jueves, 11 de mayo de 2017

Encuesta Chile 3D

Según una encuesta llamada Encuesta Chile 3D que leen en la Ritoque, el 90% de los chilenos se encuentra sociable. Otro 93% se considera alegre. Un 90% optimista. Otro 69% (sí, 69) considera al matrimonio como la base de la sociedad. ¿Será esa la encuesta de Chile o de Disneylandia, wn? preguntaba Marambito.

Sintonizo la Ritoque. Programan un especial sobre canciones para esperar la lluvia. No precisamente canciones sobre la lluvia misma. Anuncian que para cuando acabe, también sería oportuna una seguidilla de canciones para después de la lluvia. Canciones para sopesar el fin del temporal. Para sopesar también el fin del desconcierto. Van armando en vivo una verdadera meteorología melómana. Lo que identifica el pronóstico del aguacero, señalan, es el advenimiento de una sensación de nostalgia latente. Para eso tocan A Hard Rain Gonna Fall de Bob Dylan. La clásica canción que anticipaba casi proféticamente la crisis de los misiles en Cuba. Decían, sin embargo, que Dylan negó esta referencia directa a la guerra, aduciendo que solo se trataba de una canción sobre "una lluvia fuerte". La lluvia quizá la metáfora de la guerra, la metáfora de la propia vida. Un regreso eterno de alguna guerra, imaginaria o no.

Después de ese tema, y justo durante la tarde, tocaron el Canto del Macho anciano de De Rokha, interpretado por Ocho Bolas. Sería esa la canción para durante la lluvia. El temporal mismo hecho música, hecho poesía. "Ojala esté lloviendo, esté lloviendo siempre" se le oía decir al poeta, precisamente en el momento que la ventana de la pieza cedía ante el viento, dejando caer unos cuantos goterones huachos cerca del velador, irónicamente a un costado de la cama deshecha como metáfora de la soledad.

Cerrada la ventana, y ya al acabar el tema de Ocho Bolas, comenzaron a hablar sobre la situación de los cerros tras las lluvias de la semana, y luego, sobre un recorrido porteño para el día de la Madre, proyectado para el día domingo. La alusión a las quebradas llenas de barro, a las instalaciones endebles pero temerarias, hacía pensar que los radiofonistas no tenían una música ni una sección melómana para la realidad después de la lluvia. Al parecer no había una música que expresara poéticamente semejantes calamidades. Solo el discurso cabía ahí, el discurso para poder entender y subsanar los efectos materiales de la lluvia sobre los cerros. No había finalmente una sección de canciones para después de la lluvia. La música se sentía sorda una vez acabado el temporal. Quizá únicamente por la inclemencia del tiempo. O su ilusa expectativa de futuro. No se sabía a ciencia cierta cómo amanecería mañana, de ahí la mudez de la música, de ahí la mudez de sus líricas.

El programa tenía que acabar. Los goterones huachos seguían ahí, indolentes ante la escampada. De pronto pensé que debería también existir -al igual que las canciones y su programación radial- una escritura para antes de la lluvia, llena de ilusión, romanticismo, esperanza; una escritura para durante la lluvia, grave, profunda, hasta cierto punto suicida, una escritura de la intemperie; y también una para después de la lluvia. Esa, por el momento, todavía no será posible, todavía no será posible escribirla, porque se dejará caer de una sola vez, sin que nadie la anuncie, como un soldado después de la guerra, agónica, desesperada o simplemente loca, loca de tanto luchar.