sábado, 30 de junio de 2018

Dos anécdotas con Kaf Kita durante y después de la presentación de "Nietzsche, un pensador póstumo" de José Jara: 

1.- A modo de remate, la hija de Pepe Jara dio un emotivo discurso sobre la vida y la muerte. Su voz denotaba afectación. Luego, interpretó una pieza de teclado seguido de un arreglo musical con pie de cueca. En la parte que se suponía el público levantara las palmas, y se viera embargado con el ritmo, nadie atinó a nada, estupefactos, o tal vez, demasiado compuestos para la ocasión. "Es que son la mayoría eruditos" decía K, cuando se decidía a sacar dos tiempos con las palmas de las manos. Le seguía la corriente esperando que el sonido de esos dos pares de palmas contagiara al resto en un efecto dominó. (como suele suceder cuando alguien irrumpe con un aplauso y el resto le sigue aplicando la teoría de la imitación social). No hubo caso. El público permanecía sentado, únicamente escuchando la fiesta sonora en total pasividad. Solo terminando el show, y con las palabras de Warnken al cierre, eruditos y neófitos comenzaron a aplaudir de manera unánime en una especie de reacción en cadena. 

Kafkita recordó una frase sobre la extrañeza pronunciada por el Pancho Sazo. "Algo que te recorre el sistema nervioso. Algo diferente del asombro". También algunos apuntes sobre lo intempestivo en Nietzsche planteados por Martín Hopenhayn. Se suponía que la extrañeza y lo intempestivo se manifestasen allí, en los asistentes, durante el íntimo show de la hija del Pepe Jara, pero ni el martillo filosófico ni el espíritu de lo dionisiaco supieron inspirar un mínimo de desenfado en ese séquito formal. "Pero si Nietzsche hablaba de bailar, de la música y esas cosas. Y estos ni se mueven", repetíamos. El meta discurso vitalista, presente allí como fuerza latente, no consiguió remecer a nadie, en la práctica. Dios había muerto, y con él la tan bullada voluntad de los entusiastas. 

2.- A la salida, tomando un café, y comprando algo pa la choca, le recordé a Kafkita un cuadro en donde aparecía Platón señalando hacia arriba y Aristóteles hacia abajo, en una gran ágora llena de filósofos. La conversación salía a flote en una discusión sobre la metafísica. Ninguno de los dos se acordaba del nombre del cuadro ni del autor. "¿No será Donatello?", se preguntaba ella. "¿O Miguel Angel?". Dos autores renacentistas salían al baile. Había certeza de que eran de esa época, pero no se sabía quién, exactamente. De pronto, surgía una asociación inesperada: "Fíjate en sus nombres. Deben ser algunas de las Tortugas Ninjas". Una referencia pop, en medio de la bruma filosófica. Nos cagamos de la risa. Después, al ir bajando a tomar la micro, un loco hablaba a toda pala por celular, profiriendo garabatos y chuchadas. K quedó mirando y dijo: "No ves? A eso me refería. Puro mundo". 

Para el momento de la despedida, ninguno dio con el nombre del autor del famoso cuadro. Dos horas después, K mandó un mensaje confirmando que el pintor de La escuela de Atenas era Rafael, Rafael Sanzio. Era evidente. Era una de las Tortugas Ninja. "Y recuerda que tenían como guarida una alcantarilla, en el bajo mundo", comentaba ella. "simbolizado en la palma descendente de Aristóteles".

"Profe, mire pos, se están comiendo ahí ¿y no les va a decir nada?", se cuestionaba la chica revoltosa, refiriéndose a una pareja de cabros que estaban a la entrada de la sala de computación, abrazados, muy cerca de la pared. El chico de espalda solo miró hacia atrás, de reojo y siguió con lo suyo. La chica contra la pared, en cambio, asustada, se separó al toque y, justificándose, dijo: "No es lo que parece".

viernes, 29 de junio de 2018

"¿De qué nos sirve leer tanto?" preguntaba un chico durante la prueba coef 2 al notar su longitud. "¿Qué onda? ¿Nos tiene mala? ¿Nos quiere rajar?" se cuestionaba otro, siguiendo la inquietud del anterior. Una chica de más al fondo, sin molestarse en esperar la respuesta, dijo alto y claro: "Pues para poder aprobar pos aweonao". Risas. La alusión era práctica, y denotaba la urgencia de la mayoría por una lectura instrumental. La más matea, al fondo de la sala esta vez, le gritaba que para "entender". "Porque no basta solo con leer, tení que entender lo que leí poh". Otra alumna trataba de seguir la idea de sus compañeros, la idea del fin de leer, su fin perentorio. "Pero si ya sabemos leer, con eso basta". Su compañera matea insistía en que eso no era suficiente. Que hacía falta "hallarle la gracia". Salía al paso de repente la chica solitaria, salvando la situación, y preguntaba por una viñeta de un comic del Popol Vuh que no supo asimilar: "Por más que lo leo, no me hace sentido. Aunque le encuentro un aire al Génesis". Su rostro denotaba un nerviosismo creciente. Para ella, la resolución de ese ítem, asociado al mito, debía pasar por el cedazo del sentido, de lo contrario, su lectura en sí misma lo perdería. Pero ella en el fondo también quería resolver ese impasse comprensivo, tal como el resto de sus compañeros, para poder al menos salvarse con una nota decente. Cuando hubo terminado la prueba, y el resto seguía calentándose la cabeza con los tres textos dispuestos para el extenso examen, la chica solitaria entregó su prueba y preguntó si acaso podía sacar su celular. En la pantalla, de forma subrepticia, se alcanzaba a notar un texto de Blue Jeans, "La chica invisible". Ella sonreía tranquilamente al ir tocando la pantalla para cambiar de página. No es que lo útil se subordinara al sentido. El texto, su lectura, debía servir a cierto fin emergente. Hay lecturas por placer, y hay lecturas por deber. Entre ellas media una frontera, un límite clandestino, a veces invisible, entre el oficio y la pasión.

miércoles, 27 de junio de 2018

Preguntas herejes en una prueba de lenguaje: "La Biblia ¿podría considerarse un libro mítico? ¿Por qué?". Metiendo el bichito de la duda o el bichito de la maldad...
Tres investigadores de Oxford han publicado un artículo en el que refutan la idea de que pueda haber vida inteligente allá afuera en el espacio, confirmando el hecho de que como especie estaríamos completamente solos. El artículo explica a su vez la paradoja de Fermi para la tesis de los investigadores, según la cual, teniendo en cuenta la edad del Universo y el tamaño de la galaxia, debería ya estar repleto de civilizaciones inteligentes y, al menos, una de ellas debería haber detectado a la humanidad. Luego, Frank Drake habría resuelto esa paradoja mediante una ecuación en la que explicaría matemáticamente la conjetura respecto a la posibilidad de la existencia de civilizaciones inteligentes en el espacio, independiente de que estas no puedan ser conocidas aún por el ente humano. Pareciera que de acuerdo a las conclusiones de este artículo, todo apunta a una incertidumbre cósmica que lleva al abismo de la soledad. La soledad espacial del humano, de acuerdo a esa tesis demoledora, sería demasiado probable. Que no completamente cierta. La ciencia en este punto siempre se aproxima a la realidad, pero se le va en collera su relieve, su fondo. Como la teoría del big bang, avanza en cuanto su perspectiva se expande, pero carece de piedra de tope. He ahí su vicio y también su virtud. Pero más allá de que se demuestre o no científicamente nuestra desolación a nivel universal, el hecho del extraterrestre ya excede el mero plano de la ciencia dura. El extraterrestre no es otra cosa que un excedente de nuestra alteridad. Un vástago de la ficción especulativa. Basta con dimensionar otras realidades y otros universos para hacer del extraterrestre un ente posible. O tal vez la respuesta a nuestra soledad no se encuentre solamente afuera, sino que adentro. ¿Habrá otros mundos? ¿Estarán acaso en este? tomando la frase de Paul Éluard. Del modo que sea, el extraterrestre sigue ahí, etéreo, metafórico, abduciendo nuestra imaginación. La soledad humana no es otra cosa que su nicho.

