Al sistematizar los juegos del intelecto y del lenguaje que esta
red te permite se puede socavar el campo de felicidad que se estuvo
sembrando (a decir de Borges por el placer de la lectura) para invocar
en cambio la dimensión grosera del mecanismo de Realidad: el mundo
externo y su engranaje de ofertas/demandas, como cuando te das vuelta un
videojuego y descubres el vil consumo de su ingeniería,
la pérdida de inocencia en ese escudriñar la materia, el hardware de
ese portal hacia otras realidades y delirios, entonces viene la
nostalgia y el romanticismo demasiado trasnochados, el conocimiento te
viene como una brisa impertinente que irrumpe la ventana de tu
habitación para despegarte del ombligo de esa fantasía y echar un
vistazo afuera. Si no se dosifica el placer de aquellos
juegos de manera astuta, se acaba siendo un peón, un tonto útil, un
derivado de ayudante de fondecyt, una hormiga haciendo engordar a su
reina del saber a punta de concesiones mezquinas y malabares retóricos y
económicos. En estos juegos se pone en jaque la dignidad del aficionado
itinerante, del neófito que lo ha perdido todo y por eso mismo no tiene
nada que perder, por eso el placer del despropósito en la publicación
de reflexiones en sitios que se sabe son paradojas flotantes
aún no del todo identificadas, a la manera de ghetos
sin patria alguna, ni cielos ni paraísos (que sin embargo apuntan a una
red de redes subterránea y transversal).
El punto no es tanto la
clarividencia sobre algún programa coherente de métodos y objetivos, la
intuición sobre la adversidad de estos sistemas se huele en el aire,
sino que la actitud salvaje y poética de cada una de las cabezas que
propician aquellos juegos, jugar a pesar de saber mediatizada en una
ruleta universal todas tus posibles derrotas, al menos en estos juegos
de presente ficticio se pierde (y se significa) con rivales y mentores
auténticos de una era digital: el aburrimiento capital que engendra
hordas y hordas de correspondencias, de implicaciones, de decepciones y
de conquistas interiores. Es toda una apuesta de jovialidad y de
salvajismo, de esta forma, inventarse roles: acabas o siendo el monje
que golpea los muros de la hipocresía en pos del justo medio, el sátiro
que multiplica el número de la farsa globalizante a través de máscaras
de perfiles (como si los sitios fuesen carpas virtuales
donde en cada sesión y en cada usuario se asiste a un nuevo y renovado
teatro moderno, con diferentes disfraces e imposturas), o bien el
mercenario de la soledad que pretende desde adentro domar a la bestia
informática a través del paroxismo y la saturación, entonces el
ejercicio de la ficción cobra carne en el aburrimiento general y alcanza
su consecuente ataraxia, y puede que desate de nuevo esos salvajes y
cándidos placeres, en cada choque con el pavimento de la Realidad.