacia el mundo completo de inmediato en cuestión de segundos. Al terremoto del México le seguía luego un nuevo terremoto en Japón. "El cinturón de fuego no perdona", se le oía decir a un reportero, no sé en qué radio. Los medios locales no escatimaron en recursos. Bastaron los videos y las imágenes del hecho para generar un shock preciso y conciso, un espacio virtual psicológico en tiempo real. La era Internet propicia el milagro de la aldea global, pero a la vez acarrea consigo sus ingentes maldiciones, el impacto directo del desastre en todo su desparpajo. Se puede hoy digerir el desastre a través de múltiples relatos, pero al ser leído al instante, el coste psíquico acaba siendo mucho mayor. La información alcanza la velocidad del desastre pero la reflexión llega a él siempre a posteriori, resintiendo así las réplicas de su existencia. Como hubiera dicho Maurice Blanchot, el desastre no alcanza nunca a "escribirse del todo", pero en su insistencia algo debiera quedar: un gesto, aunque fuese de indiferencia, la desolación o un significado, por mínimo que fuese.

martes, 19 de septiembre de 2017

No fui a ninguna Fonda durante estos días. La primera excusa era la clásica: que prefería salir a cualquier otra parte que no fuese la establecida por el jolgorio general. La parada militar tampoco fue la excepción. Deserto de estos eventos, en realidad, no tanto por su exceso de espectáculo como por un ánimo misantrópico, que evita que deba forzar una celebración merced a la ilusión patriota y al falso sentido colectivo. Siempre he creído que el brindis no se comparte con cualquiera solo por el hecho de haber nacido en el mismo suelo y bajo el mismo yugo histórico. Bajo la envoltura del carnaval bajtiniano, la fiesta dieciochera como que apela a la unión de las masas, invierte las máscaras del orden social pero a la vez reinaugura la hipocresía con la suficiente dosis de alcohol y de calorías. Divago sobre esto, mientras vuelvo a casa a pasar la resaca de haber brindado con los míos. La ilusión del retorno y la rotura del nido. Las réplicas de un terremoto espiritual. Pese a todo, no me puedo resistir a ver en línea los fuegos artificiales del Parque O Higgins ni la mismísima última Parada militar de Bachelet. Incluso escarbo en las noticias sobre las fondas y las ramadas de este 18 en la Quinta por si doy con alguna anécdota sabrosa rica en despropósito o absurdo. Hay algo en esa visión fuera de contexto, en esa lectura aguafiestas, que rebosa de un entusiasmo invertido. No se cree ni se comparte el sustrato mismo de lo que se está celebrando, pero aún así se disfruta de todo por fuera, de forma cínica, solapada, como mirando jadeante por el ojo de la rendija, como entrando y bebiéndose los conchos, como espectador impío sin otro sentido patriota que su caña moral.

Dos patriotas

“Insistir en ser chileno es como insistir en estar resfriado”.

Raúl Ruiz.

“Todo el mundo en Chile es chileno; es algo desesperante”. 

Juan Emar

lunes, 18 de septiembre de 2017

Un brindis por las vidas que no viviremos. Otro por las historias que no contaremos.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Ya que dice que el Romanticismo tiene una conexión directa con los ideales de la Revolución Francesa, y habla de la característica del desengaño ¿será entonces el anarquista también una especie de romántico? Algo más o menos así preguntaba en el preu un cabro durante la clase de la tarde. En efecto, la respuesta a su pregunta sería afirmativa, de no ser porque el cuadernillo psu solo contemplaba un análisis ceñido a la época literaria. Una cuestión terriblemente parcelada, sin aparente conexión con ninguna otra cosa. Mijail Bakunin habría servido, en relación a la inquietud inicial, de ejemplo político. Aun así, muchos seguían sin poder disociar lo romántico de lo meramente sentimental. Sin embargo, en la pregunta del principio, en el cuestionamiento asociativo de ese cabro ya estaba contenida su propia respuesta. El sentimiento como resistencia o bien como evasión de la realidad. Lo romántico como un espíritu, no una moda del corazón. De hecho, lo romántico y lo anárquico como un solo corazón.
Hoy solo había una hora de clases antes de las actividades de fiestas patrias. En lugar de cualquier cosa relacionada con la materia, les hice ver a los cabros la Batalla de Chile. Aguante el cine y la historia, pero también aguante la postergación pedagógica.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Llamadas

