sábado, 24 de mayo de 2014









A propósito del vicio de la reflexión, siempre existe algo en la auto complacencia que nos vuelve como hermanos de sangre, sin embargo, es diferente la confirmación de una situación existencial precaria que el desarrollo de la subjetividad basada en una especie de purga interna... Eso sucede por ejemplo con los pensadores contemporáneos, el filósofo ya no es ni por mucho el exegeta de la república ni el consejero de los poderosos, pasó de ocupar el trono de la abstracción a deambular por los terrenos aciagos de la materialidad... a fuerza de pensarse sacrifica su levedad, su antigua casa metafísica, para caer sobre si mismo. Así es como en esencia las ideas se anclan a nosotros, a través del corazón como medida del tiempo sobre la tierra. Se corresponde con la situación vital de quienes leen las ideas, como si en ese ejercicio deletrearan los latidos de su propio dolor... uno puede llegar a comprender racionalmente el imperativo categórico, pero si es acosado todavía por algún dilema sentimental, el rumor del pensamiento hará que la estructura zozobre como ante alguna clase de cataclismo: es el precio de levantar razones sobre las quebradas del sentimiento.

Un fragmento de un cuaderno de Cioran fue revelador en ese aspecto, y habla de cómo el amor puede destrozar todo a su paso pero al mismo tiempo trazar nuevos espíritus sobre las ruinas de un corazón marchito, a la espera de una mujer más como expectativa que como realidad:

"El otro día recordé un momento capital y particularmente doloroso de mi adolescencia; yo amaba en secreto a una muchacha de Sibiu, Cela Schian, que debía de tener quince años; yo tenía dieciséis. Por nada del mundo me hubiera atrevido a dirigirle la palabra; mi familia conocía a la suya; hubiera podido encontrar ocasiones de acercarme a ella. Pero eso superaba mis fuerzas. Durante dos años, estuve viviendo atormentado. Un día, en los alrededores de Sibiu, en pleno bosque, donde me encontraba con mi hermano, veo a esta muchacha con un compañero del colegio, el más antipático de todos. Aquello fue para mi un golpe casi insoportable. Incluso hoy día me duele. A partir de aquel momento, decidí que había que acabar de una vez, que era indigno de mí encajar la traición. Empecé a distanciarme de la muchacha, a despreciarla, y finalmente a odiarla. Recuerdo un momento en que al pasar la pareja, yo estaba leyendo a Shakespeare. Daría cualquier cosa por recordar qué obra. Imposible recordarlo. Pero aquel instante decidió mi carrera, decidió mi porvenir. Siguieron años de completa soledad. Y finalmente me convertí en aquel que debía convertirme"

Leyendo los diarios íntimos de los pensadores, uno se da cuenta muchas veces de la verdadera obra, privada, oscura, la de los sentimientos encontrados, frente a la obra pública, de la cual el aficionado vive, o se gana a la sociedad, por así decirlo, los sistemas racionales sobre el mundo...No encuentro lectura más intensa que aquella porque habla desde un corazón balbuceante, sin estructura ni lenguaje, pero que se sabe roto, sangrante y real, y, que habla por lo general, desde la frustración y no desde una manía o desde un fetiche con la verdad. Inclusive pienso que hay más verdad en la revelación de ese fracaso o desilusión vital (lo que no implica que constituya una regla para el pensar) que en la ambición de un éxito fabricado bajo intereses ajenos... por ejemplo, el diario de Pavese el autor escarba mucho en el fango de las emociones, no quiere dar a conocer la grandeza de una cosmovisión unívoca, sino que busca exorcisar a sus demonios, las mujeres y las vicisitudes de una vida precaria... creo que la afirmación de esa agonía, y la ironía frente a la entronización de los aspectos positivos de la vida tiene más espíritu que por ejemplo una sentencia suya construida bajo una tradición filosófica, porque de esa materia informe y orgánica está hecho el presente. Pavese profundiza en ellas con una claridad impresionante, y por supuesto, lo hace sin querer sacar nada a cambio, desde la verdadera imparcialidad. Lo cual no implica por supuesto que los pensadores adoren revolcarse en el barro de la historia. Es solo la constatación de la herida y el desangramiento que implica pensar el mundo a pesar de si mismos. Cioran afirmaba, por ejemplo, la amistad, a pesar de descreer en la solidez de las relaciones humanas. El paroxismo de las emociones diluye sus opuestos. En última instancia, Nietzsche, Cioran, Pavese, fueron grandes pensadores del amor no porque precisamente supieran conquistarlo, sino que porque dieron cuenta de su influencia terrible y necesaria, como la de un satélite que orbite su mundo y amenace siempre con impactarlo, a fuerza de formar parte suya hasta la muerte. El clásico pensador de Rodin entonces, lejos de representar al emisario de la verdad, al pensamiento que maquina el encuentro de una respuesta auténtica, representa al hombre "preocupado" (de hecho así debería llamarse) ... es el desplazado que se hinca ante todo, que reclama siempre un ausente eterno, pero que vive precisamente por esa ausencia.¡¿Cuántos sujetos literalmente pateados por la certeza terrible de la ausencia femenina, y por extensión, del mundo?! ¡¿Cuantas palabras dichas en vano como flores mutiladas en el jardín para derivar siempre en la preocupación y el ensimismamiento?! Yo veo filósofos en la medida que veo espíritus engañados, son esos los que sienten que aman, porque no pueden mirar a los ojos, sin antes hacer de su nada una extensión de si mismos.