martes, 26 de junio de 2018

Otro alumno más (también paco) disertó sobre la Gendarmería de Chile. Pero no con el fin de reivindicar la imagen de la institución, sino que con el fin de describir su estructura y sus hazañas. Sostuvo que la institución últimamente ha sido más reactiva que predictiva. Y era necesario, según él, pasar a un modelo más preventivo, con tal de evitar el delito, no tanto reducirlo ni reprimirlo. Aunque parezca inaudito habló sobre la película "Minority report". "Esa es la política que deberíamos adoptar. Esa es la policía del futuro". La referencia cinéfila en todo caso -explicaba- era solo simbólica. No se trataba de llegar a un "crimental" orwelliano ni mucho menos. Su irrupción buscaba más bien asociar la idea de la predicción al argumento sobre la necesidad de prevenir antes que reaccionar sobre los crímenes. 

Al finalizar la presentación, un compañero le comenzó a preguntar respecto a la tortura de los ecuatorianos culpables de asesinar a una señora. Este dijo ser consciente de la situación interna de los reos dentro de la cárcel. "La mayoría de las veces, un oficial tiene que estar a cargo de más de cincuenta internos. Mantener adentro la autoridad y, al mismo tiempo, el límite de la corrección ética es una cuestión super difícil. Se trabaja siempre al límite, por lo que cuestiones como las de aquella tortura te ponen entre la espada y la pared". De soslayo mencionó al gendarme que fue detenido por no interceder durante lo ocurrido. "El gendarme no podía hacer mucho, estando él solo y sin el equipo de respaldo. Se le acusa de omisión o de complicidad, pero no consideran la otra parte". Era claro que el alumno defendía al oficial en contra de su formalización, a su juicio, injusta. Argumentación lógica o bien conmiseración con un semejante. 

Sobre aquel punto no parecía haber réplicas. Aunque luego el mismo compañero del principio le volvió a sacar la tesis de la presentación. "Y entonces ¿cómo prevenir una tortura? ¿Qué pueden hacer ustedes para prevenir un ajusticiamiento avalado por la opinión pública?". El alumno paco quedó pensando durante unos segundos. La pregunta quedó dando vuelta en un silencio intermitente, hasta que con seguridad salía al paso y respondía que esa era una interrogante que aplicaba para la sociedad en su conjunto. "Hay cuestiones que sobrepasan a la institución. Esta en su esencia funciona para "reestablecer el orden" y garantizar cierta seguridad, pero por lo pronto no puede hacerse nada -nada eficiente al menos- para evitar acciones que riñan con la ley, sin a su vez causar una especie de coerción. Es una tarea cultural creo, y a largo plazo". 

Cuando llegaban al por qué de los hechos, evidentemente los razonamientos oficiales se quedaban cojos. No podía haber una previsión exacta del crimen sin que se pudiese llegar a plantear una policía del pensamiento, y no podía haber una policía del pensamiento sin que esta involucrase una represión sobre la voluntad civil. Aun si existiese, por su parte, la posibilidad de un sistema de predicción del crimen, como en Minority Report, este seguiría siendo un sistema reactivo, solo que con el factor precognitivo y temporal a su favor. El alumno paco trataba de explicar a su manera que la idea suya era evitar el delito humano en sí mismo, cuestión a todas luces improbable, de proyección más idealista que realista, pero, por lo pronto, la propia existencia de las leyes y del orden policial se hacían necesarios en un círculo vicioso de causas y consecuencias. Eran parte integral del status quo, así como también lo eran, en cierta forma, la violencia horizontal y vertical. La cosa es que el alumno paco condenaba el procedimiento legal contra el gendarme acusado de omisión ante la tortura, y el compañero de la interrogante cuestionaba la capacidad de la institución policial para actuar y para pronunciarse moralmente frente al hecho de la venganza. "¿Qué otra cosa puede hacer un policía que no sea solo actuar sobre el hecho consumado? Imaginar que este puede llegar a prevenirlo y evitarlo. Imaginar un mundo en donde cualquier delito se pueda prevenir y evitar". Esa era la ilusión del alumno paco. "¿Qué otra cosa puede hacer la ciudadanía que no sea avalar la ley de talión? Creer acaso en eso llamado justicia, y creer acaso que su conducto regular es lo correcto pero nunca lo suficiente". Esa era la ilusión del compañero de la pregunta. Ambas ilusiones, más que disputarse el podio de la verdad, solo reclamaban un espacio que creen amenazado por los avatares de la contingencia.

domingo, 24 de junio de 2018

Si hay algo que detesto son los giles que toman como defecto el que una película "sea lenta". ¿Acaso la velocidad, la rapidez, en esta era vertiginosa, garantiza alguna categoría moral, algún criterio estético a priori? Sería algo que pensarían los futuristas, los vanguardistas fascistas de la historia. Pero luego vemos que el cine, hijo del movimiento, también puede concebir auténticas odas a la lentitud, la lentitud necesaria para la contemplación de las imágenes y la reflexión siempre escasa. Es cosa de ver cualquier película de Tarkovski. O ¡2001! con su última secuencia cósmica lisérgica. Y el cine de Haneke, con esos momentos en los que parece que no pasa absolutamente nada, y en el que lo anodino aparece regurgitado una y otra vez por el espectador inquieto, para cocinarse a fuego lento en forma de revelación. Lo digo a raíz de las principales críticas a Hereditary: su lentitud. Y es que no saben estos giles que en ese ritmo in crescendo, en esa tensión dramática a ratos asfixiante era donde poco a poco se iban manifestando los demonios internos y externos de una familia disfuncional, hasta llegar al remate final que servía de clímax para el oscuro secreto escondido en el árbol genealógico, provocando de ese modo en el espectador la dosis correspondiente de terror extático, justo a tiempo, en su medida necesaria. Si la película hubiese entregado todo en bandeja de plata, si hubiese sido una pirotecnia de efectismos, carecería del elemento sorpresa hitchcockiano y de la intriga que requiere la conformación de la secta demoníaca en la ficción. El espectador promedio, embrutecido por el desfile irreflexivo de las imágenes, detesta lo lento porque lo lento lo retrotrae hacia sí mismo, lo obliga a ser interpelado por la profundidad y el relieve filosófico de lo que está viendo. No quiere ver más allá de lo que ve, porque simplemente ve lo que quiere ver. En suma, se trata solo de un pequeño pedazo de imbécil que ve en el cine una proyección de su propio ego acelerado a la máxima potencia, opacando de suyo el celuloide de las muchas significaciones.
Caravana latinoamericana en Condell con Molina avanzando frente a la plaza Victoria. Lo típico. Batucadas por doquier, un mar de gente sumándose al espectáculo ambulante, bailarinas con pasos sincronizados que recuerdan a las murgas bolivianas. Había una sola, una sola que se desmarcaba de la lógica. Una jovencita vestida entera de una cruza entre diablo y tirana. En todo caso, parecía más diablo que otra cosa. Se movía sin orden ni armonía, de aquí para allá, simulando al voleo los pasos que las otras bailarinas, bellas en su simetría, ejecutaban con suma compenetración. Ella no. Lucía como viniendo de otro lado. En realidad no se sabía si provenía de la murga o si iba pintando el mono por las suyas. El caso es que se movía a su propia pinta, sin importarle que la caravana se fuera alejando, ni que ella se fuera poco a poco camuflando con los transeúntes inadvertidos. Al rato al dar la vuelta a la manzana, sin mayor aviso, y ya con la murga en otro sitio, la loca diabla reaparecía, saludando a unos pequeños. Frente a frente a los semáforos, minutos después, se sacó una foto con unos extranjeros. Cuando el tráfico en esa parte de la calle comenzaba a regularizarse, nunca más se supo de ella. En un malabar de apariencias, se había hecho humo. Había hecho suya la entropía de la fiesta.