Llamadas perdidas desde diferentes números desconocidos, durante el lapso de no menos de dos semanas. No contesto ninguna de ellas, ni tampoco me tomo la molestia de devolver las llamadas, más por desconfianza que por falta de interés auténtico. Unos llamados telefónicos tan insistentes no deben ser de nadie cercano ni amigable. (no acostumbra a llamar nadie de forma tan reiterada y sistemática) o tampoco nada tan íntimo que implique la vida o la muerte. Ante el desconocimiento de esos interlocutores frustrados, colijo que pueden ser solo tres opciones posibles: cobranzas, publicidad o avisos laborales, con una mayor probabilidad de que sea la primera, considerando la cantidad de tiempo en que he dejado madurar las deudas del célebre crédito como si fuesen raíces sin límite de suelo, sin otro suelo que el que voy pisando día a día camino a una gravedad latente. De ese modo mi negativa se vuelve pasiva. Simplemente hago caso omiso de esas llamadas incógnitas, buscando que el desvío tome su curso natural inevitable y desemboque alguna vez en el silencio absoluto, cuestión que en el fondo solo aumentará el misterio respecto al origen o al por qué del asunto. Como sea, permanezco sin contestar, manteniendo una normalidad inquietante pero a la vez dilatando la incertidumbre. Se puede vivir tranquilo negando la existencia del problema, pero también se puede vivir activamente, con la duda a cuestas.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Sepulcros de vaqueros

Un loco que vende libros al lado del cine Insomnia, habló ayer algo sobre una nueva novela inédita de Bolaño: "¿Otra más?" le acoté. "Sí, otra. Lanzada por Alfaguara", agregó. En ese momento no sabía muy bien a cuál se refería. "¿Será El espíritu de la ciencia ficción?","No, se lanzó otra, todavía más reciente. De hecho, se dice que salió el Lunes". El nombre de la novela se me había olvidado, pese a haber recordado que hasta hace poco andaba en busca de Los sinsabores del verdadero policía. El vendedor tampoco alcanzó a recordar cómo se llamaba aquel póstumo reciente. Ahora recién en la mañana, luego de unos cuantos devaneos virtuales, doy con el nombre oficial. Se llamaba Sepulcros de vaqueros. Al salir de la librería, recuerdo que el loco me había pedido al paso si pudiera buscar el nombre del libro para dar con la referencia y así poder venderlo. "Aunque no lo creas, lo póstumo vende incluso más". Se le veía totalmente convencido al repetir esto. "Ni muerto Bolaño se cansa de publicar", remató, no sin cierta ironía, mientras terminaba de cerrar el boliche.
“Yo no me arreglé, no existe un yo. Sólo hay cosas pasando…esta es la cuestión, este no es nuestro mundo. Nosotros no importamos, esa es la buena noticia”. Jim Carrey. ¿Personaje nihilista a lo Andy Kaufman, o sabiduría trascendental post depresión? Juzgue usted.
Tocan a la puerta de la pieza. Al principio creo que tocan a la de al lado. Bajo el volumen de la radio. Vuelven a tocar en la puerta. Abro. Era la compañera del depto. La compañera aquella, la misteriosa. Se le veía un tanto preocupada. Preguntaba si había visto al resto de los chicos. Le dije que no. Efectivamente no había nadie más en toda la casa. Un silencio incómodo, como el mencionado por Mia Wallace a Vincent Vega en Pulp Fiction. Entonces la compañera explica en un tono nervioso pero claro que uno de los chicos de la casa se presume desaparecido. Lo supo porque uno de ellos, un amigo, le llamó en la tarde preguntando por él, constatando que había salido pero sin haber llegado a trabajar. Continuó explicando que intentaba comunicarse con él pero nada. Insistía en su preocupación. Esperaba que yo también. Llamé en el acto al desaparecido pero contestaba el buzón de voz. El nervio se me contagia tanto como el silencio. El rostro de nuestra compañera se descomponía lentamente, aunque conservando sus facciones. Qué podremos hacer. Repetía. Qué podremos hacer. Habrá que esperar o salir a buscar, no queda de otra. Le replicaba, sin ánimo de alguna respuesta más elegante o sofisticada. No era la ocasión. Era la acción o la complicidad pasiva. Están temiendo lo peor. Ojalá que no sea nada malo. Volvía a repetir la compañera, impaciente. Al darse vuelta por la casa, abría la puerta de la pieza. La seguí para pensar también en algo. El dilema afloraba: Salir a buscar o quedarse a esperar. Salir o quedarse. La compañera volvía a llamar sin éxito, hasta que pensaba en regresar a su pieza, notando que no existía una solución inmediata. "Ya pos, entonces me avisai si sabes de algo, ok? Por favor. Ojalá que no le pase nada", insistía ella, siempre tan nerviosa como misteriosa. De ese modo volvía a su pieza. El silencio volvía a inundar el living. Sabía la compañera que iba de salida. No quiso decírmelo en su momento, pero supuso que al ir de salida podría encontrar algunas respuestas. Nada aseguraba que al salir un llamado o un encuentro milagroso ocurriese. Sin embargo, por muy iluso que parezca, no había pérdida en ese intento, quizá precisamente porque no habían respuestas a la mano. No quedaba otra salida al dilema que buscar afuera, mientras ella, la chica de la casa, permanecía adentro, invocando con su presencia la posible aparición de nuestro desaparecido. Acaso nosotros también, bajo ese oficio y esa búsqueda inesperada, acabamos apareciendo por fin el uno para el otro, después de vivir el día al día en total indiferencia e incomunicación, silenciosos pero más presentes que nunca ante el peso y el concepto de la pérdida, aunque todavía sin dimensionarla lo suficiente como para volverla una garantía inequívoca de nuestra confianza.

