jueves, 23 de febrero de 2017

Mecha corta

"Mecha corta" se les dice a quienes se ofenden rápidamente en un contexto de hueveo o los que explotan fácilmente al verse acorralados ante la falta de argumentos. En la red social veo muchos casos de mecha corta, que ante la menor desaveniencia o insulto se lo toman todo demasiado en serio y salen corriendo, o bien, en el peor de los casos, eliminan y bloquean al o los sujetos en cuestión. La versatilidad de la pantalla ofrece un nutrido campo de interacciones, pero también da paso para malentendidos discursivos, bajo la lógica de relaciones frías por demasiado distantes. Zizek hablaba algo parecido en un video sobre "la corrección política como nueva forma de totalitarismo". Decía que mientras más cercanos somos con el otro, mientras mayor confianza, se propicia el espacio para una atmósfera saludable de contacto obsceno. Ponía el caso de la condescendencia de un jefe con su empleado. Entre más respetuoso era, paradójicamente la relación subalterna se fortalecía. En cambio, el mismo empleado con sus colegas de trabajo podía dar rienda suelta a la máxima desfachatez al estar con ellos libre, abierto al humor negro, al doble o tercer sentido, bajo una mirada horizontal. Se sigue de ese modo un contrato implícito, donde cada quien se burla del otro o incluso se insulta, agarrándose a chuchadas, sacándose la madre, bromeando sobre la condición de cada uno, poniéndose apodos, cambiando de roles, chistes en su mayoría denigratorios, captando que no por eso la relación se va marchitando, sino que al contrario, se va afianzando. Entre los pares uno puede decirse toda clase de groserías, incluso llegar a humillarse, pero subentendiendo que todo eso es puro hueveo. La gracia está en saber rebatirle al otro con una cuestión más ingeniosa. Ser rápido. Ser vivo. De hecho, quien dentro de ese contexto se llegara a ofender o se enojara, pierde. Se vuelve un mecha corta. Por supuesto, que hay límites y límites. No se trata tampoco de pasar a llevar a diestra y siniestra. Sino que de cachar, de reconocer cuando la cosa viene en buena y cuando viene en mala. Pero, por lo mismo, en la red social, al dar cabida a un sinnúmero de contactos, muchas veces conectados gracias a una relación fantasmal, inexistente, digamos, en la "vida real", el menor atisbo de discordia o de ataque ad hominem puede dar lugar a una odiosidad sin límites, al no existir aquel contrato obsceno subyacente que florece entre los lazos más personales y honestos. Eso puede verse representado en una distopía tipo Black Mirror, como la del episodio Hated in the Nation, en el cual ciertas figuras públicas eran odiadas por gente que no estaba de acuerdo con sus dichos y sus acciones, y que, al etiquetarlas con un hashtag de odio, iban muriendo de forma misteriosa. O en la sociedad reflejada en Nosedive, donde todos van subiendo una especie de puntaje de acuerdo a su valoración positiva de los otros y de si mismos. El simple hecho de ser valorado de forma negativa redunda en un menor puntaje, y por ende, en la ignominia y en la ruina. El peligroso punto en que ya nadie podrá decir nada del otro porque todo resultará digno de censura. El establecimiento de un respeto frío y también cínico. Una virtual dictadura de la buena onda.

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