viernes, 26 de septiembre de 2014

UG Krishnamurti


UG Krishnamurti, el llamado "anti gurú", uno de los únicos honestos que he leído, dice no tener ninguna enseñanza para nadie, y que solo está ahí para hablar porque la audiencia y la prensa han creado en torno a él algo que no es, un círculo vicioso, un diálogo de sordos. No escribe, no formula ideas, lo encuentra ridículo. Vanidad pura. Renuncia a la búsqueda, porque de por sí lleva a lo mismo. Sobre los libros que otros editaron sobre él, extractos de entrevistas, declara que “Usted puede reproducir, distribuir, interpretar, malinterpretar, distorsionar, arruinar, o hacer lo que quiera, incluso reclamar autoría, sin mi consentimiento o el permiso de nadie.” U.G. hace lo mismo que la naturaleza. La naturaleza no reclama derechos de copia sobre sus creaciones. No es un maestro, no enseña, no busca nada para nadie, es el iluminado en grado cero.

martes, 23 de septiembre de 2014

Sobre un contrato de lectura con El Retorno de los Brujos

Vieja reflexión sobre un contrato de lectura con "El Retorno de los Brujos" de Louis Pauwels y Jacques Bergier, escrita para un Seminario de Especialidad, desempolvada entre algunos archivos digitales:

Escribir acerca de “El retorno de los brujos” supone, para mis experiencias como lector, abrir un ámbito especial a partir de los referentes culturales (no estrictamente literarios) que he logrado abarcar. En específico, este ámbito está relacionado con el mundo del esoterismo contemporáneo. Me remonto entonces a la década de los 60 para situar el contexto donde el libro circuló y desenvolvió. Durante esos años, en Francia, la obra ideada y publicada por Pauwels en colaboración con Jacques Bergier generó –de acuerdo a lo informado en los medios- un verdadero “boom” en torno a temas de diversa índole esotérica y científica-humanista. Por ende, llegó a convertirse en “best-seller” en el sentido estricto de éxito de ventas. De alguna forma, la masividad alcanzada se condice con el omnipresente mercado e industria cultural que la fomenta y preside. Es así que la influencia de nuevos conocimientos esotéricos expuestos “generosamente” para el gran público, caló hondo en un incipiente interés colectivo por aquellas temáticas y asuntos anteriormente restringidos a un círculo intelectual más elitista. Puedo resumir entonces que con el éxito comercial de “El retorno de los brujos” durante los 60, los llamados conocimientos esotéricos referidos a una visión transversal de los saberes humanos, pasaron de constituir un conjunto de saberes underground para posteriormente formar parte del circuito mainstream promovido por el mercado y la industria de la cultura. 

Este hecho tuvo indudablemente proyecciones en el futuro. Es posible evidenciarlo en la recepción que tuvo el libro por parte de la crítica, tanto en el sector periodístico como académico. El primero se ha encargado de fomentar todo un fenómeno comercial en torno al libro, facilitando una imagen publicitaria que va de la mano con su manifiesto potencial lucrativo, simplificando hasta el absurdo los contenidos presentes en él. El segundo ha enfatizado su carácter “fundacional”, en el sentido de que funciona como un referente inmediato de prácticamente toda la literatura mainstream actual con orientación esotérica pseudo-científica. Precisamente estos caracteres se han vuelto determinantes para que “El retorno de los brujos” se haya convertido, hoy por hoy, en un libro de culto y de escasa circulación. Esta consideración del libro, a mi parecer, le dota de cierto “aire mítico” que funciona como un valor agregado, independiente de los parámetros de valor provenientes de los sectores de la crítica. De este modo, al entrar en contacto y en dialogo con generaciones posteriores de lectores (entre las cuales me incluyo) se constituye como factor para la construcción de un determinado perfil, una “identidad”. Es decir, aquellos que consiguen este libro, en cierta medida condicionados y mediados por información y conocimientos previos referentes al marketing (el envoltorio comercial y su valoración proveniente de los distintos sectores de la crítica), y a sus respectivos trasfondos culturales, aficiones e intereses, generan una apertura, una iniciación de esa “aura” de valor (en términos de Walter Benjamin) que el lector descubre, más allá del formato material del libro y de su edición específica. 