martes, 12 de septiembre de 2017

Comprender que se está viejo al notar que los alumnos hablan de reggaeton old school, cuando para uno lo más parecido a eso siguen siendo las bandas que transmiten en el playlist Old is cool de VH1.
A un lado del asiento de la micro, temprano en la mañana, una guapa chica abrigada en demasía. Sostenía una acalorada conversación con un interlocutor desconocido vía whatsapp. A pesar de la distancia no se alcanzaba a distinguir la identidad del interlocutor. Corría el hombro cada vez que era su turno para teclear. Hacía todo lo posible por disimularlo pero el frío y el lleno de la micro lo impedía. Su rictus era serio a pesar de estar escribiendo con entusiasmo. En un vistazo rápido se alcanzaron a notar una serie de risas. Los clásicos jajaja puestos ahí para representar gráficamente que la persona del otro lado se estaba riendo. Lo más curioso de todo es que la chica en cuestión, mientras escribía esos jajaja con una rapidez y habilidad asombrosa, su rostro, entumido, congelado, hasta cierto punto, estresado, decía todo lo contrario. En qué plano de imaginación se podrá sostener una conversación tan virtual que incluso se desentienda completamente de su referente real, incluso llegando a contradecirlo. Uno mismo, por cierto, cae involuntariamente en esa simpática etapa de irreflexión, en esa suerte de esquizofrenia comunicativa no declarada, escribiendo de lo más animado por interno mientras en persona uno se siente realmente como la mierda; o en cambio, escribiendo algo sumamente parco, hasta doloroso, pero en persona sintiéndose ecuánime, equilibrado. A medida que la micro daba vueltas, aumentaba su velocidad y tomaba curvas peligrosas, el rostro de la chica se iba haciendo más inflexible, pero paralelamente, su conversación virtual tomaba carices cada vez más expresivos, pasando de las risas a los emoticones con total naturalidad, a la vez que su figura, su expresión denotaba que no se hallaba discursiva ni mentalmente a bordo de la micro, sino que a bordo de su propia y magnífica burbuja de interacción vicaria. Cuando hubo guardado el celular, recién pedía permiso para bajarse de la micro. De su boca fue el único, el único momento en todo el viaje que salió despedida una palabra real, en un tono dulce pero neutro: Permiso. Permiso para bajarse de la realidad de la micro y volver por fin a la suya propia, dentro de la prístina pantalla, libre de frío, tensión, atochamiento, pero repleta de códigos y emociones apócrifas.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Cuenta la leyenda que durante el Bibliocausto posterior al Golpe del 73, el mismo oficial que ordenó requisar un libro de Cubismo por suponer que hablaba sobre el régimen político cubano, dejó pasar, en cambio, el libro "La Sagrada familia" de Marx y Engels por considerarlo un libro religioso.
Mientras transmitían en un negocio un pasaje bochornoso del Te Deum, en el que Bachelet quedaba como chaleco de mono ante el reclamo evangélico, un par de sujetos hablaba sobre el accidente del Papa Francisco a bordo de su Papamóvil, cuando este frenó de manera inesperada, provocando que se golpease el pómulo al interior del vidrio del vehículo. La noticia indicaba que además la sangre le estaría goteando, incluso llegando a amenazar la túnica. Durante la transmisión, se les veía en actitud jocosa. Uno de ellos señalaba: "La volaíta. Debe ser peludo ser Papa". El otro, le replicaba: "Sí wn, media plancha. Al igual que Bachelet con los canutos". Dos hechos que indican los contratiempos de la religión en nuestro chilito: la protesta de los evangélicos contra las medidas "progresistas" de la mandataria, provocando que la prensa establezca una oportunista oposición entre evangélicos intolerantes y católicos tolerantes; y, luego, el absurdo del máximo líder católico resguardado hasta las masas (lo que haría pensar que la pura fe nunca bastó) pero accidentado a causa de un imprevisto dentro de su propio escudo. En el primero, dos bandos religiosos dándose públicamente clases de moral; en el segundo, la propia religión tropezando con su propia paranoia institucional. Al terminar la transmisión del Te Deum, los locos abandonaron el negocio, fumándose en el camino un par de cigarrillos. Eso fue a fin de cuentas para ellos el anecdotario religioso: un mero intersticio televisivo que no hacía ninguna diferencia, la sombra de algo que ya no es, la caricatura del poder profanada por el humo de la realidad.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Christine

