lunes, 25 de mayo de 2015

Apócrifos

Nuestra formación cultural, siempre un reciclaje, siempre el eco de un rumor, únicamente el eslabón de una larga cadena de favores. Nadie puede negar sin llegar a ser cínico que la música que ha escuchado, que lo ha acompañado en esas horas muertas, que lo ha ayudado a sortear algún bache emocional, siempre fue gracias a esas grabaciones de antaño: oído sobre oído. Que su relativamente mediana cultura casi siempre fue en mayor medida gracias a reediciones y fotocopias. Que incluso aquello que se cree experimentar en un momento dado, por ejemplo, la participación en un luto colectivo, algún gesto de correspondencia de aquella, por mínimo que sea, o lo que se propone hacer para mañana en el trabajo, es el remedo de algo que otros en su tiempo ya sintieron y podrían llegar a hacer igualmente a pesar de uno mismo. Acaso siempre nos volvemos aquello que aprendemos, la reproducción de una copia que ya perdió su original. "El infierno son los otros" dijo alguien.... yo diría que es allí donde encontramos nuestro purgatorio constante. El original, mejor aún, nuestro origen nunca importó para nada, nuestra labor de roedor en busca de verdades no es distinta de la de un fabulador. Por eso hacemos magia con lo que otros hacen, lo hacemos parte de nuestro deseo y de nuestro sueño, hacemos que hable por nosotros como si solo su reproducción bastara, para inaugurar allí nuestra gran y brillante falacia: que la vida que vivimos nos pertenece por entero.