En mi caso, pienso que como lector de “El retorno de los brujos” seguí hasta cierto punto la línea expuesta anteriormente. Mi encuentro con el libro, entonces, va íntimamente ligado con mi incipiente interés por los conocimientos filosóficos que se enmarcan bajo el concepto del esoterismo. En particular, puedo considerar mi ingreso a la corporación “Nueva Acrópolis” como un antecedente directo. A partir de mi experiencia en los talleres de filosofía que impartían, pude discriminar realmente mi proyección individual frente a la perspectiva que cada uno de sus agentes legitimaba. Ellos (los miembros de Nueva Acrópolis) aplicaban una concepción de “filosofía a la manera clásica”, es decir, buscaban aplicar una nueva praxis filosófica actualizada para los tiempos presentes pero basada en los principios y preceptos de los filósofos clásicos (principalmente griegos, como Pitágoras, Aristóteles, Platón, y orientales, como Lao Tsé, Confucio) y además de corrientes esotéricas como la Teosofía de Madama Blavatsky. Poco a poco me fui percatando de su rechazo injustificado por los filósofos modernos y contemporáneos. Fue de esa forma que finalmente disentí de sus puntos de vista y me retiré. Mi primera aproximación hacia este libro cobró así un significado adicional, por el hecho de mi previa retirada de Nueva Acrópolis. Empezaba a sentirme como un lector aficionado a este tipo de obras, aunque “El retorno de los brujos” no constituya literatura esotérica propiamente tal, ni siquiera literatura como fenómeno estético –constituye más bien un ensayo fragmentado en distintas partes, con inclusión de ciertas anécdotas de parte de los autores y de breves textos literarios de célebres escritores ad-hoc-. Me sentía por ello libre de posturas ideológicas, y dispuesto a profundizar en todos estos temas de interés (siguiendo una senda crowleyana de individualidad).

Posterior a mi lectura de “El retorno de los brujos” incursioné en literatura que guarda una cierta relación con las ciencias y los conocimientos humanísticos. Es el caso de autores como Aldous Huxley, con “The Doors of perception”, Lobsang Rampa, con “El Tercer Ojo”, y Austin Osman Spare con “El libro del placer”. Tampoco puedo olvidar la figura de Aleister Crowley, en el ámbito de la magia y el ocultismo. Si bien leer “El retorno de los brujos” me permitió establecer un contrato de lectura con dichos textos y con otros por el estilo, siempre me enfoco principalmente en su dimensión literaria, con una inclinación hacia el imaginario que configuran (a partir de mi proyección), sin dejar de lado su aspecto intelectual. “El retorno de los brujos” funciona así como un texto fundacional de mi nuevo itinerario de lectura, trazando una línea alternativa a mi anterior recorrido como lector. Es por ello que en la actualidad centro mi actividad de lectura en dos ámbitos: el de la literatura como obras estético-artísticas y el de los libros con contenido filosófico, religioso (desde una visión secular) y científico-humanista. 