La otra vez un amigo me recomendó ver la película sobre la vida de Christine Chubbuck, la periodista gringa de los setenta recordada por haberse pegado un tiro en vivo mientras presentaba un programa de televisión. Fue una cuestión que nos conmovió por igual, sobre todo porque el destino de la cinta en la que había quedado registrado el programa se ha vuelto prácticamente un misterio. Nada se sabe todavía sobre esa fatídica cinta, solo unas cuantas réplicas apócrifas en youtube y el enigma sobre un supuesto vhs original perdido. Chubbuck había informado sobre un tiroteo en un restaurante local, el día antes de su suicidio. Había pedido que el vídeo del tiroteo fuera acompañado por imágenes exclusivas, pero por problemas técnicos no pudo reproducirse. Al darse cuenta de eso, se movió nerviosamente y dio vuelta una página del guión, sobre la cual comenzó a reír diciendo: «De acuerdo a la política del Canal 40 de brindarles lo último en sangre y entrañas a todo color, están a punto de ver otra primicia: un intento de suicidio». Un macabro sarcasmo televisado. Así fue el premeditado acto contra su vida. De hecho, todos en un principio creyeron que se trataba de una performance en la cual Christine volvería a pararse muerta de la risa, mofándose de las sensacionalistas políticas del director del equipo. Pero no. Christine había realmente empañado las cámaras en tiempo real con su propia sangre. Asimismo, la propia memoria televisiva quedó salpicada, volviendo a la pantalla teñida de rojo, difuminando de manera abrupta el límite entre la verdad de los hechos y el horror de su contemplación.

Lo que hasta hoy nos preguntamos más, respecto a la figura de nuestra suicida, luego de saber las circunstancias de su vida y su muerte, es la ya clásica pregunta de rigor: ¿Por qué? ¿Por qué matarse? Los medios y el círculo íntimo apuntaban a problemas personales, una depresión y una tendencia suicida que iban in crescendo. Los pensamientos de Christine siempre quedaban en reserva. Nadie sabía a ciencia cierta lo que estaba viviendo por dentro. ¿Quién lo podría saber? Ni siquiera su propia madre, que de hecho hacía todo lo posible por sacarla del hoyo, sin llegar a comprenderla realmente. Pese a su talento y profesionalismo, Christine parecía siempre estar necesitando algo más. Nunca se hallaba plenamente satisfecha. Soledad, frustración sexual, mala suerte en el amor, sumado a la imposibilidad de concebir, habían mermado su autoestima hasta hacer de ella un alma extremadamente sensible al punto del desequilibrio. En la película se muestra que sus ideas siempre iban a la vanguardia de la prensa noticiosa, pero nunca eran acogidas por no ser funcionales. Pretendía imprimir crudeza y dramatismo a unos reportes demasiado fríos, impersonales. Eso fue lo que luego, en un reporte sobre los suicidios, quiso demostrar, haciendo de su propia muerte una primicia irónica, inmolándose ella misma para discutir cuánto de realidad y de audiencia podría haber en un hecho de sangre.