sábado, 23 de junio de 2018

Érase una vez un país tan pero tan mediocre que tomaba las derrotas ajenas por victorias pírricas.... El nombre de ese país empezaba con ch de chaquetero.
En El exorcista fue Pazuzu. Ahora en Hereditary fue Paimon. A la salida de la función, una joven comentaba haber quedado pa la cagá. Asombro fue poco. Intriga, pavor por la maquinación, por el descubrimiento de fuerzas siniestras, tal vez. Hace tiempo que una película que se dice de terror efectivamente no me asustaba. La última creo fue La noche de los muertos vivientes. Pero era demasiado chico. Aún me pasaba rollos en la oscuridad. Con esta, en cambio, el demonio queda invocado, de a de veras. 

(Fui cero expectativa. Al principio parecía una peli genérica, pero la tensión y el horror fueron in crescendo, tanto así que el ruido de las palomitas y el murmullo de la gente desaparecieron conforme avanzaba la trama, hasta llegar a un silencio inquietante).
Grata sorpresa hoy en clases cuando la pillé a ella, a la chica solitaria, en la sala de computación, escuchando Roundabout de Yes. Dijo que el tema lo había escuchado de un supuesto meme con música. "No acostumbro a escuchar música antigua, pero esto tiene onda", aseveró. Ni idea a qué meme con música se refería. No fue el hecho del supuesto meme el que me intrigó, sino que el hecho de Yes sonando en los audífonos de mi querida y misteriosa alumna solitaria de séptimo básico. 

*Tengo otra anécdota: esta chica una vez en la biblioteca se puso a tocar el teclado. Interpretó el tema de Tapion de una película de Dragon Ball Z, que originalmente suena con armónica. Sus compañeros la rodeaban como extasiados. Me preguntaron si cachaba el tema. Fue tanto que parecía una verdadera artista de hamelin. Solo en lo que duró la interpretación de la chica hubo un orden genuino.

viernes, 22 de junio de 2018

A una cuadra de mi depa en la comisaría de Colón, una joven enroscada con quien parecía su pareja. Un paco trataba de detenerlos sin éxito. Por la forma en que los implicados forcejeaban, el paco lucía entre medio como si estuviese siendo tironeado de un lado para el otro. De lejos eso sí no se alcanzaba a captar el motivo ni el contenido de la discusión. Un poco más allá, en Carrera, un loco grababa de pasada algunos instantes del numerito. Su faz apenas se alcanzaba a distinguir cuando cruzaba hacia la otra esquina intentando pasar piola. Al atravesar hacia la otra acera y sin perder de vista la escena en la comisaría, otro loco estaba divisando de lejos todo lo que sucedía, abiertamente, sin necesidad de ocultarse: "Harto flaite la pelea", me comentaba de improviso, en el mismo momento en que pasé por su lado súbitamente. "¿Y era su pareja o su papá?", volvió a preguntar, con ánimo de darle rollo. Le respondí que no cachaba y seguí mi camino, todavía sin perder de vista la pelea y, además, observando por unos segundos al otro observador. Este al minuto atinó a cruzar y siguió como si nada. La joven se iba rumbo a paradero desconocido. El sujeto, por su parte, era devuelto a la comisaría. Hay un cierto placer oscuro en la observación. Lo he notado. Un morbo que lleva o a registrar secretamente el hecho escandaloso, (para regocijo personal o viral) o bien a contemplarlo en tiempo real sin necesidad de escondite, cual pasatiempo ciudadano. Hay un placer oscuro en la funa, sobre todo, en su voyerismo impune, anónimo.

jueves, 21 de junio de 2018

Barones nucleares


Lectura atingente...
Anoche una alumna del instituto (ya mayor) se puso a llorar luego de confesar que se encontraba estresada. Explicaba que además de estudiar trabajaba en un restorán y debía mantenerse a raya con su hijo menor. Contaba que durante más de veinte años se sacrificó para que sus hijos mayores entraran a la universidad. Lo decía con orgullo pero también con suma aflicción, al recordar la muerte de su marido hace más de un año, la cual le provocó una severa depresión. La viudez es dura, decía. La viudez sumada a la soledad y, a ratos, a la falta de recursos. Se disculpaba por estas "lágrimas de cocodrilo". No había de qué. Le consolaba un compañero suyo a su lado. No había de qué. "Somos humanos antes que estudiantes". "Somos humanos antes que nada". De paso el compañero aprovechaba la instancia de confianza para confesarse. Decía tener esquizofrenia. Lo decía con una naturalidad envidiable. "No logro acallar las voces que surgen cuando veo la tele o me veo al espejo". Pese a lo duro del diagnóstico, el alumno se veía tranquilo, comentando que lo suyo requería un tratamiento de por vida. Antipsicóticos, para ser estrictos. Para el cabro, con voluntad y concentración se podía vivir una vida llevadera, "aplacando las voces en su interior". Aunque remarcaba que cuando se veía ataviado de cuestiones incontrolables, aquellas molestas voces volvían a conspirar como un ejército de huéspedes. La sala permanecía vacía, mientras se volvía el confesionario íntimo de este par de estudiantes superados por sus circunstancias pero dando la cara pese a todo. "No vaya a creer que le hablamos para llorarle la carta ni para regatearle una nota", expresaba el chico de las voces, antes de salir de la sala. Los ojos de su compañera, al momento de atravesar el umbral de la puerta, aún no secaban del todo, pero delataban una serenidad escandalosa.

miércoles, 20 de junio de 2018

El carnet de identidad venció el mismo día en que cumplí la treintena. En estos momentos, voy rumbo al registro a renovarlo. Hubo doce días en los que permanecí en total y completa invalidación burocrática. Durante este trayecto recorro el limbo que media entre mi antiguo estado inválido y mi nuevo código de identificación. En lo que dura ese parsimonioso camino pruebo algo de aire libre. Muy a mi pesar, con cada paso regreso a ser un nombre y un número más en el universo civil.
Paula Díaz, una joven de 19 años aquejada por una enfermedad degenerativa que la tiene imposibilitada de realizar una vida normal, pide que le den la eutanasia, pero el gobierno se niega rotundamente: “Exijo mi derecho a descansar”, replica en un audio enviado por la familia. El presidente y la vocera de gobierno lo único que sostienen es que son "partidarios de la vida", por lo que no cederán a las súplicas de Paula, pese a que la decisión soberana pase por ella misma y con la venia de todo su círculo. Se plantea entre cada una de las partes una contraposición axiológica. El laberinto moral del oficialismo siempre ha sido su conservadurismo respecto a la consideración de la vida como algo "sagrado" per se (consideración ultra católica), aun cuando esta vida se encuentre debilitada o exenta de calidad o dignidad. Para el oficialismo, el mercado es el único ente libre. Según su perspectiva, el sujeto, el individuo no puede decidir ni siquiera sobre su propia vida, y está obligado a moverse bajo los parámetros de la funcionalidad y de la existencia vicaria a expensas de un sistema enajenante. Cuánta dignidad tenían en cambio los orientales con su buen sentido de la renuncia, del buen vivir ligado en extremo al buen morir. Si las condiciones o circunstancias vitales precipitaban al guerrero en la Antigua China a la deshonra o a la pérdida de la valía personal, entonces era automáticamente legítimo quitarse la vida como una forma de recobrar ese honor perdido. "Eutanasia" significa aquí buen morir, como forma no tanto de escapar de una mala vida, como de compensar o reestablecer la integridad del sujeto atravesado por la implacable red de las consecuencias. Paula es a su manera consciente del dolor propio y el ajeno y, a la manera del bushido, opta por la renuncia voluntaria. La razón axiomática nada tiene que hacer aquí, en el ejercicio de esta lucidez sufriente. Si no puede ser libre y plena en vida, ella implora al menos ser libre y plena en el instante de la muerte. En eso consiste todo el arte de morir: en una elección hecha quizá no con los suficientes recursos, pero sí con el suficiente pulso.

