viernes, 13 de diciembre de 2013

Juegos de texto y de red

Al sistematizar los juegos del intelecto y del lenguaje que esta red te permite se puede socavar el campo de felicidad que se estuvo sembrando (a decir de Borges por el placer de la lectura) para invocar en cambio la dimensión grosera del mecanismo de Realidad: el mundo externo y su engranaje de ofertas/demandas, como cuando te das vuelta un videojuego y descubres el vil consumo de su ingeniería, la pérdida de inocencia en ese escudriñar la materia, el hardware de ese portal hacia otras realidades y delirios, entonces viene la nostalgia y el romanticismo demasiado trasnochados, el conocimiento te viene como una brisa impertinente que irrumpe la ventana de tu habitación para despegarte del ombligo de esa fantasía y echar un vistazo afuera. Si no se dosifica el placer de aquellos juegos de manera astuta, se acaba siendo un peón, un tonto útil, un derivado de ayudante de fondecyt, una hormiga haciendo engordar a su reina del saber a punta de concesiones mezquinas y malabares retóricos y económicos. En estos juegos se pone en jaque la dignidad del aficionado itinerante, del neófito que lo ha perdido todo y por eso mismo no tiene nada que perder, por eso el placer del despropósito en la publicación de reflexiones en sitios que se sabe son paradojas flotantes aún no del todo identificadas, a la manera de ghetos sin patria alguna, ni cielos ni paraísos (que sin embargo apuntan a una red de redes subterránea y transversal). 

El punto no es tanto la clarividencia sobre algún programa coherente de métodos y objetivos, la intuición sobre la adversidad de estos sistemas se huele en el aire, sino que la actitud salvaje y poética de cada una de las cabezas que propician aquellos juegos, jugar a pesar de saber mediatizada en una ruleta universal todas tus posibles derrotas, al menos en estos juegos de presente ficticio se pierde (y se significa) con rivales y mentores auténticos de una era digital: el aburrimiento capital que engendra hordas y hordas de correspondencias, de implicaciones, de decepciones y de conquistas interiores. Es toda una apuesta de jovialidad y de salvajismo, de esta forma, inventarse roles: acabas o siendo el monje que golpea los muros de la hipocresía en pos del justo medio, el sátiro que multiplica el número de la farsa globalizante a través de máscaras de perfiles (como si los sitios fuesen carpas virtuales donde en cada sesión y en cada usuario se asiste a un nuevo y renovado teatro moderno, con diferentes disfraces e imposturas), o bien el mercenario de la soledad que pretende desde adentro domar a la bestia informática a través del paroxismo y la saturación, entonces el ejercicio de la ficción cobra carne en el aburrimiento general y alcanza su consecuente ataraxia, y puede que desate de nuevo esos salvajes y cándidos placeres, en cada choque con el pavimento de la Realidad.