"Articular
el pasado históricamente no significa descubrir ‘el modo en que fue’
(Ranke) sino apropiarse de la memoria cuando ésta destella en un momento
de peligro. El materialismo histórico quiere apropiarse la imagen del
pasado que, de repente, se aparece al hombre seleccionado por la
historia en un momento de peligro. El peligro afecta tanto al contenido
de la tradición como a sus receptores. La
misma amenaza pesa sobre ambos: la de convertirse en instrumento de
las clases dirigentes. En cada época deben realizarse nuevas tentativas
para arrancar a la tradición del conformismo que pretende dominarla. El
Mesías no viene sólo como el Redentor: él viene también para derrotar al
Anticristo. Sólo aquel historiador que esté firmemente convencido de
que hasta los muertos no estarán a salvo si el enemigo gana tendrá el
don de alimentar la chispa de esperanza en el pasado. Pero este enemigo
no ha dejado de vencer." Así rezaba Walter Benjamin en sus Tesis sobre
la Historia. Tiempo después, se suicida. ¿Será la figura del mártir la
del ángel del tiempo? ¿Es acaso posible condensar en una pura llamarada
temporal, en un solo instante seco de plomo, las ascuas de una gran
fogata histórica que nos ilumina a la vez que nos precipita a arder en
ella?
Nos enseña que la memoria debe arder, que quienes recuerdan
están imbuidos de ese presentimiento ígneo, que del montón de sesos de
los iluminados, vagando por la curvatura de un tiempo humano, podremos
encontrar alguna clase de sinapsis o conexión con aquella historia
enterrada, aquella casa hecha de cenizas, como si fueran la premonición
de una pureza desencantada, por la fuerza implacable de un Tiempo que se
sabe invencible.
Esos ángeles desterrados, esos hijos del plomo
histórico que tenemos por mártires, pululan entonces en cada ceniza de la
conciencia, mudos pero fulgurantes, con un misterio como juramento:
aprender a arder para que en ese acto se sienta la Historia. Sin embargo, "la buena nueva, que el historiador, anhelante,
aporta al pasado, viene de una boca que quizás en el mismo instante de
abrirse hable al vacío", sentenció Benjamin. Si no existe lengua alguna
para el horror de un instante, si la propia lengua histórica traduce una
puesta en abismo al momento de su comunicación en el tiempo, no quedaría sino la salida del mito, la encarnación prometeica de
quienes dejan su materialidad por esparcir el fuego de una conciencia
tan ardiente como intraducible. De esas mismas ruinas sería posible
palpar aquel tiempo violento como una quemazón en la llaga de la memoria
colectiva.
Allende se suicidó, el plomo fue su testigo y ejecutor.
Sócrates se suicidó, su cicuta arde en el logos occidental. Giordano
Bruno fue quemado por la Iglesia, por defender la visión heliocéntrica.
El saber nos llega en forma de disparo, diría Benjamin, el tiempo jalará
del gatillo. La Historia es muda, si quienes no vencen no la escriben,
es preciso quemarse y que su lectura póstuma arda en los ojos de los nostálgicos. Que sea como un corazón material tan pleno de
sangre que se vacía: recordar.