martes, 19 de junio de 2018

Reseña sobre "Romance" (1990) de Dorso

Creo justo hablar de un discazo legendario, de otro planeta, extraña y orgullosamente chileno. Cuando escuché el disco por allá el 2006 me voló la mente. Había escuchado antes el Espanto gracias a Maldita sea, pero esta otra volada que descargué por Ares, obseso con la discografía de Dorso, era demasiado para oídos aún acostumbrados al thrash y al rock de la generación X.

Imagínense estar en 1990 y escuchar la publicación en cassette de una cruza entre Rush y Queensryche y un concepto que recuerda a ratos a los albumes de Genesis con Peter Gabriel. (Y que conste que era casi en la misma época de Dream Theater y del auge del comercialmente renombrado "metal progresivo"). 1990, pleno período de la transición a la democracia. 1990, casi en la misma época en que Patton revolvería el gallinero de la Quinta Vergara, fue casualmente el año cósmico en que todas las criaturas dorsálicas se alinearon, y en el que estos adoradores de Lovecraft, el cine y el prog rock inglés lanzaron su loco y majestuoso "Romance" en Casa Constitución.

De la bizarra imaginación del Pera Cuadra surgía esta especie de tragedia épica en la que se cuenta la historia de un tal Reytec y su pasión enfermiza por una musa que lo lleva a codearse con seres desconocidos y fuerzas incontrolables. Una propuesta totalmente impensada en un Chile todavía tan a la sombra del oscurantismo político, y bajo el dogmatismo de la forma cultural y musical. 

Qué le importaba a la sociedad chilena noventera de esa época, aún embargada de resaca histórica, la fantasía conceptual de un montón de metaleros con referencias literarias y cinéfilas, embriagados de ficción y de ritmos eléctricos. Este disco en realidad no comulgaba con su tiempo, estaba pensado para nosotros, los melómanos del nuevo siglo, reivindicando las postrimerías del metal, de Chile, del propio globo caído el muro, caído el viejo orden, para rearmar nuestro propio moderno prometeo, nuestro propio nicho de viciosa y virtuosa creatividad.


Unos alumnos de Ingeniería en Administración disertaron sobre Haití. Su enfoque fue hacia el lado crudo de la realidad del país, partiendo de la propia experiencia. Mediante un análisis crítico de la historia y la estructura política haitiana, contaron cuando ellos fueron a hacer una "misión de paz" patrocinada por la ONU durante su servicio militar. Hablaban de una emboscada hecha por algunos agentes corruptos, en donde uno de los alumnos casi no la cuenta; además de una particular anécdota con los "chimeres", que para el grupo conformaría nada menos que el 10% de la población. Serían aquellas cuadrillas violentas sumidas en el más profundo nihilismo. Uno de los locos explicaba que los chimeres muchas veces eran contratados por la propia policía para misiones secretas. Algunos de estos mercenarios se confundían de día para luego pasar a la acción de noche. El límite entre lo institucional y lo ilegal no era tal, era tan difuso como el orden de la atmósfera que rodeaba su maltrecho panorama. Los chimeres estaban dispuestos a trabajar con toda una cuadrilla con tal de establecer y perpetuar el orden subrepticio. Jugaban sucio porque las propias reglas lo eran. El cabro baleado seguía argumentando que el caos estructural de Haití se va arrastrando fundamentalmente desde su independencia de Francia. Y eso, decía, sumado a su posición geográfica estratégica con Cuba. Se contaba del antiguo proyecto HAARP. El terremoto en Haití y la conspiración yanqui con respecto a los armamentos nucleares. "Haití ha vivido su historia bajo fuego cruzado", concluía el cabro baleado. Su compañero al lado remataba diciendo que cualquier esfuerzo inmigratorio no será suficiente, y supone nada más que una solución provisoria mientras no intervenga un organismo internacional conjunto a resolver el desorden interno de la propia soberanía haitiana. "Estamos todos en la mira yanqui. Somos todos el patio trasero de las potencias, pero no dejamos de estar en un lugar privilegiado, comparado con el fuego cruzado de Haití", remarcaba ahora un tercer compañero, para reforzar la idea ya expresada por el cabro baleado en aquella barricada durante la misión pacificadora. Las chicas que estaban sentadas preguntaron si acaso lo que salía en los medios respecto a la inmigración masiva de haitianos subvencionados por el Estado era tan así o podía llegar a su fin. El cabro del principio explicaba que claramente era una solución provisoria dada la crisis insostenible, pero que a larga podía transformarse en algo contraproducente si no se atacaba el problema de raíz. "Además, lo que sale en los medios es la punta del iceberg. Nosotros tratamos de ir un poco más al fondo. Algo de lo que alcanzamos a ver al menos de pasada en aquel viaje". Las chicas se mostraban intrigadas. Sus rostros las delataban. Al finalizar, una de las diapositivas contenía un audio, un fragmento de Paint it Black de los Rolling Stones. Terminada esa última diapo, todo se iba, literalmente, a negro.

domingo, 17 de junio de 2018

Día del padre. Solo caben de mi parte tres posibilidades de estados:
1.- Publicar el cuadro de Goya de Saturno devorando a su hijo seguido de un comentario irónico.
2.- Citar un fragmento de la carta al padre de Kafka. Un fragmento particularmente incisivo, lacerante. 
3.- Escribir una improbable "carta al hijo que no tengo" como respuesta a las constantes tallas, indirectas y cuestionamientos en la pega sobre este punto.
O, bonus track: Escribir una larga, tediosa reflexión que verse sobre el por qué de no ser padre (todavía) y sobre el por qué de no contraer (todavía) compromiso alguno (solo para camuflar en el fondo un errático sentido de la responsabilidad y justificar a tientas esta galopante y a veces insufrible y ya no sé si circunstancial o voluntaria libertad de "andar solo por la vida"...)
2:40. Silencio en el depa. Ausencia absoluta. Lo único que se alcanza a escuchar es el sonido de una sirena a lo lejos, un par de risas en la casa de al frente y el zumbido de los parlantes a alto volumen. Sobreviene de repente, mirando el techo, una pregunta metafísica, una pregunta que podría definirlo todo. ¿en qué consiste la noche? ¿qué hacer en ella?
Las colegas del colegio habían armado ayer una once sorpresa. ¿con qué motivo? Por motivo del día del padre. Una de ellas, la más señora, la organizadora de la once, levantó un vaso de jugo y dijo: -Un brindis por los padres presentes-. Éramos solo tres profes varones. El primero de ellos, el de biología, respondió que "a mucha honra". El segundo, el de educación física, el más viejo, por su parte, replicó que "muy a nuestro pesar". Se cagaron de la risa con un "tssss" largo y espontáneo. Venía mi turno. La organizadora me preguntó si acaso era padre o iba a serlo pronto. Le dije que ninguna de las anteriores. Solo atinó a decir que "ah ya". Sin embargo, volvió a detener la conversación para proseguir con el brindis, y esta vez para hacerlo por aquel colega que faltaba, el rezagado: -Y también un brindis por los futuros padres-. El resto de los colegas brindó de manera automática, casi mecánica, mirando al vacío. Perfectamente podría haber dicho "un brindis por los que no son padres". Pero esta fórmula no cabía dentro de la institución, ni dentro de su cabeza. Lo más cercano a esa idea era, para ella, brindar por la posibilidad remota, por lo que debía ser, no por lo que era. De pronto una de las profes, la más joven, cortaba una torta en partes iguales. Se apresuró a cortar un pedazo para el no padre. La señora organizadora me lo entregó con premura, procurando acabar luego la ceremonia, antes de que tocaran el timbre para volver a clases. Yo, en cambio, iba ya de salida.

