miércoles, 19 de mayo de 2021

Elecciones constituyentes: el fracaso de la democracia y la sociedad de los "idiotas"

Lo que ocurrió el fin de semana fue sin duda una bomba atómica para la derecha, con una amplia mayoría de constituyentes independientes y del ala izquierda de la política. Pero hay un antecedente mucho más estridente que los medios progres no han querido visibilizar, y es el hecho de que casi un 56,7% del padrón electoral se haya ausentado, restándose voluntariamente del circo del sufragio. Esto puede interpretarse bien como una desidia o como una repulsa. De todos modos, hay una realidad en esa ciudadanía, digamos, “idiota” (bajo su acepción clásica) que hace ruido y que no termina de cuajar en relación a ese falso optimismo de los constituyentes y también, en parte, al alarmismo catastrófico de los oficialistas.

Podría concluirse, a simple vista, que con esa dinámica de “desobediencia cívica” quedaron aún más patentes las grietas de la democracia liberal. Con el exiguo porcentaje de votantes y el escandaloso triunfo de la izquierda más progre en diferentes frentes, se demostró que la gente, en general, ya no cree en el verso del sistema y, por lo tanto, quienes lo siguen replicando, amén del oportunismo, están básicamente siguiendo un camino que ya no conduce a ninguna otra parte que a un despeñadero, porque su bastión ha sido, hace rato, deslegitimado ante el desencanto y el escepticismo, y si vamos un poquito más allá, ante el adoctrinamiento partidario.

Pese a todo ese diagnóstico de catástrofe, tampoco es menos cierto que aquella gran masa “idiota” no votante constituye, a fin de cuentas, la verdadera mayoría de Chile. Y si nos remitimos nuevamente a las cifras, se puede aseverar que el tan mentado proceso constituyente (cuestionado, en un principio, como una “cocina” en pleno auge del estallido) no es tan representativo de la ciudadanía, como se pensaría, por la sencilla razón de que los números no lo acompañan.

Vuelve entonces a penar una interrogante tan política como existencial ¿Quiénes son aquellos que no votaron? ¿Cuál será su trasfondo ideológico? ¿Su inercia tendrá un fundamento apolítico, apartidista, nihilista? ¿Habrán sido los mismos que se ausentaron del plebiscito de octubre, intuyendo la farsa que se avecinaba? ¿O solo habrán sido votantes desencantados o arrepentidos a última hora con el show? Aquella gran masa ciudadana descontenta, mal llamada invisible solo por no jugar a este juego bienintencionado, adalid de cambios estructurales, se ha transformado en una realidad silenciosa para la opinión pública, una realidad que existe y que observa de soslayo el carro alegórico de la victoria de la democracia, a la cual se subieron oportunamente los “iluminados”, los portadores de la luz de la nueva política, de la nueva Convención constituyente (que no asamblea), tan independientes del propio sistema que los ampara como lo son de su vientre materno y de la tutela de sus padres.

Por ahora, el panorama aún se muestra incierto, expectante, pero incierto. De aquella Convención aún no se comienza a gestar ninguna idea medianamente plausible, a lo sumo, embriones en potencia, envueltos de proclamas y promesas. Y ya vemos la efectividad que tienen estas proclamas y promesas en el inconsciente colectivo, y el desmadre póstumo que provocan. Por otro lado, el ala del gobierno se encuentra demasiado preocupada de su marchita reputación y su poco asertiva política del diálogo y las concesiones, que le valieron una humillación in situ ante medio mundo. Los más frustrados con la radiación nuclear del 16 de mayo siguen siendo, sin duda, los sectores más conservadores de la derecha, aquellos que interpretan ese día como una masacre política, una derrota absoluta que solo puede llevar a Chile al apocalipsis (“el fantasma comunista”), instalando, de esa manera, la táctica del pánico para sublimar un sentimiento de cambio que ya se venía gestando a raíz de una corrosión institucional inminente.

Crónica de la muerte anunciada de la democracia o, mejor dicho, del sistema electoral, para los progresistas y la izquierda. De cualquier manera, la masa de los “idiotas” es un factor clave que continuará indeterminado, diverso en su desorganización y podría transformarse en un latente actor a futuro o en una fuerza en ausencia por oposición, porque en el fondo, ante el escenario que sea, sabemos de sobra que los políticos, su indeseable casta, siempre se las arreglará para salirse con la suya, y el poder, a la larga, solo se entiende con el poder, sea el idiota que sea (salvo muy contadas excepciones). Así lo manifiesta la memoria. Así lo manifiesta la historia. Solo esperemos que la idiotez no sea exagerada.