En la película de Network de Sidney Lumet se retrata un escenario similar al vivido por la señorita Chubbuck, incluso en completa analogía, mostrando a una serie de productores obsesionados con el rating que llegan incluso al extremo de manipular la propia realidad y maquinar un asesinato en vivo con tal de ganarse el derecho a permanecer en la pantalla chica. Nuevamente, la violencia al servicio del morbo de la pantalla. La decadencia será televisada o no será. Eso nos parecía decir Sidney Lumet con su sátira sobre los medios de comunicación. Christine se ha vuelto así la mártir de un periodismo idealista, un periodismo a toda costa real, socavado por el plomo de su propio inconformismo e impotencia.

Siempre hemos sentido especial admiración por los personajes caídos, los perdedores, los desplazados, los marginados de la sociedad, los que no encajan en ninguna parte pero pretenden que encaje a toda costa, contra todo pronóstico, incluso a punta de balazos. Para ser franco, más que compasión, lo que sentimos es pena, pero a la vez una extraña y especial admiración hacia Christine por representar todo eso y porque, en el fondo, era una más de las nuestras. Un alma bella, errante, explosiva. Christine, la de la película, la real, donde quiera que estés, nunca cambies.



A esta hora, encierro. Un ingente dolor de cabeza. Planes de salida frustrados. De fondo suena sutilmente The show must go on. Con cafeína y poco sueño los pensamientos se superponen. Como que cada locura demanda su ración de significado. Afuera el living lo único oscuro y vacío. Es tanto el vacío ahí que se siente incluso hasta el murmullo de las piezas de los compañeros del departamento. A esta hora los muros literalmente hablan, rebotando en el silencio general de la casa. Ya no quedan secretos. Voy a hervir entonces otro poco de agua mientras me tomo la última dipirona del cajón del velador. Justo en ese momento aguarda una visita. Una visita desconocida. Saluda, y luego pregunta -¿dónde está la luz?- Sin más, me acerco a la puerta de entrada y doy con el interruptor. Todo el vacío se ilumina. La visita agradece y no dice nada más. Se da la vuelta, mientras el resto de la casa se va oscureciendo a medida que se aleja. ¿Algo ha acabado o algo está a punto de comenzar? Nada de eso. Es solo la distancia y la parsimonia que dan por inaugurada la realidad de la noche.
Inxilio.

viernes, 8 de septiembre de 2017

Payasos rusos en pie de guerra contra la nueva película de It, según ellos, por "estropearles la fiesta de por vida". Al baile también se mete el payaso chileno Maluenda, más conocido como el Tachuela chico. "La idea era matar de risa, no matar de susto", pareciera decir entre líneas. Es triste, pero el mundo está en decadencia: ya ni los payasos se ríen de si mismos.
Descubren plagios hasta de Icarito en millonarias asesorías externas de la Cámara de Diputados. En verdad no se sabe si repudiarlos o felicitarlos. Aprendieron el sutil arte de lo apócrifo. La hicieron.

jueves, 7 de septiembre de 2017

Dicen que la última película que vio Ian Curtis antes de su suicidio fue Stroszek de Werner Herzog. Al descubrir el cadáver su esposa Deborah en la cocina, sonaba de fondo The idiot de Iggy Pop.
Se cuenta que en pleno Huracán Irma, Zander Venezia, de 16 años, la gran promesa del surf mundial, había muerto al haberse roto el cuello contra un arrecife. El joven estaba practicando su pasión, literalmente, contra viento y marea. Según testigos del hecho, habría muerto mientras intentaba surfear sobre aguas hostiles. Quería "surfear la mejor ola de su vida". Esa misma ola, irónicamente, se lo llevó para siempre. Ir hasta el extremo por una obsesión: ¿idiotez o heroísmo? Solo él lo supo. Solo él supo si logró o no logró lo que quería, bajo esa, la trágica ola del destino.
En clases, a un alumno:
-Y usted ¿qué hará durante fiestas patrias?
-Desaparecer.
El colegio al que iba el chico que se suicidó luego de ser expulsado por fumar marihuana en clases, tenía por nombre Antoine de Saint-Exupery. Detalle literario no menor, considerando que era un "colegio de élite".