Por otro lado, la lectura del libro de Pauwels y Bergier no sólo ha influenciado los límites de mi campo y de mi modo de lectura, sino que también lo ha hecho en mi forma de concebir lo social y lo cultural. Partiendo de la premisa básica planteada por los autores sobre el “realismo fantástico” como un ingente cambio de paradigma, una aproximación hacia una posible reintegración de lo humano con el cosmos, en el sentido de que lo fantástico justamente supone la verdadera realidad del hombre ante la naturaleza y en el universo, sostengo que es posible aplicar a la vida práctica estas subyacentes ideas operando bajo el concepto de “ver e ir más allá”. Se trata de adoptar siempre una actitud escéptica ante los velos e ilusiones –principalmente informativas, colectivas y culturales- y crítica frente a las redes de poder y de control que ejercen su función consuetudinaria día y día buscando su legitimación en la desidia mental de las grandes masas. “El retorno de los brujos” ha sido para mí un puntapié que me instó a reconsiderar todas estas cuestiones, más allá de la creencia en contenidos como el de las civilizaciones perdidas en el continente americano, la conexión esotérica entre el nazismo y la cultura hindú y el surgimiento de una neo-alquimia que supondrá una revolución en el paradigma del conocimiento científico para dar lugar a una próxima era de misticismo actualizado. En la medida que funcionan como hipótesis y propuestas en ciernes, se hallan sujetas a una revisión, una re-lectura. En este caso, y siguiendo una lectura sugestiva, contribuyen como elementos gravitantes de una especie de imaginario, donde solo el elemento fantástico conlinda con los misterios, donde la visión mágica de la realidad es la expresión de las voluntades, ya que como versara Paul Eluard: "Hay otros mundos, pero están en este".



Si se escribe es casi siempre por un motivo que te excede, siempre buscas ocultarte de algo que te avergüenza, que te sobrepasa o que simplemente no comprendes, te resguardas de aquello que llamas lo desconocido, lo temible por seductor, lo que atrae pero no se alcanza a poseer lo suficiente, o lo inamovible, las circunstancias, las consecuencias de tus acciones en el pasado y en el presente, el peso de la tradición, de sus influencias, de tus relaciones, intuyendo alguna pizca de luz afuera de ese embrollo, se escribe a oscuras a fuerza de no ver nada, de ya no saber de nadie ni de nada, para hacerlo te inclinas, te escondes, te divides a ti mismo, el texto acaba siendo una comezón gigante, la obra de algún insecto que pica desde adentro, para mostrarte el camino de regreso a tu final sin origen.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Es toda una odisea ser consecuente con lo que se piensa... pero no me refiero precisamente a la moralidad... a ratos comulgar con el sentido común resulta conformista, pero dicen que esa conformidad les pertenece a todos... universalidad de la lógica, hablamos sobre las cosas que nos intrigan y repelen como si no estuviésemos incluidos en el plan... nosotros somos la tradición, pero también nosotros somos la traición.
La belleza angelical de la panadera, hace que comprar el pan se vuelva una actividad sublime, y que después de un día particularmente decepcionante, casi impago, todo cobre sentido cuando escucho la voz que salida de tan fina sonrisa atiende mi pedido en medio de toda una horda de clientes desesperados. El problema es que su forma de ser recatada ni siquiera lo advierte: ella parece más preocupada en atender y proveer el pan, que en la mirada furtiva señalando la belleza que despunta de su inocencia laboriosa. Por eso se vuelve doblemente peligrosa y facinante: lo bello decía Kant resulta de aquello que gozamos mediante la pura contemplación, sin necesidad de lo útil. Ella desconoce por completo la importancia vital de lo que hace, pero lo hace sin orgullo, con una tierna eficiencia. Cada vez que llega con el pedido, sonríe con su sagacidad silenciosa, tras esa apariencia de fragilidad y de esfuerzo en realidad sabe a la perfección todo lo que ocurre... lo único que no ha llegado a entender quizá sea el dilema: ¿qué tan lejos puede llegar esa mirada? y ¿podrá marcharse así de agradecido un cliente? Lo bueno es que ya se ha roto el hielo, fuera de la panadería por motivos azarosos. Así es más o menos el trabajo del escritor: va en busca de un poco de pan y acaba encontrando a través del hambre la belleza verdadera. No se trata de desear solamente, es la maravilla de la casualidad. Solo queda resolver si el hambre inicial vino por la necesidad circunstancial del pan o en realidad por la necesidad imperiosa de la mujer. Y es que la palabra pan por sí sola nunca quitó el hambre