jueves, 14 de junio de 2018

Tengo un alumno que es paco. A la vez estudia Enfermería. Para una exposición oral tenía pensado ponerse a debatir sobre la institución de carabineros y su imagen mediática. Su postura apuntaba claramente a reivindicar la alicaída imagen de los pacos ante la opinión pública, señalando que se deben acusar a los uniformados culpables por separado y no atacar directamente al conjunto de la institución. Las otras dos compañeras, más jóvenes, tenían en cambio una visión contraria, si se quiere, más cercana a la postura progre, que apunta a criticar la institución en su totalidad, como un todo que afecta por igual a todas sus partes, desde sus fundamentos (de violencia y arbitrariedad). Pese a la diferencia de visiones entre el alumno paco y las chiquillas, se notó que guardaban una complicidad especial. No existía esa especie de resquemor, ese resentimiento producto de una acción hostil. Ni tampoco ese sentido de la autoridad a la fuerza. Este paco no parecía tomar la ley por coerción. Ellas, por su parte, no atacaban al compañero por el solo hecho de ser paco, sino que al uniforme, lo que este representa. Atacaban un determinado modus operandi, una determinada forma de accionar la ley. Cuando se le preguntó al paco respecto al cabo baleado en la cabeza por una Uzi, y respecto al último caso del cabo que paró en seco a un chofer uber, decía que no era muy sensato que se elevasen como mártires ni que se usasen como estratagema política. Las chiquillas le preguntaban inmediatamente por qué. Este respondía que debido a la tergiversación de la imagen. Que era más conveniente repensar el rol de la policía y no poner a estos en contra de la sociedad. Se estaba ante un bizarro ejemplo de paco idealista. Un paco "correcto". Una de las chiquillas le sacó a Foucault. Algo sobre el poder. La otra, en una parada más punketa, le apañó sacando el argumento de la delincuencia como excusa para el control policial. El paco no sacó a ningún autor. Solo se refirió en términos abstractos a la justicia como emblema. Su método era inductivo. Partía de los casos polémicos ya descritos para razonar como gato de espaldas su crítica a la imagen periodística de los pacos. Aunque las chiquillas decían escuchar a su disímil compañero, no se les veía muy convencidas de sus dichos amparados bajo la lógica de la subordinación. Pese al calor y el antagonismo de las palabras proferidas, el grupo no dudó luego en poner cada uno de los puntos a debatir en el power que tendrían que exponer la próxima semana. El debate, su correlato discursivo, era la única ley en ese momento. Y debía hacerse cumplir. No hubo allí balazo retórico ni ad hominem insurgente. El incipiente debate servía como terreno de lucha para la ideología, pero detrás de ella se tensionaba el pensamiento, sujeto a sus respectivas implicaciones.
Cioran estaría con el aborto en Argentina. Lo dejaría expresado en El inconveniente de haber nacido: 
"No corremos hacia la muerte; huimos de la catástrofe del nacimiento. Nos debatimos como sobrevivientes que tratan de olvidarla. El miedo a la muerte no es sino la proyección hacia el futuro de otro miedo que se remonta a nuestro primer momento".

miércoles, 13 de junio de 2018

Antes que lector, antes que nada, fui gamer. De chico mi gran sueño siempre fue hacer un videojuego que emulase la vida real. Algo así como un rpg a gran escala. Claro que en un principio la idea era hacer una historia lineal tipo plataformas. De hecho, tenía ya una maqueta con un gran volumen de dibujos, escenarios, hasta trama escrita. Sin embargo, todo se perdió en un incendio. Quedó solo la trama incompleta en forma de novela. Ahí reposa todavía, esperando la voluntad de su jugador. Entre las tantas carreras que tenía destinada, sin duda estaba Diseño Gráfico, precisamente con el fin de llegar a cumplir aquel sueño roto de infancia. No sé en qué momento derivé hacia las letras y hacia la pedagogía. Ahora que lo pienso, quizá puede que escribir no haya sido otra cosa que sublimar la pérdida de esa posibilidad lúdica. Hago este insight a propósito de una reflexión sobre la industria del videojuego en el comentario de una amiga extranjera. Ella posteaba el fotograma de una partida suya en el juego Horizon Zero Dawn, exclusivo para la play 4. La cosa es que se fue dando un diálogo interesante cuando le confesé que ya me había retirado hace tiempo del mundo de las consolas, pero no así del mundo de los juegos. Que a raíz de su posteo había ya pensado en darme el lujo de comprar la play 4, solo para jugar alguna de esas maravillas de la nueva Sony. Esa sensación de poder entre las manos, recobrada. Su ilusión, al menos. La seguridad de estar siquiera manejando algo. Una imagen. Un sueño gráfico vuelto realidad, realidad virtual. La amiga comentaba que en estos últimos diez años de ausencia, los videojuegos habían estado creciendo mucho en el aspecto estético y narrativo (aunque no tanto tal vez a nivel de jugabilidad) y que incluso se atrevería a decir que muchos de los mejores artistas están -aunque parezca algo fuera de lugar- dentro de la industria del videojuego. Entusiasmado con su aseveración, le repliqué que no cabía duda, solo que la industria y el propio mundo gamer se encontraban aún relegados al puro ámbito del entretenimiento y el consumo de masas para la crítica de la cultura. Al notar el cuestionamiento, la amiga retomó el hilo, señalando que el cine en su tiempo también fue considerado como entretenimiento banal, despreciado por los intelectuales de la época. Lo mismo con la fotografía, criticada por Baudelaire como refugio de "pintores fracasados". Ella daba a entender que con el videojuego estaba pasando algo parecido. Que ya era hora de reivindicar algo que a todas luces estaba dando que hablar más allá del aspecto puramente tecnológico. En un impulso desmedido, le señalaba que no había por qué negarse a la posibilidad de considerar al videojuego como experiencia estética legítima, más allá de su sujeción consumista. Un arte "menor", impulsado por una industria "mayor". Terminaba de agregar que los visionarios, los verdaderos vanguardistas, deberían poder ver ahí el próximo arte del futuro. La chica decía entender y volvía luego a comentar con otros usuarios el artbook de franquicias como Final Fantasy o las definiciones gráficas de The witcher. La tentación de volver a jugar seguía ahí, latente. También su enérgico ejercicio de obsesión. Mientras tanto, la tentación de escribir le servía como vicaria. Esta última, más mortal que la otra. Pero al final, ambas, deudoras de la imaginación, asesinas de la "vida real".