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Y lo mejor de todo es que, después de Twin Peaks, el mundo sigue siendo un absurdo y completo misterio....

martes, 5 de septiembre de 2017

La polémica del día. El tuit de Bachelet tributando a Parra. El tuit decía: No hay más grande artefacto que un antipoeta de 103 años. Ante eso, un tuitero le respondió que cómo podía llamar artefacto a Parra. Que hubiera sido mejor llamarlo monumento, tesoro vivo, pero nunca artefacto. Una ola de respuestas hizo viral el tuit, apuntando de esa forma a la ignorancia del tuitero por no haber captado la asociación. Por supuesto que lo más notable de todo no es el tuit en sí mismo ni su respuesta desafortunada, sino que lo que vino después. Hordas de usuarios atacando a mansalva al tuitero del fail. Y así, también su contraparte: hordas de usuarios atacando a los que atacaron primero. Una oda a la anti comunicación virtual. Un artefacto hecho puramente de reacciones, positivas y negativas. Parra mismo en su salsa.
Un cuarto para las dos. La clase había acabado. No quedaba nadie. En eso entró de repente un chico del otro curso. Se sentó al fondo de la sala. Sacó un cuaderno de la mochila y se puso a escribir algo. No sabía si un trabajo u otra cosa. Le pregunté qué era. Dijo que solo se trataba de algo pendiente. Volví a preguntarle que por qué había entrado a la sala, si todos se habían ido. "Es que no estoy ni ahí con nadie. Soy un solitario. Eso es todo", respondió. Del fondo casi se alcanzaba a distinguir un puro eco. Un eco sin respuesta.
El Jueves en la mañana un cabro de segundo, antes de entrar a clases, hablaba entusiasta sobre el concierto de Bad Bunny que se realizaría el fin de semana en Ritoque y el Espacio Broadway. Apenas había empezado a hablar, el director le preguntó si acaso se refería a "Bugs Bunny". Si ahora hasta el famoso dibujo animado iba a incursionar en la música de moda. Estaban el director y el colega de inglés fuera de la sala de profesores, mientras el cabro se explayaba respecto a la diferencia entre el trap y el reggaeton. Una cuestión no solo de estilo sino que de actitud, parecía resumir el cabro. También se refería a las letras. Dijo que no eran tan explícitas, pero acusó que en una clase de matemáticas la profesora le llamó la atención precisamente por una letra según ella ordinaria y de mal gusto, que hablaba sobre "echar el caviar en la cara". "Pero si el caviar es algo fino", repetía el alumno, convencido de que la profesora había leído mal la letra. El director y el colega reían. No podía contener tampoco la risa, pero deseaba que el cabro siguiera su explicación. En eso el director habló y me dirigió la palabra: "Me temo que ahí el profesor de lenguaje puede dar cátedra al respecto. ¿será justificable la acusación de la profesora? ¿habrá dicho algo muy ordinario nuestro socio?". Les respondía que claramente ahí el caviar no estaba dicho en sentido literal. Se refería a ese "otro" caviar, por lo que la connotación sexual del asunto seguía siendo explícita. Dicho eso, al parecer el cabro se iba por la tangente, entendiendo que su ídolo de trap podía cantar lo que se le antojase, más allá del juicio y el gusto particular de sus profesores. Habló entonces sobre los conciertos que daría Bunny el fin de semana pasado. Decía que adonde fuese la rompería. "Pero claro, si su público objetivo son más o menos cabros y cabras de tu edad", agregaba el colega de inglés, asociando el gusto de nuestro alumno a una cuestión etaria. El chico seguía explicando que en una ocasión Bunny pedía que su público femenino fuera con poca ropa para verse más "sata". El director saltó y preguntó: "¿Y qué significa sata?". Nuestro alumno respondía que era algo que solo los fanáticos del trap de Bunny sabían. "No cachan nada parece" dijo el chico con total desenfado. El director nuevamente miró tratando de que diese una respuesta en calidad de profe de lengua. Sin embargo, prefirió señalar que la actitud de Bunny podía estar reñida con la ley al provocar de esa manera a menores de edad. "Debe ser complicado hacer esa clase de declaraciones sin tomar en cuenta lo que dirían el alcalde de la comuna y los padres de las menores al respecto". El chico respondía que, a pesar de eso, igual le dejaban entrar y tocar porque era "carta segura". "Si no le permitieran tocar, sería plata perdida. Si ese loco adonde va deja la patá", agregaba para rematar su justificación. En el momento que la conversación iba a tomar una deriva moral, sonaba el timbre. El cabro subía a clases poniéndose los audífonos y sintonizando seguramente los hits más "orejas" del trap. "No cachan nada", con esa frase repetida durante la conversación, parecía querer establecer un límite, el límite aleatorio entre su música y nuestro gusto sujeto a una regla ajena a su espíritu.