martes, 16 de septiembre de 2014





"La hipocresía es el homenaje que el vicio le rinde a la virtud" Francois de La Rochefoucauld



sábado, 13 de septiembre de 2014



Sobre el mundo, ni hablar. Usamos la palabra como si con ella diésemos la vuelta al globo. Solo es la vanidad de querer entenderlo todo. Y conste que hablo sobre la palabra mundo, sin salir de la casa un sábado por la noche frente al computador. Es la mejor licencia poética. Cuando algunos ni siquiera han salido de su barrio, quizá nuestro mundo no sea sino unos cuantos viajes, experiencias, relaciones y naufragios. El resto es literatura, especulación y también posibilidad....

viernes, 12 de septiembre de 2014

¿Qué importa quién habla?

Resulta absurdo en plena época digital la presencia preponderante de nombres en materia de escritura. La autoría intelectual fue un derivado burgués, fue el engendro de Gutemberg que reclamaba derechos individuales por sobre la obra que pertenece siempre a la colectividad ¿Qué importa quien habla? es la premisa de Mallarmé, la creación de un libro total, una integración con el Uno... tiene en cierta forma su derivado posmoderno en la red. El universo del lector se amplía, la muerte de Dios implica la muerte del autor. Por eso mismo cabe ser francos y responder ¿cuánto aporta realmente un nombre propio a la obra? No resulta sino de una relación material de pertenencia. Hasta en el Quijote se avizora ya esa burla respecto a la incertidumbre de alguna suerte de autoría como título nobiliario, tragicómica como la pregunta sobre el origen. Existen textos que apelan directamente al anonimato, un contrabando escritural, obras huérfanas y auto suficientes que solo en el lector cobran el valor que reclaman. Pero también los textos hallan su frontera a través del baile de los perfiles, de los heterónimos, tenemos el caso de Pessoa en sus cartas, en esa apuesta surge la posibilidad de asfixiar al yo mediante su multiplicación. Ese quizá sea el rosario de los textos que ya no obedecen a ningún autor como genio, la obra y su armonía caótica, oriental, con la lectura, siempre múltiple y libre: "Me he multiplicado, para sentir, para sentirme, he necesitado sentirlo todo, me he transbordado, no he hecho sino extravesarme, me he desnudado, me he entregado, y hay en cada rincón de mi alma un altar a un dios diferente".

martes, 9 de septiembre de 2014

Somos ese algo que fracasa

Somos ese algo que fracasa, que retrocede para llegar

El reptil renacido desde la cola,

¿Comprenderás acaso cuando salive sobre los huecos de tu verdad?

Todo lo nuestro es perecible, infundado, efímero

Sueños proteicos, una escatología de bolsillo

Para la mañana de aquel día

Que corre a prisa pero jamás llega a tiempo.

¿De dónde vienen? ¿Hacia dónde perecen?

Ya no existen los monstruos de la razón

El imaginario está derramado entre tus manos

No existe lo que no está pasando

Los clásicos solo fueron la última canción de una resaca estelar

Solo hay de lo que tenemos, de lo que aún no acabamos de consumir del todo.

Dirán que hace falta el humor, la risa era el recurso del abandonado,

En los tiempos del ágora sin calles, sin nombres

Era la vida del poderoso, contemplando la feria de su desparpajo

¿Existe acaso el humor en este gran galimatías?

Hasta riendo las entrañas se revuelven,

es el capital del sarcasmo obsceno de la mente,

el mundo no se mueve sino a base de borrones y desilusiones

La vida es corta, ¡y es inflamable!

Solo así se puede ladrar hincado debajo de todas las casas.

Somos todo de lo que carecemos, somos todo aquello que nunca seremos

Y en realidad nunca se escribió nada sobre nada.