martes, 12 de junio de 2018

Nadal, aplaudido por todos, luego de su undécimo Roland Garros, hasta por Federer. En esta noche fría, sin atributos, me hace recordar los dichos de Robert Musil: "El triunfo de un caballo de carrera o de un deportista es inapelable, medido sin discusión". En cambio, qué son las glorias de los escritores en comparación con esos triunfos olímpicos, puras victorias pírricas, victorias imaginarias, aplausos protocolares, derrotas convertidas en glorias interiores, madeja existencial vuelta materia de exhibición.

lunes, 11 de junio de 2018

Ya tengo 30 años. Estoy sentado junto a la ventana, mirando el charco de agua que se deja colar en el entretecho, mientras continúo tirando al suelo el desperdicio de las termitas y repitiendo el ritual de todos los domingos ¿qué se supone que cambió? ¿Qué folio? ¿Qué página de qué libro fue arrancada? Un título de una novela de Electorat me hace sentido en este momento: la burla del tiempo. ¿Cumplir años es solo cuestión de biología, de cronometría? ¿O tiene que venir necesariamente seguido de una reflexión lacerante, de un autoanálisis morboso, para que la experiencia no se sienta solamente como un residuo, y en algo tenga que cuajar? Se celebra acaso la pura casualidad de nacer, (su inconveniente), bajo unos parámetros ajenos, el tiempo y su realidad atravesado de condiciones, de coordenadas ilegibles, a través del cual se va urdiendo esta trama de aciertos y de derrotas, solo para engañarse a si mismo y seguir adelante, impulso ciego de la vida, disfrazado de voluntad, desconociendo el origen y tampoco visualizando del todo el final, aunque intuyéndolo paso a paso, año tras año. Cumplir edad como quien paga una deuda. Se abona en vida el tiempo que la muerte nos adeuda en préstamo. Ya tengo 30 años, y ahora me tomo el último tapsin guardado en el cajón del velador desde el invierno pasado, solo para seguir dándole a la matraca del destino y obviar el hecho de que la lluvia, como el tiempo, puede volver a amenazar.

viernes, 8 de junio de 2018

Recordemos lo que dijo Anthony Bourdain sobre el completo: "¿Qué le puedes decir a un tubo de carne a la Ron Jeremy nadando en un mar de palta y mayonesa? No sé cuán borracho hay que estar para comérselo todo". Si uno hila fino, no se trataba precisamente de una crítica lapidaria al tocomple, sino que era un comentario fiel al estilo Bourdain, que nunca fue condescendiente con ninguna clase de comida. El loco era un visionario: de lo que estaba hablando en realidad era del tocomple y su cualidad de bajón. Cuán borracho se debe estar para zamparse uno. Sin cachar la idiosincracia, adivinó el placer culpable de medio Chile. Por algo debería ser conocido como "el Mick Jagger de la cocina". Bourdain, si fuiste al cielo seguramente allá arriba te esperará un carrito. O si te fuiste al infierno, destino mejor, el cachuo te recibirá allá abajo con un perro caliente.
Cuando subía al patio central del colegio para ir a comprar al kiosco, caía una pelota que una de las cabras en educación física había tirado hacia el patio contiguo, justo en el momento que iba subiendo las escaleras. Alcancé a atajar el balón y se lo arrojé de vuelta a la cabra. Era aquella. La mini escritora. La chica silenciosa y solitaria. Una amiga la esperaba arriba en el patio central pero al rato se dio la media vuelta. Al tener el balón en sus manos otra vez, se acercó y empezó a decir: "Profe, ¿no le ha pasado que de repente no sabe si lo que está viviendo se le olvida? ¿como que se repite pero luego no sabe que pasó?". Algo asombrado por la pregunta, le replico si acaso se refería al deja vu: "No, no es eso. Es como si lo que estuviera viviendo se esfumara. Algo así como un sueño, no sé. No sé si le habrá pasado". Le respondía que sí, que más de alguna vez. El problema de la chica, intuido a la rápida, era quizá uno sensorial o, en última instancia, reflexivo. No podía distinguir entre la interpretación onírica de lo que sentía o bien su interpretación perceptiva. ¿Acaso se puede distinguir a ciencia cierta, tal límite? Ese era el dilema surgido. El contratiempo. Nuestra pequeña Segismundo, con esa inquietud no resuelta, volvía así con la pelota en la mano rumbo al patio central. La pelota era lo único tangible (¿metáfora del mundo?). La pregunta y su respuesta se esfumaban como el propio contenido de su cuestionamiento al paso. Antes de alejarse lo suficiente, alcanzó a decir: "puede que solo esté loca o chata". No me quedó otra que reírme de su ocurrencia.
Avisaron en el colegio que un chico de tercero medio había muerto. En realidad supe por boca de unas alumnas. De inmediato, conmoción, seguido de un silencio sepulcral. Desconocían las razones. Una alumna, la más revoltosa, tenía los ojos llorosos. No era precisamente a propósito de la muerte, sino que a raíz de un bullying que según ella le hizo una profesora, acusándola de haber molestado a una cabra de otro curso. Ya secadas sus lágrimas, comenzó a comentar con otras la muerte del cabro, que tenía en jaque y de capa caída al colegio. Al rato, cagadas de la risa por unas fotos locas que se sacaron en el baño. Terminando la clase, la chica de las lágrimas volvía al rostro circunspecto del principio. Se fue sin despedirse. En eso entró la señora del aseo consternada por el hecho funesto. Aseveró que al cabro le dio un paro cardíaco mientras jugaba a la pelota: "Tan joven. Cuando se muere joven es más triste". repetía la señora en el momento preciso que barría la suciedad dejada por mi curso. Al salir para ir a dejar el libro de clases, la inspectora general, por su parte, ordenaba una pila de papeles encima del escritorio. Volvía a referirse al lamentable deceso: "Mañana habrá una misa para despedir a X. ¿Usted puede ir?". Intuía, muy en el fondo, una respuesta empática, pese a la negativa. La ética, la conmiseración de la vida te persigue más allá del aula. Le decía que no podía ir, pero que el chico permanecía sensiblemente en mis pensamientos, a pesar de no haberlo conocido jamás. La inspectora, al parecer, lo entendió aunque no era la respuesta más afortunada. Lo lógico era que fuese, pero el tiempo apremia. La salida de clases a oscuras se sintió de lo más apacible. Los alumnos y apoderados realmente parecían salir de un cementerio en lugar de una escuela. Resulta paradójico que casi lo único que articule un genuino sentido de unidad, al menos de forma provisoria, sea la muerte; la partida del joven alumno, dejando a los vivos, a sus tutores vivos, con la sensación de que no hay otra maestra que la parca.. "Cuando se muere joven es más triste".

jueves, 7 de junio de 2018

En medio de un operativo anti drogas, muere un joven cabo de un tiro en la cabeza dado por una UZI. La UZI dicen que pudo haber sido robada, pero también que incluso algunos infiltrados de carabineros se la entregaron a los narcos. Por si fuera poco, durante el operativo policial, un artista callejero es atropellado por una patrulla en un sitio no habilitado. Reacción en cadena. La prensa publicita en primera plana la muerte del paco. Redes sociales alegan contra la casi nula información sobre el artista muerto. Dilema institucional. Crítica chomskyana de los medios. Evidentemente algo no anda bien. La institución enarbola a su mártir. La sociedad reivindica a un anónimo, contra aquella. Teoría del caos. Efecto mariposa país.
Ad portas de la mal llamada "vuelta de página", del abandono de los ventisiempre, para comenzar los treintasiempre, y hasta siempre y nunca jamás, en un rodeo incesante de años y derrotas, de celebraciones y defunciones, solo puedo sostener lo que ya había dicho Virginia Woolf en su Orlando: 

