miércoles, 10 de junio de 2015


Después de la clase particular en Con Con, algo me decía que anocheció demasiado pronto.... la chica cansada, aunque nunca tanto como yo, descifrando cuestiones que solo para alguien como uno implicarían si hay o no fin de mes, por ejemplo el por qué la frase "caer la noche" es imagen y no metáfora.... en el fondo por qué es necesario enseñarle un artilugio innecesario del lenguaje, para qué y por qué, mientras el día se acaba y el clima acogedor de su casa le recuerda que mañana no habrá tiempo para la poesía... Ambos sabíamos que lo único real era el cansancio, la noche, esa ventana oscureciéndolo todo, y todo lo demás, la clase, la utilidad de la retórica, la prueba, el futuro, eran producto del cansancio, de la esperanza remota de aprobar algo, sin saber qué era ese algo realmente.... "¿Para qué tantas figuras, tanta materia, profesor, si no lo ayudará a conseguir lo que quiere?" En ese no conseguir puedo imaginar lo imposible, que ella apruebe, que yo ame lo que hago, que cuando llegue a casa no esté demasiado oscuro, que lo que enseñe le ayude en algo a alguien y que cambie algo en alguien, que lo que escriba sea verdaderamente auténtico, comprensible y digno de ser aprobado o, en su defecto, reprobado para siempre.
Tantas palabras, deseos, verdades, mentiras, ficciones circulando por este y otros medios, y solo se pueden explicar mediante una fórmula binaria, la simple ecuación que un genio autista en su soledad inventó para instalarla en el mundo y desenvolver toda esta red y consagrarse. El extraño paraíso de la perfección matemática, esos números aparentemente lógicos, fríos y racionales controlando nuestra vida de culebrón; toda nuestra farsa, vanidad, ansia de cambio, ansia de orden. Las palabras que una vez nos dijimos y las que nos callamos para no enredar al otro: todo era el baile cínico y eterno de los números. Entonces cuando los problemas nos hagan perder la cabeza, piensa solamente en la extensión infinita de esos números que ni con nuestras vidas sumadas y multiplicadas alcanzaríamos a calcular. Pero basta con cerrar sesión y te das cuenta que eres un dígito entre tantos otros, y, sin embargo, tu mundo continúa incalculable, simplemente un número abierto, imposible.