viernes, 19 de febrero de 2021

Tras tender las sábanas durante la tarde, apareció una chinita, pero una variedad única, la Eriopis Connexa. Dejé de hacer la cama para intentar sacarla y dejarla en el suelo. Me incliné hacia ella y puse el dedo índice frente suyo. Se subió encima del dedo y siguió andando. La deposité en el suelo, procurando que siguiera su camino, y continué haciendo la cama. Cuando arreglé la última frazada, me puse a un lado del espejo de la pieza, mirando hacia la pared, y ahí estaba la chinita de nuevo, andando rápidamente. Me acerqué a ella, me sintió y se escabulló. No quise seguir molestándola y me quité de ahí. Tan pronto como la chinita se escondió detrás del espejo, alcancé a reflejar mi rostro en él. Detrás de ese reflejo, la chinita permanecería oculta, evitando ser perturbada o incluso reflejada contra su voluntad, porque sabía que, más allá del espejo, reaparecería aquel ser desagradable, mirándola fijamente con un rostro estupefacto.