domingo, 3 de enero de 2021

Miré a un costado del puesto del notebook para ajustar unos cables y apareció de entre el enredo un pequeño chanchito de tierra. Quise acercarme a él pero me limité a observarlo a medida que trataba de escabullirse de aquel enredo. No consiguió hacerlo y se devolvió para perderse tras el puesto y hacerse bolita bajo la sombra. Primera visita en lo que va del año, y resultó ser la cortesía de un oniscídeo. El chanchito siempre tiene la particularidad de perderse y hacerse bolita cuando se ve acorralado. Eso lo aprendimos de chicos cuando jugábamos con estos crustáceos en la tierra. Su método de defensa es tan práctico que incluso puede extrapolarse al ser humano, para dar a entender que uno se escabulle de la adversidad recogiéndose sobre sí mismo, sirviéndose a sí mismo como escudo frente a la realidad. El chanchito, en cierta manera, se había vuelto un reflejo de nuestra situación. Cuando sobreviene la amenaza y no queda mucho por hacer, solo resta “hacerse bolita” como actitud estoica. Esconderse, replegarse, hasta que la amenaza se extinga o caiga por sí sola. Este encierro de cuarentena y esta temporada de introspección vendrían siendo, a la larga, la postura filosófica del chanchito ante la vida. Hacerse bolita frente a la inclemencia de la vida, buscar refugio en uno mismo, hacer de tu piel una coraza, hacer de tu interior un hogar. Hacerse bolita frente al rumor de la muerte, porque, ante la muerte, todos somos chanchitos de tierra.