domingo, 20 de marzo de 2016

El grado cero de la intimidad virtual


Siempre entre tus contactos hay alguien que te elimina por x motivo. Lo más pintoresco de todo es que han sido en su mayoría mujeres. Lejos de tomarlo a la mala lo analizo fríamente, indago en los desvíos que tomó la comunicación para llegar a ese punto tan drástico, las razones que ellas y yo tuvimos para desencadenar una serie de factores que acabaran con nosotros “eliminados” del canal de la red social. Incluso todo eso se puede ver como un fenómeno digno de literatura. Interpretable. Escribible. La primera de ellas, C, recuerdo que lo hizo a raíz de una frase de George Bataille publicada en el muro, a su juicio machista, de la cual no recuerdo nada por ahora. Lo peor esa vez fue que ni siquiera se animó a rebatir el posteo. Optó por la drástica vía de la eliminación, sin siquiera acusar recibo, como en un concurso virtual de antipatía o simpatía. Luego la segunda, G, aprieta el botón del pánico luego de publicar algo en contra de lo vendido que es el festival de Lollapalooza (que, a propósito, hoy se viene más juvenil, según los medios). Esa vez al menos comentó algo. Pero al parecer la diferencia irreconciliable de puntos de vista la incomodó y ocurrió lo que ocurrió. Una tercera, M, colega igual que las anteriores, tuvo una razón también relacionada con un posteo. Fue el posteo sobre el chiste de Edo Caroe a Camila Vallejo. Creyó que al haberlo publicado e indicara que lo encontraba notable estaba implícitamente compartiendo el sexismo de la frase. Admiraba el juego de palabras, no tanto su implicancia. Como G, ella comentó su desacuerdo con la broma, cosa que me parecía legítima, incluso deseable para iniciar un debate, pero al rato ya no la veía conectada. Había pasado lo que temía. Optó nuevamente por el botoncito para mandar a la cresta. A grandes rasgos, las razones de la eliminación fueron problemas de interpretación no tanto por lo publicado como por un malentendido de la situación comunicativa. Viéndolo desde otra posibilidad, si hubiese habido quizá una confianza mayor, cualquiera de esos casos se podría haber arreglado perfectamente con una cita cara a cara, una cervecita o un café para entrar en dialogo y conversar sobre ello como si fuese solo otra anécdota polémica en un itinerario más grande. El problema de fondo fue quizá el hecho de que se hayan tomado de manera demasiado personal el asunto. Como si de ello dependiera su reputación, cuando en su gran mayoría el perfil de la red social no corresponde del todo con nuestra vida real. Es un maquillaje, una performance, una construcción (no sé si literaria o netamente cibernética). El punto sin embargo es que a veces sí puede llegar a apoderarse de nuestra reputación, creando un doppelganger virtual que actúa en nuestro nombre, inventado por nosotros, que a veces se sale de las manos, como en aquellos casos que cité. Un doble a ratos indeseable, a ratos demasiado ficticio, extravagante u obsesivo, fiel reflejo de nuestras virtudes, obsesiones y demonios internos. 

