domingo, 14 de febrero de 2016

Una cita con el espejo


Justo recordé que una antigua amiga decía, a propósito de San Valentín, que "voy a tener una cita con el espejo". Solo por eso me pareció encantadora. Tan única, tan diferente a todas esas que enarbolan cursilerías y fantasías color de rosa. No tengo su número y ni siquiera sé su nombre. Solo la recuerdo por esa frase suya, entre humorística y resignada. Ese humor femenino, sutil, tan diferente del doble sentido subido de tono. Tiene un dejo de ambigüedad: por un lado, reivindica que ella se ama a sí misma y ella es su cita preferida (frente al espejo); por otro, acepta que para el tan marqueteado día del amor ella lo pasará exclusivamente consigo misma, y posiblemente con sus amigas a disfrutar de la juventud, a hacer realidad la tan popular frase: "te quiero libre, linda y loca" casi como si fuese una premisa ideológica, un rosario que rezan para salir de juerga y sentirse emancipadas, libres de desear a quien quieran y expeler confianza con solo mover el cuerpo y abrir la boca, aguardando el día del amor con una histriónica alegría de soltera sin compromisos. 

Durante estos días, la población soltera parece que se divide en dos grandes grupos antagónicos: aquellos para quienes la soltería pasa a ser una especie de tabú, casi una carga que las almas atormentadas y solitarias deben llevar por ausencia o por falta de voluntad; y aquellos más optimistas que ven en la soltería una oportunidad para dar rienda suelta a su sentido de libertad y aventura, recurriendo a toda clase de excesos o empachándose de toda clase de proyectos personales. Sin embargo, la soltería en la mujer es radicalmente distinta a la del hombre. No está esa urgencia, esa desesperación sexual y animal que el soltero exuda hasta por los poros. No llega hasta ese extremo baboso al que llega un soltero. De hacerlo todo por un mínimo encuentro afectivo y ojala sexual. En la mujer, quizá la desesperación va por el conteo incesante del reloj biológico. Tiene ansiedad, claro está, pero la mujer en el fondo quiere responder a otra demanda, a otro fin mucho mayor: nada más y nada menos que la siempre promisoria demanda del amor, con sus consecuentes castillos en el aire . 

La amiga aquella, consciente de que todavía no era el momento para amar, se dio el lujo de bromear sobre su soltería y dijo que tendría una cita con el espejo. Minutos antes recordé que había hablado algo sobre el ex. Quiere decir entonces que la talla de la cita vino como una suerte de reacción a su estado anterior, una talla en el fondo muy amarga que viene a reírse de la idealización del amor a partir de lo que vivió. Ella se sobrepuso a la vergüenza de la soledad simplemente haciendo una parodia de su estado civil. Oscar Wilde, casi intuyendo la frase de la amiga, decía: "El amor propio es el comienzo de un romance para toda la vida". Y, en efecto, eso es. Antes de querer vivir en otra teleserie más, de recomenzar el círculo vicioso de atracción-conquista-estabilidad-ruptura, se debería dar con la variable necesaria, la condición previa para cualquier tipo de relación con el sexo opuesto: amar con creces la propia imagen frente al espejo, aunque haya que reconstruirla pedacito a pedacito o impedir que se empañe de realidad. Solo una mujer (y también Oscar Wilde antes de ella) podría haber dicho aquella frase, con una sonrisa sarcástica, esperando a que los otros se la compren y se sientan bien simplemente por estar mirándose al espejo todo el día, convencidos de que solo así el mundo entero se rendirá a sus pies y estarán listos para derrochar y recibir amor a destajo.