sábado, 20 de abril de 2024

Costanza Rizzacasa d’Orsogna: «La cultura de la cancelación en Estados Unidos»

Sostengo una lucha encarnizada contra la cultura de la cancelación y contra los talibanes de la corrección política: "Otras veces, las críticas no se dirigen a la obra, sino a la vida privada del autor. Es el caso de Philip Roth, incluso de su biógrafo Blake Bailey. Este, por partida doble: por el hecho de ocuparse de un escritor de vida personal discutida y por su propia vida personal. Las acusaciones a Roth se basan, en buena parte, en las memorias de una de sus esposas, que lo tildaba, entre otras cosas, de “misógino maquiavélico”. Las acusaciones que algunas mujeres dirigían a su biógrafo eran más graves: abusos y violación. Pero -argumenta la autora del libro- aparte de que otros testimonios, también femeninos, podrían dar una visión distinta de Roth, y de que las acusaciones a ambos no son más que acusaciones que deberían probarse; incluso dándolas por buenas y admitiendo la gravedad de las dirigidas a Bailey, debemos preguntarnos qué tiene que ver el comportamiento personal de un autor, cualquiera de ellos, con los libros que escribieron. En otras palabras, si el fabricante de una aspiradora tiene un pasado de acosador sexual ¿habrá que retirar la aspiradora del mercado? ¿Se puede leer Mein Kampf sin ser partidario de Hitler?
Shakespeare, Faulkner… Ni la excelencia literaria ni las barreras cronológicas detienen a los partidarios de la rendición de cuentas. Los venerables estudios clásicos han sido atacados por entender algunos que el latín y el griego son lenguas ligadas a la supremacía blanca y al colonialismo. Aunque la defensa de dichos estudios debería ser superflua, la autora no deja de recoger la opinión de un profesor emérito de estudios clásicos de Princeton (Andrew L. Ford), universidad de la que han partido algunos de esos ataques: “Nunca nadie se ha hecho más sabio ignorando sistemáticamente culturas tan inmensas y tan profundamente influyentes como la griega y la latina”.

Algo que me sorprendió de Zona de interés de Jonathan Glazer, fue su audaz propuesta visual. Todo el horror estaba sugerido en las imágenes, el ambiente y el sonido. Los planos graficaban un panorama de contrastes, sin necesidad de acotaciones. Los diálogos eran los precisos entre los personajes que integraban la familia del comandante Hoss y su rutinaria labor en los campos de concentración. Citan "la banalidad del mal" de Hannah Arendt, para referirse al planteamiento cinematográfico de Glazer en la película, aunque Zona de interés desenvuelve su trama sin llegar a ser una historia esquemática. Evita el efectismo y, en cambio, apuesta por la sugestión y la compenetración del espectador en el escenario psicológico, desplegado, por ejemplo, en algunas escenas alusivas a los sueños en blanco y negro o bien al desfase en el tiempo histórico de la película con el tiempo reciente. Un ejercicio crítico de pura cinematografía, sin caer en el sermón relamido ni en la mera acción carente de fundamento.