"Así, a los treinta años más o menos, este joven señor había experimentado todo cuanto la vida puede ofrecer, y la vanidad de ese todo. La ambición y el amor, los poetas y las mujeres eran igualmente vanos. La literatura era una farsa".
Había salido hace poco un comunicado respecto a la demora excesiva en la construcción de los estacionamientos subterráneos que iban a hacer en la Plaza O higgins. Se debía al ya impresionante hallazgo de restos de cerámica e incluso de cadáveres de la cultura diaguita (en realidad originarios de la cultura Aconcagua bajo el reinado inca) ocultos bajo tierra quizá hace cuantos siglos, motivo por el cual los susodichos estacionamientos tendrán que esperar hasta nuevo aviso, al menos hasta que el Consejo de Monumentos Nacionales dé el victo bueno para trasladar aquellos restos hacia el Museo de Historia Natural de Valparaíso. Ante eso, salieron algunos miembros del Consejo Regional Diaguita de la Región a protestar, aduciendo una completa profanación y cero respeto por el paradero de su antigua civilización. "Rogamos a la Pachamama que les permita seguir su viaje tranquilos. Lo que ocurrió fue algo no querido", habría dicho la vocera del Consejo, rechazando la decisión de disponer de tan valiosos restos para uso y abuso de los extranjeros, sometiendo el tesoro dormido a una vulgar vitrina exhibicionista. Son pocas las cosas que a estas alturas sorprenden en Valpo, pero el hallazgo de los restos diaguitas bajo la plaza O Higgins durante la construcción de estacionamientos subterráneos para las ratas del Congreso, resulta por lo bajo algo simbólico, no solo digno de análisis arqueológico sino que de ficción novelesca. ¿Qué habría salido de ahí si el hecho lo hubiese descrito Hugo Correa? ¿La resurrección cósmica de un pueblo perdido bajo los escombros del poder? O qué tal si el hecho fuese abordado por el kitsch terrorífico: zombies provenientes de la cultura diaguita invaden el corazón del Congreso y del puerto, en una vendetta ficticia entre indios, mestizos y huincas. El asunto por su grado de magnitud da hasta para especulación historica: ¿Qué pasaría si los propios restos de la civilización occidental, hija del desecho, fueran encontrados debajo de una hipotética plaza cercana a un hipotético congreso en alguna ciudad puerto del futuro? ¿Serían también estos sometidos a vitrina para regocijo de las generaciones posteriores? Estos restos de civilización muerta nos recuerdan que todo se acaba, que la nuestra también morirá irrevocablemente, y que el curso de la historia sigue su máquina podadora, a pesar de todo, en una espiral infinita; nos recuerdan que pronto aquello que se atesora hasta con los dientes y que se cree el cúlmine del progreso humano puede terminar hecho nada más que una figura de exhibición en el mostrario de algún museo allende el tiempo. Los sueños, las esperanzas, la memoria, vueltos fósiles de una ilusa pretensión llamada eternidad.

miércoles, 6 de junio de 2018

"La vida es una fiesta a la que no fui invitada". Solo recuerdo el rostro y la silueta de la chica poeta que escribió en su tiempo ese verso, no así su nombre. Como ella, tampoco suelo ir a donde no me invitan.
Lectura de ensayo sobre el cyber bullying con posibilidad para el debate en Séptimo básico. Rotundo fracaso. El curso portándose cada vez peor. La clase tenía potencial pero todo se fue al barranco disciplinar salvo por contadas excepciones (siempre los más calladitos) que consiguieron al menos esbozar un intento de opinión al respecto. 

Escritura ensayística sobre la vocación para los alumnos de Ingeniería en Geomensura. Éxito absoluto. El curso se vio tan entusiasmado con la redacción de los motivos y las anécdotas sobre el ingreso a la carrera que hasta se tomaron la molestia de iniciar una pequeña charla improvisada, en donde cada uno confesó su experiencia al resto mediante una lectura y un posterior diálogo. 

Todo esto sucedió en un lapso no superior a cuatro horas. Si me preguntaran qué se entiende por ensayo como género limítrofe, he aquí dos ejemplos gráficos. El ensayo como puesta en abismo entre la doxa y la episteme. Y la pedagogía, a ratos, como una disciplina estoica a medio camino entre la realización y la desesperación.

martes, 5 de junio de 2018

"No ha quedado demostrado, ni mucho menos, que el lenguaje de las palabras sea el mejor posible". (Artaud). 

Por extensión: 

"No ha quedado demostrado que el mundo de los hombres sea el mejor posible".
La arjonización de la poesía, el luchojarismo de los poetas.

domingo, 3 de junio de 2018

Un librero en la feria de O Higgins, al notar que comenzaba a hojear un libro de Barbellion por ahí encima de la vitrina: -Consulte casero-. Le dije que no se preocupara, que solo estaba viendo. La respuesta que cualquier vendedor de libros usados ansioso menos espera, y con todo derecho. Lo lógico sería que al revisar cualquier título el cliente estuviese interesado en comprar algo. Pero no. Resulta que el tanteo es parte inevitable del ejercicio de vitrinear libros. Sin embargo, esto al vendedor no le pareció bien y enseguida dijo: -Recuerde que si va a revisar algo, mejor cómprelo. Esto no es biblioteca, con todo respeto-. Una señora que revisaba un libro de Baradit a mi lado, La guerra interior, oyó el comentario y miró con seriedad y algo de espasmo. La lectura al paso, indecisa, solo tanteando, constituía una violación para nuestro vendedor. Para él era como si en un puesto de verduras el cliente se pusiera a probar un tomate con cáscara y todo. La lectura furtiva como voracidad impaga. Cada palabra leída, cada hoja manipulada por manos ávidas sin pagar su respectivo precio involucraba una verdadera profanación de su producto. Un mal uso de su ya carcomida calidad material. Pero qué importaban las condiciones comerciales de nuestro malhumorado vendedor si eso significaba robar unas cuantas líneas aprendidas a la rápida y a la mala, a cambio de no tener que desembolsar en la compra del libro. Un acto tacaño, dirán algunos. Jugar al límite de las posibilidades, dirán otros. Existirían de esa forma, dos clases de vendedores de libros: -Quienes no ponen peros a la hora de permitir la hojeada de sus títulos a los clientes previa compra: -Quienes establecen que un título solo puede ser tocado y hojeado una vez se realiza su compra; y, por su parte, dos clases de merodeadores de libros: -Aquellos que tienen por regla solo hojear y revisar lo que efectivamente van a comprar, y aquellos que solo se dedican a hojear, manipular y revisar los títulos sin nunca decidir cuál se van a llevar; estos últimos, auténticos acosadores del objeto libro, merecedores de demanda, diletantes hedonistas sin un ápice de juicio ni voluntad económica, pero cargados de una obsesión ansiosa no precisamente por leerlo todo, sino que tan solo por alcanzar a masticarlo.

sábado, 2 de junio de 2018


Dos situaciones en las que el discurso de género fue agarrado para la chacota: 

1.- En la sala de profesores, durante el recreo, un grupo de colegas tomando la choca y haciendo sobremesa (yo, por supuesto, leía a un costado de la sala). Un par de profesoras hablaba efusivamente, de seguro una talla interna. Hasta que, de pronto, sale aludido un colega de educación física sentado al medio. Se levantó y mostró en su celular al resto de los comensales una batería de memes con hashtag, a propósito de la ley de acoso. Comenzó a leer de forma clara y concisa el jocoso colega: 

-Puta la wea. Sigo con la mala cuea. Iba en el ascensor y se subieron 2 chicas, por ser amable les pregunté ¿A cuál piso? 

