martes, 6 de septiembre de 2016

La polera de Vesta Lugg

Lo que me apasiona de esta clase de debates inútiles y faranduleros (Vesta Lugg usando una polera de Iron Maiden) es la fauna humana que comienza de inmediato a definirse de acuerdo a sus posturas. Están lo que dicen no interesarle, pero que mienten porque de lo contrario no se molestarían en comentar la noticia. Y, por supuesto, están los que toman partido por ella, asumiendo, por un lado, una postura de rechazo al hecho de que una mina de la tele (con el estereotipo femenino de chica superficial) use una polera de una famosa banda de metal (que a su vez viene con el estereotipo metalero de rudeza y de carácter sectario); y, por otro lado, defendiendo el hecho de que incluso alguien como ella tenga la libertad de usar la polera que quiera, independiente de si ella no conoce nada respecto a la banda y no comparte el universo simbólico que la banda de su polera representa. Se deja ver una pugna ideológica entre los que se aferran a una ética rockera demasiado dogmática (por supuesto, falaz, rozando lo infantil), que separa de inmediato a quienes (según ellos) no son dignos de llevar el logo de sus ídolos; y entre los que defienden la idea posmoderna de una libertad de elección basada en criterios que rozan la demagogia y el relativismo. Ambas posturas, a mi modo de ver, son demasiado radicales. Parece mucho más simple de lo que se cree: la mina escogió esa polera solo por el gusto de usarla o para llamar la atención del público. Que guste de la banda o que la conozca es, en esos términos, irrelevante, así como también lo es que ella (y no otra) sea quien la use. Se ataca, en ambos casos, una idea imaginaria. A mi modo de ver, la mina simplemente se ve bien. Y punto. Aunque es imposible obviar la pugna ideológica porque tanto la mina como la polera están cargadas de símbolos. Si tuviera que tomar partido me inclinaría definitivamente en su defensa. Y, por lo mismo, ojala que más chicas se lucieran y usaran las poleras de nuestras bandas favoritas.


Cuando chico me imaginaba que al salir del colegio para ingresar a la universidad podría recién comenzar a vivir esa vida loca que todos los pendejos de esa edad ansían. Un remedo de la vida de un libertino. De la vida de un soñador inexperto. Lo mismo me imaginé durante la universidad, solo que esa vez creía que al salir tendría la libertad y la plata que tendrían mis padres. (Que tampoco era mucha, dado el inconveniente de mi nacimiento). Ahora que me encuentro relativamente libre, solitario en la pieza que arriendo gracias a la profesión que elegí a regañadientes, escucho música hasta tarde por gusto, dejo el programa word abierto por inercia, pensando en la rutina de mañana, pensando en mi próximo paso en falso en el amor, haciéndome exactamente la misma pregunta que me hago repetidamente hace veintiocho años. A eso se resume a veces la llamaba libertad, a un sentimiento de inconformismo trasnochado, que se cree superar nada más llegado el amanecer.