Volvía sobre aquella anécdota a raíz del caótico show de Bad Bunny en Espacio Broadway. Balaceras, atropellos, muertos. Mañana seguramente algunos cabros comentarán la cagada ocurrida. Hay algo en la pulsión y la violencia solapada de esa música que los mueve inconcientemente. No nos engañemos. El rock and roll también hacía lo suyo. Pero aquella era una rebeldía con un propósito. Lo de ahora responde más bien a otra lógica. Cierto imaginario del hampa. Cierta marginalidad sudaca sublimada en ideales materialistas. La violencia del show de Bad Bunny solo puede ser entendida bajo esas coordenadas. Pulsión y resentimiento.

Luego de haber acabado la jornada, otro alumno el mismo día Jueves, antes de salir, preparado para ver a su "rockstar", había dicho a modo de broma: "Está vivo que lo veo en Ritoque". Le afirmaba a lo lejos con el dedo pulgar hacia arriba. Al notar que un compañero a su lado captaba la ironía, sacó sin permiso los audífonos de su chaqueta y se mantuvo en silencio.
Claudio Gaete, en una entrevista hace más de una década, recuerdo que hablaba sobre John Ashbery, en especial, sobre la particular expresión de su lenguaje poético. Decía que uno de los autores que citaba Vila-Matas en su novela sobre el síndrome Bartleby definía las digresiones como "métodos de aplazamiento, de ir hacia donde tienes que ir pero hacerlo merodeando durante el camino, deteniéndose, desviándose, sacando la vuelta, yéndose por las ramas", lo cual tendría que ver -para Gaete- con un deseo solapado de decepcionar constantemente las expectativas del lector, y, desde luego, traicionarse a sí mismo. En base a eso concluía que estaba con los que "no darían la vida ni por su propia vida", y probablemente ese haya sido el motivo por el cual sentía tanta afinidad con la actitud de John Ashbery ante la poesía. A ese irrestricto sentido de la digresión en la palabra relacionado con una digresión en la propia perspectiva del mundo, Gaete le llamaba "estética del merodeo", estética que el poeta de Hudson habría hecho suya con el paso del tiempo, a modo de orgánica y rosario personal. Nunca se está del todo en la ruta. Nunca se está del todo perdido. La vida -para Ashbery- había sido una digresión eterna.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Síndrome Paul Auster: Declarar que no se tiene la fuerza para escribir, pero, al hacerlo, estar escribiendo.
De madrugada entraba a un cajero Banco estado de Viña. Dentro había un sujeto durmiendo con sábana, colchón y todo, a un costado de la ventana que da hacia la calle. Se dio cuenta que entraba. Miró un poco y se tapó con sábanas. Seguí mi camino para revisar el saldo de la cuenta rut. La papeleta indicaba cero. Lo último se había gastado precisamente en consultar el saldo. Sin más, vuelvo a mirar al sujeto y regreso a la calle. El durmiente seguía pernoctando al interior, mientras uno salía con los bolsillos vacíos. En ese cajero absurdo se podía resumir toda una noche. Y por qué no, toda una vida.

