Qué extraño se siente escribir
sobre la morada del ocio y de la muerte,
esa muerte trasnochada y ebria
celebrando la broma viviente que soy,
y es ella la que acabará la broma.
Unas cuantas luces
me llevan a soñar el aburrimiento
de escritura intermitente, de ojos rehenes.
La parsimonia mía,
que intercambia monólogos,
comunicados a la pantalla,
la gélida luz que absorbe y atrapa
la boca que come de tus constelaciones
el satélite bufón de tu astrología.
El juego y olvido de las palabras
la mitología no enseñada,
la analfabeta alegría,
la alegría de atravesar puertas,
de sobornar los agujeros
de salar las equivocaciones
y jamás postergarse a sí mismo.
¿Debo hacer de mi solitario heroísmo poesía?
Cuando me defino asalta la duda,
el yo se presenta cual verdugo
como si fuese hijo del error o la vergüenza
¿Es la vergüenza la que me parte en dos?
¿Es la vergüenza la que redimirá nuestro contacto
Entre pliegues y miradas de infinito?
¿Es la vergüenza misma ese infinito del que me hablabas,
Esas tardes en vela, de sabor amargo?
No: es solo aquello que envolvías celosamente
para regocijo de tu espíritu caprichoso
Nuestras palabras dichas en el vacío
Ese montón de energía funeraria
¿tuvo algún sentido para nosotros?
Fue solo el juego de niños cósmicos
dentro de una fiesta de caos
Entonces ¿Para qué el sentido?
La conmoción podría ser la respuesta,
La conmoción del peso de las palabras
que se masturban en caverna
ante nuestra propia ausencia y presencia.
Así, en esta jornada de sentidos y contrasentidos
me trago el orgullo y puedo decir
que gracias a la bendita existencia
me declaro el héroe de nada y de nadie
y puedo acabar de derramar la tinta
el líquido sobre relatos que aún no existen.
Luego, me vuelvo frenético,
el signo interrogativo para amigos y enemigos.
En especial para todo y todos,
no saben separar entre figura y genio,
y ya no se puede ser uno sin el mundo
luego escribo, muero y el misterio subyace.