lunes, 2 de junio de 2014




“Un mundo que no puede ser amado hasta morir –de la misma manera que un hombre ama a una mujer- representa solamente el interés y la obligación del trabajo. Si se compara con los mundos desaparecidos, resulta odioso y se muestra como el más fallido de todos. En los mundos desaparecidos, fue posible perderse en el éxtasis, lo cual es imposible en el mundo de la vulgaridad instruida. Las ventajas de la civilización son compensadas por la manera en que los hombres se aprovechan de ellas: los hombres actuales las aprovechan para convertirse en los más degradantes de todos los seres que han existido. (...) Hay que llegar a ser lo bastante firme e inquebrantable para que la existencia del mundo de la civilización parezca finalmente insegura" George Bataille






Batallas en el desierto

Adónde irán a parar todos los mitos que encumbramos alguna vez, extasiados por el instante, ya no se trata de los libros que leímos, de las materias que aprobamos, ni de los piedrazos a la vuelta de la esquina... es una cuestión de sintonía, algo nos hace sentir más cercanos, cada vez que viajamos a la cuna de origen como en un regreso a alguna patria espiritual... no es el concepto bélico que consagra la violencia del espacio, es la búsqueda dantesca de la memoria, es el presentimiento de las llamas a pesar de recordar el barrio perdido, ese olor a sopaipillas en la tarde que cocinaba la abuela, esos pelotazos contra arcos imaginarios, esa niña que nos gustaba y que nunca vimos con otros ojos que los de ese gustar, esos rincones y sin embargo esas salidas, son las que todavía palpitan, cuando se pretende volver allí donde solo resta el polvo, la sombra de esa sopaipilla, de esos arcos, de esa niña, de la muerte de la abuela, son invocados como la compañía incondicional en este luto invisible, el que asiste y viene de lejos es en realidad el velado, como en la novela de Emilio Pacheco, sobre "Las batallas en el desierto"... en el cual el protagonista trata de reencontrarse con los personajes de su infancia después de la venida de los edificios y vigas sobre su antiguo barrio , allí la modernidad , frenética, no es sino el desastre del movimiento indiferente, que arrastra lo humano a su paso, como el insecto que deseara su inmolación... esos son todos los momentos que reconstruimos en la memoria, pequeñas batallas en el terreno baldío... son esas ruinas las que le permiten al tiempo aparecer, sin ese fin acabaríamos cautivos, vivos para siempre, en ese sueño eterno... (cuántas historias de cada rincón de ese cerro de la infancia, son todos como protagonistas de ese sueño, imagino la posibilidad de filmar, con alguna tecnología surrealista, cada una de esas escenas a lo largo de las décadas, ojala con la evidencia de que esos rincones se desintegran y mutan, lo pensé cuando vi un viejo cartel de Aldo Francia cerca del actual centro cultural del barrio, la posibilidad de una cineteca de los sueños, de esos patios traseros de Valparaíso (o inclusive cualquier otra ciudad de la región) pero también la de un visionado de las ruinas: el tiempo se sueña a si mismo, sobre las ruinas de los hombres)