Solo en la indiferencia de cien ídolos

Inauguramos un reino de cinismo, mientras del otro lado

Los inocentes continúan su revancha

Articulan la perversidad del origen, en el único idioma que conocen.

¿Qué no ves? Es inútil negarlo; la ficción es ese órgano que revive nuestra paradoja.

A la sombra de esta jornada, la muerte seguirá siendo

Lo único que no podremos escribir, sin recurrir al auto sabotaje.

Pide que esta vez la verdad sea tu cómplice

Y toca a todas las puertas, y abre todas las pieles;

entonces no querrás abrir esas puertas, y no querrás cerrar esos ojos.

Deseamos que la realidad sea ese polvo que nos corta el rostro,

Después de la despedida al filo de la calle,

Pero seguirá siendo de esa forma una oscura y soberbia paradoja.
Concibo todavía una paradoja insalvable en la enseñanza del lenguaje y de la literatura. Diagnóstico inicial: ser capaz de actuar el rol (siempre falto de autenticidad) de formador y por fuera apelar al desenfado del aficionado a la escritura. Depende del grado de motivación que sea posible inculcar, aunque siempre se mantiene el margen de error, por el simple hecho de que se tensionan realidades diversas, donde el maestro debe actuar como catalizador a pesar suyo y de su discurso personal. Se apela a democratizar la enseñanza y aprendizaje verbal (verbo demasiado antojadizo, a estas alturas), pero no todos piensan ni desean asumir semejante mesianismo, y con todo derecho. El edificio de la planificación sucumbe cada vez que un alumno termina diciendo, por ejemplo: ¿de qué le sirve la literatura? y es una pregunta revestida de adagios academicistas y de palabras demasiado complacientes para hacer que funcionen en realidad, y casi nunca lo hacen, de lo contrario sus agentes seguirían en el sistema público; pregunta capciosa que solo es capaz de responderse parcialmente, y de acuerdo a criterios más fugaces que el placer mismo. 

La interrogante que me asalta aquí es ¿En qué medida pensar y escribir se constituyen como universales, como derechos fundamentales, cuando en la práctica siempre ambas actividades se construyen desde la excepción a la regla? Quizá de eso se trata. Pero me aqueja un dilema ético en este punto. Será posible apelar a una selección natural darwiniana, en la cual el desarrollo del intelecto apunte hacia el aumento del poder y el privilegio, o a una visión democrática -a falta de otro término mejor- en la cual todos sin excepción tienen el mismo derecho a los mismos niveles de pensamiento solo por ser personas. O efectivamente se trata de una paradoja, a modo de Sócrates: entre más se sabe, menos se sabe (¿entre más poder, menos poder?). De ser así, el conocimiento solo sería útil para fines parciales, concretos y no por una causa común universal. Solo dudando me inclino por aquella primera posibilidad, puesto que es evidente que no todos tienen las mismas capacidades, lo cual no da pie para ir en contra de los menos capaces. Un cierto animo moralista hace que me incline por la segunda en desmedro de la primera, puesto que desde una concepción idealista, quijotesca, puedo confiar en que todas las personas, solo por el hecho de ser, tienen el mismo derecho al conocimiento, llegando ese ideal incluso a constituirse como una fe. Pero como sentenciaba Nietzsche: Fe significa no querer saber la verdad. En la práctica, el cultivo del conocimiento, en su faceta más intelectual, ha demostrado ser tarea de excéntricos. Un nicho de iluminados, bastante distante de la realidad. Y ya se sabe que mucho de los estudiantes conocen esa realidad y precisamente por eso dejan a un lado todo ese discurso reivindicatorio.