Aquellas que me conocen saben perfectamente que el personaje que publica por acá poco o nada tiene que ver con la persona real. Que se trata más bien de un ente que todo lo vuelve relato. Que a veces incurre en un humor raro para dar una impresión fuera de lo común. Que después de todo no representa necesariamente el sentir y el pensar de la persona real, aunque su imagen y sus palabras parezcan contradecirlo. De todos modos, me parece fascinante el fenómeno de la ruptura, ahora virtual. Indagar en esos roces de significado, en esas palabras arrojadas contra el muro en ausencia de nosotros mismos. Cobra un matiz inclusive tragicómico. Digno de una obra de Beckett o de Ionesco. Es porque ellos pensaron algo genial: el drama y la comedia humana, desenvueltos a raíz de la madeja del lenguaje, del dialogo que siempre desafía los límites de la comunicación, que en su mayoría resulta absurdo y deriva en el absurdo. Por esta vía, por ejemplo ¿Aquellas que te eliminan lo hacen también necesariamente en persona? Pareciera que sí, que existe una relación inextricable entre la imagen del sujeto que de acuerdo a la red social dice ser su amigo y la persona real con la que interactuaron y vivieron antes de llegar a ese punto de no retorno. Hay un punto en que resulta imposible separar al doble virtual del real, solo por el hecho de que sus conexiones cobran tanta carne y significación que sencillamente ya no existe una separación sin que exista también un desgarramiento, como ese ser que nació con su gemelo a cuestas pero que deben vivir juntos de por vida para no matarse mutuamente. Pero recordemos que eso se da incluso en la relación humana pre internet: nuestra imagen del otro, en estricto rigor, no coincide del todo con la de ese otro. Todo encuentro conlleva, creo yo, una ruptura. Parece a estas alturas la ley de la sociedad y de la vida misma. Por otro lado ¿Qué pasa con aquellas que te “eliminan” de su vida real pero continúan conectadas ahora solo por medio de la red social? Un fenómeno todavía más bizarro. ¿Qué se supone que hablemos cuando por casualidad nos topemos en la calle? “Oye, sigues siendo mi amigo en facebook pero no estoy ni ahí con verte”. “Ah qué bien, entonces, sigamos siendo amigos virtuales, pero si te veo en la calle seremos perfectos desconocidos”. ¿No habrá acaso un dialogo humano más absurdo y propio de nuestra época? Eso era impensable por lo menos hace 20 años. No existía ese desdoblamiento tan radical, tan beckettiano. Una solución a la antigua, mediante la comunicación “antigua”, cara a cara, sería seguir hablando como si no pasara nada, como si lo que ocurrió con la comunicación entre nuestros perfiles no significara nada, o como si lo que ocurrió entre nosotros por fuera, por malo que fuese, no desembocara en que cada uno acabara siendo solo el amigo virtual del otro. Se podría hacer la vista gorda, recordando ese pacto implícito de silencio, esa ley de hielo en persona, pero únicamente canalizada por la red como su jurado del diablo, medio lo suficientemente impersonal como para mantener las distancias necesarias. El grado cero de la intimidad virtual. Acorde al acuerdo de las ausencias paradójicas. Como sea, algo de tu imagen muere un poquito en el corazón de aquellas entrañables ex amigas, y algo de ellas también muere en uno al eliminar sin piedad ni arrepentimiento. Lo que resta después de todo es la cantidad de espíritu que se pone en eso. Las palabras como el resabio de algo que pudo ser pero tuvo en cambio un final irremediable, las palabras como evidencia de una imposibilidad. Releo aquellos mensajes previos a la eliminación no tanto para entender qué pasó, como para disfrutar de otro relato con un final catártico. Porque a la larga todo encuentro –ficticio o no- supone también su ruptura. Nos acabamos de conocer, pero eventualmente podremos volver a desconocernos. O vivir por siempre en el anonimato personal pero seguir conectados mediante nuestras ausencias. Sin embargo, sabemos que nuestras imágenes virtuales también mueren para el mundo una vez que salimos y la vida nos planta uno frente al otro. Nos desafía a un impacto sarcástico, porque la realidad lamentablemente no cuenta con ningún botoncito de pánico que nos diga que queremos dejar de vernos y hablarnos y desaparecer de la vida del otro por completo. Ni tampoco nada que nos haga solamente cerrar sesión cuando vemos que las cosas toman rumbos peligrosos. Se elige entre eliminar o agregar porque es más fácil que matar o dejar vivir, o que simplemente amar u odiar sin concesiones. Mentimos todo el tiempo, simulamos que lo que existe allí es más real que nunca. Que detrás de toda esa mascarada aún existe un rostro conocido, un carácter entrañable, y no solo un infinito tráfico de información y de vacío.