sábado, 2 de septiembre de 2017

Un texto de Daniel Cassany en el cuadernillo de intensivo PSU. "La cocina de la escritura". Me acordé de aquellas eternas clases de linguística, en las que el punto era analizar la escritura en cuanto proceso. El texto planteaba que el acto de escribir debía seguir etapas o, si se quiere, recetas. El fragmento de La cocina de la escritura estaba enmarcado en el apartado de léxico contextual. En un ítem se preguntaba respecto a la palabra que podía reemplazar al término "significativas", aludiendo a las diferencias entre el comportamiento de los llamados escritores aprendices y escritores expertos. Una pista clave para responder aquel ítem y el apartado en general decía relación con las palabras citadas como alternativas y su consiguiente explicación. De ese modo, había dos posibilidades de respuesta. Estaban las opciones que emparentaban el término con la apreciación subjetiva de las diferencias (importantes, preciadas, valoradas), y las opciones que lo relacionaban con su grado de relevancia para la investigación de la escritura (valiosas, fundamentales). Una chica de adelante había dado con aquellas dos últimas opciones, pero no conseguía entender por qué la opción del término "valiosas" difería tanto de la opción del término "fundamentales". En ese fragmento la E era la alternativa correcta, "fundamentales porque las diferencias son los principios que dirigen la investigación". Sin embargo, la chica aún tenía la inquietud respecto a por qué esa alternativa sobre las diferencias como principios difería tanto respecto a la alternativa sobre las diferencias como la "base". Algunas compañeras de al fondo permanecían calladas. Asentían tímidamente, o bien, renegaban pero con un silencio cómplice. Otros tantos estaban de acuerdo con la alternativa e de manera enérgica, pero sin la inquietud de nuestra alumna dilemática. La cuestión estaba en esclarecer por qué tenía que ser el término fundamentales el que reemplazara a "significativas" y no el término valiosas. Le expliqué de manera gráfica. Cassany en ese fragmento establecía de manera preliminar las diferencias entre aprendices y expertos, dando pie para que en el resto de la investigación se profundizara en esas diferencias incluso hasta agregando otros elementos. Por lo que esas diferencias entonces supondrían "principios fundamentales" y no necesariamente una base teórica acabada. Claro está que el dibujo de la explicación en la pizarra era lo suficientemente rústico como para que bastara solamente con un par de anotaciones rápidas. Unas flechas hacia adelante, otras oponiendo términos. A la chica se le veía conforme, aunque a juzgar por su ceño no lucía completamente convencida. Seguramente anotó la alternativa e, como el resto de sus compañeros lo había hecho, para seguir con el desarrollo del resto de la guía. Pero lo cierto es que algo, una señal en su kinésica, una cierta tensión en el ambiente, un silencio inesperado, indicaban que la explicación a la respuesta no era del todo comprendida, que no comprensible. La pregunta inaugurada por la chica, al fin y al cabo, permanecía penando en el ejercicio, a pesar de la lectura del siguiente texto. Otra chica al fondo, en toda la esquina de la sala, comenzaba a leer un texto sobre Heródoto. La chica de la pregunta, por su parte, revisaba su celular. Se alcanzaba a distinguir una conversación de whatsapp. De pronto, de la nada, durante el mantra de la lectura, se paró y salió a contestar un llamado. El cambio de página había aliviado la tensión, pero no la incertidumbre. Una suerte de neblina teórica obligaba, sin embargo, a seguir la clase. Textos y preguntas como esas marcarían la diferencia, a la hora de la verdad. Era solo la sospecha irracional frente a la posibilidad del error.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Servicio de funerarias en la radio. De fondo suena “Con su blanca palidez” de Procol Harum.
"A mi me tinca que usted no se va a acordar de nosotros cuando salgamos". Ante la repentina declaración de la alumna, respondía de una forma un tanto cínica: "Pero no sea pesimista. Claro que me acordaré de ustedes. Claro que me acordaré de usted". Le respondía de esa forma, bajo una aparente formalidad, aun sabiendo que su declaración era tan honesta como cierta. La chica por su parte respondía de vuelta: "Y ¿por qué habría de acordarse de nosotros?". Antes de pensar siquiera en volver a dirigirle la palabra, con la mirada fija, un compañero se interpuso y le replicó: "Por habernos hecho clases, por ejemplo". Como era habitual, no habían pescado demasiado la clase ni sus objetivos, pero con ese diálogo errático daban a entender que en el fondo todo esto no es sino un proceso, una etapa sujeta a un recuerdo fugaz y luego a una memoria selectiva. Intuyeron en parte lo esencial: que la misma lógica escolar se aplicará, tarde o temprano, a todo orden de cosas. Recuerdo, olvido y luego el infaltable aparato de la ficción, eternoretorneando el sentido, haciendo de las suyas, volviendo a la vida lo que le conviene, escondido, camuflado bajo la forma del aprendizaje y la experiencia.