lunes, 29 de diciembre de 2014

Camino cintura

Recorrí el camino cintura, más corto de lo que parece en realidad, ya que el resto del camino continúa con la archiconocida Avenida Alemania. Me reencontré con la intersección entre ambas direcciones, en el sector de Cerro Alegre, justo arriba del hospital Alemán, donde se supone estuvo internado el gran y olvidado Pezoa Veliz y donde dicen que también nació el pobre diablo que deletrea esto, el lugar donde otrora recordara, en el pavimento, tantas idas y venidas, imaginando que fugarse al plan era desafiar todo pronóstico.

Di la vuelta por la Plaza Bismarck, la plaza como testigo de un viejo amor en la cuadra, pero la velocidad no admitía melodramas. Continué y doblé hacia Florida: el teatro Mauri abandonado, el colegio y el departamento de Neruda. Un fumador en la esquina invitaba a descansar. Seguí sin mirar atrás. Pasando por un clásico auditorio, recordé que planeamos una tocata, allí donde hacían juntas vecinales. Nada lo suficientemente prosaico, excepto las aberraciones de asfalto en medio de las curvas de la avenida, allí donde era un terreno baldío y se envolvían las obligaciones entre papelillos.

Llegué hasta donde estaba el colegio. Un perro asustado era el único que advertía mi regreso. Bajé hacia Bianchi, la casa quemada de la ex compañera, el barrio donde para cruzar había que esquivar la micro. Yo, por supuesto, vivía justo abajo de la curva. En esa maniobra, pensábamos acelerar nuestro rito, en la escalera para descender al plan, como si con eso se acelerara la noche para la diversión.

Las señales de ruta desaparecieron con la tarde. Aceleré la marcha, la esperanza me divisó, pero fui más rápido, puesto que desafié al tiempo.