¿Para qué servirán realmente tantas tareas, tanta basura protocolar, tanta celulosa gastada en abstracciones inútiles, tanta voz gastada en imponer un orden que no es el personal? No quisiera apelar al mito bíblico –el conocimiento como derivado de la muerte-. Pero en todo ese proceso casi siempre se posterga el tiempo presente, la vida tangible, lo único digno para ser llamado "a-lumno", sin otra luz que esos instantes de despreocupación, de lucidez febril, en medio de la cadena sucesiva de normas y de saberes ajenos. Desde una visión pedagógica, si se quiere ingenua, pero no menos entusiasta, apelo entonces porfiadamente a desobedecer las reglas, aunque eso signifique auto sabotearse a si mismo y sabotear tu medio de supervivencia, en un espacio donde la enseñanza vive sujeta al trampolín social... porque pensar y escribir son, al fin y al cabo, tentativas para desafiar la gravedad de las cosas.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Parra el poeta imaginario del anti siglo



"Si el hombre, dice Parra, llega a tener éxito en su afán de destruir el Universo, lo más probable es que Dios vuelva a crearlo de nuevo".

... Si la vida no tiene sentido actualmente ello significa que nunca lo ha tenido, que nunca podrá tenerlo. De ello es consciente el poeta cuando se niega a rehacer su vida de atrás para adelante y adoptar una actitud romántica, de nostalgia por el pasado...

Dijimos que él vive sus pensamientos. Con ello quisimos significar hasta qué punto en él se entrelazan la acción y la contemplación. Si postula un regreso a la realidad, lo hace en el terreno de la realidad. Lo posible y lo necesario son para él uno y lo mismo. Piensa dogmáticamente y vive críticamente la caída o la exaltación de sus dogmas. De ahí que él no intente demostar una intuición, sino expresarla; siempre que ella sea lo suficientemente significativa como para rechazar todo atisbo de duda. Con la duda empieza la filosofía y muere la poesía" Enrique Lihn, Introducción a la poesía de Nicanor Parra.


Ciudadanos de las tinieblas

"Hay otros mundos, pero están en este" Paul Eluard.

Ya va tomando forma la colección de Otros Mundos que en los años 70 tuvo su apogeo en el universo editorial. La idea era, a raíz de mi antigua filiación a Nueva Acrópolis, recorrer un camino ecléctico de búsqueda y de conocimientos, aún valorando el aporte en material oculto y tradicional que los acropolitanos de aquella filial compartían. Decidimos dejar la institución debido a su cada vez más evidente carácter sectario.

Reconocimos que el sendero continúa fuera. La figura de JAL, fundador de la institución, aunque notable en su aportación, se nos hizo en un principio demasiado ambigua para seguir nuestro propio camino. Los dogmas tales como la moral religiosa y el cientificismo positivo, uno desde el fanatismo y otro desde el materialismo, parecen seguir siendo lo que otro autor en su tiempo llamó "monstruos reaccionarios.

Es algo consabido que los hombres de ciencia tuvieron su lado esotérico. Es cosa de remitirse a Newton. El mismo hombre que teorizó sobre la gravedad fue un asiduo alquimista. Giordano Bruno, el mártir renacentista, que para algunos ateos sigue siendo considerado un racionalista, estuvo también interesado en la magia y la tradición hermética. Jacques Bergier hablaba de una vuelta al "realismo fantástico" que no se limita a lo evidente, lo medible y cuantificable, sino que permite adentrarse en posibilidades de realidad que exceden el sentido común. En palabras del autor, la realidad sería fantástica por antonomasia. Lo mismo dijo Borges respecto de la literatura. 

No se trata, según aquel, de imaginar entelequias ni de sueños ingenuos, se trata de arrancar esa materia desde las entrañas de lo real, desde tus propias "entrañas". Las experiencias imprevistas que desatan el sudor a cada paso, en tu lecho, en la próxima esquina, que desafían las cabezas y páginas en blanco. Se está unido a una tradición oculta y, a la vez, se camina hacia lo desconocido. En esa línea, el pensador hace de sí un clandestino, una especie de animal fugitivo y subterráneo, porque, como dijese Crowley: "el pensador, con sereno espanto, formula su ley eterna".