-Me dijeron oye que eres bondadoso!!! Yo le dije como dicen por ahí... "Hay que dar hasta que duela"... Parte por weón... Padre Hurtado reconozca que fue usted... 

-Con la ventolera que hubo se voló toda la ropa interior de mi vecina, quedó arriba de árbol, la chica estaba mirando hacia arriba del árbol, me acerco y amablemente le digo: le bajo los calzones? 

-En la COPEC Señorita, le reviso el agua del sapito? Preso por wn... 

Las profesoras, amigas del compadre, conociendo su carácter, no pudieron evitar mofarse. A una de ellas, la más joven, de hecho, le dio un ataque de risa. Otro colega, un profe joven, servía de cómplice, tratando de seguirle la corriente al de educación física y mirando directamente, con ánimo entusiasta, a la colega risueña. Miradas iban. Miradas venían. Yo solo sonreía a lo lejos, en un efecto rebote. 

2.- La otra vez en una panadería de Colón, más allá de la fila para atender, el vendedor comenzó a hablar a boca tendida con la cajera. Clientes presentes escuchaban de improviso, esperando a que corriera luego la fila. El vendedor le dirigió la palabra a la cajera a raíz de un supuesto piropo calentón que ella le había dicho, sin su consentimiento. (Entiéndase en tono de talla). “Mish, yo no le voy a aguantar una cosa así. Mire que la cuestión es para los dos lados”. La señora seguía con un evidente gesto de humor la respuesta de su colega. Se subentendía que ella le había dicho algo bonito sin él pedírselo. Entonces ella, para seguirle el hilo, contestó: “Aaaahora, el perla, ahora viene a alegar, hácete el leso no más”. Las trabajadoras de más al fondo, mientras amasaban el pan, comenzaban a reír al fondo luego de escuchar el parloteo implícito del vendedor y la cajera. Algunos clientes también lo hacían, invadidos por el tono festivo que comenzaba a tomar la recreación imaginaria. 

En ambas situaciones, (la sala de profes, la panadería), el asunto del piropo, su representación ingeniosa, hoy motivo de resquicio legal, salió a colación a modo de excusa para distender los ánimos y reforzar un vínculo de camaradería previo. Las tallas cumplieron allí su cuota, su objetivo. Pensé de inmediato en Zizek, cuando, al criticar la corrección política, hablaba de una suerte de “contrato obsceno subyacente” necesario para generar vínculos más cohesivos, íntimos y estrechos. Si uno de los presentes se hubiese parado y se hubiese ofendido, o le hubiera respondido en contra enérgicamente a los autores de las tallas, eso habría significado el fin de la “buena onda”, por ende, el fin del contrato. Lo delicado del tema, obscenidad incluida, habría dejado de ser simpático para adquirir una gravedad inusitada. El contenido de esos mismos dichos, el de los profes, y el de la gente en la panadería, proferido fuera de contexto, e incluso, por ejemplo, en un debate asimétrico entre militantes feministas y opositores reaccionarios, habría generado anticuerpos inmediatos. Habrían sido motivo de polémica y hasta de funa. 

Lo mismo para un compadre que fue insultado por face solo por publicar un meme en el que un sujeto marcha de la mano de una chica usando un sostén, con una leyenda que decía literalmente: “si no follo después de esto, me mato”. Quienes salieron al ataque, y ni siquiera haciendo una lectura demasiado acuciosa del meme y de la razón de su publicación, habían sido en su mayoría contactos desconocidos. Allí no existió ese “contrato obsceno” simplemente porque la relación del compadre con los aludidos era solamente virtual, y acaso demasiado distante, como lo evidenciaba el hecho de que hayan salido a atacarlo a partir de una diatriba tan particular. En cambio, salieron otras amigas del compadre, si bien no a defenderlo, a indicarle que la cagó, pero en buena, como queriendo aconsejarlo. 

¿A qué voy con todo esto? A que una misma frase o declaración, dicha en un contexto distinto y compartida con personas distintas, puede hacer una diferencia radical entre la sobrerreacción y el entendimiento y complicidad mutua, pese a la carga ideológica a priori de dicha frase o declaración. Pero por eso mismo, y dada la necesidad que postulaba Zizek del “contrato obsceno” para los vínculos más íntimos, es que se busca a tientas un mínimo trasfondo de confianza para poder agarrar al otro para el hueveo sin que eso suponga perjurio y, en este sentido, también para poder dirigirse al otro de manera sexual sin que eso constituya una potencial amenaza, una invasión. Hoy por hoy lo que se discute es precisamente ese límite. Su frontera legal. Su terreno llano, moral. Ojalá libre de interpretaciones antojadizas.
Piñera en su cuenta pública: "un país que no quiere tener hijos es porque algo no está bien". Está claro lo que somos los antinatalistas para el cabecilla: unos parias, en el mejor de los casos, unos traidores. Una mácula, un lapsus en el orden general de la naturaleza y la economía. Y está claro también qué es lo que son los hijos para el cabecilla: un número, un eslabón más de la larga y ancha producción en serie. Sujetos, pero sujetos al sistema, su sistema.

viernes, 1 de junio de 2018

La figura del ying yang, la cruz y el we tripantu en la pizarra. Un cabro preguntaba qué hacían esas figuras ahí. Tenían relación con la unidad del mito, el mito como símbolo. Una chica de adelante supo reconocer el ying yang pero no sabía qué representaba. Varias de sus compañeras comenzaron a responder cosas improvisadas: bien y mal, fantasmas, blanco y negro, cuestiones que indudablemente englobaban la dualidad. Luego de eso, y al cachar qué estaba explicando el significado de la cruz cristiana, un cabro se levantó y me dirigió una pregunta: "Profe ¿usted cree en la virgen?". Respuesta negativa. Sorprendido por la sinceridad, el cabro esta vez fue más lejos, aunque soltó una pregunta un tanto lógica, producto de la anterior: "Pero ¿usted cree en Dios?". Nuevamente, sin mayor reparo, otra respuesta negativa. El cabro miró extrañado a su compañero de al lado, quien le seguía la inquietud. Este volvió a preguntar, pero esta vez algo un poco más audaz: "Profe, ¿es usted feliz?". Confieso que la pensé. Cualquiera a la primera pensaría una respuesta tan abierta. "Ahh, la pensó!", replicó el chico, suponiendo que se trataba de una pregunta delicada. No me quedó otra que devolvérsela. Tampoco atinó a responder. Se rascaba la cabeza mientras miraba hacia cualquier lado excepto hacia la pizarra llena de símbolos. Unos cuantos comenzaban a borrar el ying yang. Una alumna saltó y borró la cruz. Sobre ella colocó una persona colgándose. La figura del we tripantu permanecía imperturbable, inadvertida. Otros cabros volvieron a dibujar el ying yang en otro espacio en blanco. Una última alumna, aprovechando que cada vez más compañeros se acoplaban hacia la pizarra, fue con el borrador amenazando con eliminar los dibujos y símbolos aleatorios. Un chico de más al fondo probaba esta vez con el signo de leo, con forma de órgano genital. Pequeña lucha entre simbologías y anulaciones. El carácter material de los símbolos iba delineando, en manos de los alumnos, el rito caótico de la clase.