domingo, 31 de octubre de 2021

La ceremonia prohibida (relato de terror)

"El cielo no conoce rabia como la del amor convertido en despecho, ni el infierno furia como la de una mujer despreciada". William Congreve.


Todo ocurría en una gran galería repleta de verde, sin techo, a cielo abierto. Una serie de columnas con reminiscencias a la arquitectura griega sostenían la estructura. Dentro de la galería se estaba desarrollando un cóctel con una cantidad inmensa de invitados. Todos portaban máscaras. Avanzaba por entre el tumulto de gente, buscando el lugar en el cual se celebraría un evento importante. Entre algunos de los pasillos que se abrían a través de la edificación debía estar aquel lugar desconocido, pero no conseguía encontrarlo. El cóctel que ocurría afuera ya no sabía si era para finalizar una jornada, o bien, para ofrecer un aperitivo previo a su comienzo.

A medida que me sumergía en la edificación, el lugar se iba haciendo más laberíntico, y la incertidumbre respecto al evento crecía. Tan pronto fui bajando a los niveles inferiores, encontré un gran salón en el cual parecía desarrollarse una ceremonia. En el momento en que intenté entrar, todo se iba haciendo más nebuloso y perdía la conciencia. Al recobrarla, me hallé en las afueras de la galería, con aquel cóctel siendo desalojado. La gente iba en retirada. Según intuí, aquel evento tan importante había acabado, y nunca supe de qué se trató ni quién lo dirigía. Fui saliendo junto con el mar de gente, hasta encontrarme con un amigo a la salida y una mujer desconocida.

Bajamos raudamente a través de un camino largo y curvo. Atrás se iba formando la estructura de una cárcel. Decidimos no mirarla, cual fugitivos o exiliados, y seguimos bajando de forma mecánica, sin rumbo específico. Al amigo se le ocurrió ir a beber algo, a cualquier antro que nos acogiera en aquellas instancias, muy entrada la noche. La mujer nos miraba continuamente, y nos seguía sin mayor preámbulo. Al llegar al plan de la ciudad, nos dirigimos a un bar de mala muerte. Nos pusimos de acuerdo con el amigo y la mujer, y fuimos ahí a beber. Conforme nos adentramos, un olor fétido inundaba todo el ambiente. Se hacía insostenible, pero el ansia de beber y de borrarse era mayor. Elegimos uno de esos puestos escondidos en recámaras. Nos acomodamos y pedimos a la señora de la barra unos pipeños que eran la especialidad de la casa.

Mientras tomábamos, todo se hacía más confuso. Se escuchaban en el ambiente las voces de los viejos chichas riéndose de manera estruendosa, y colocando una que otra canción rancia en la máquina. La mujer comenzó a beber sin control, al igual que mi amigo. Yo apenas bebía lo justo para amenizar la situación. De un momento a otro, mi amigo y la mujer comenzaron a mirarse muy fijamente, con cierta coquetería. Dejaron los vasos de pipeño, se levantaron y salieron de la recámara. Los esperé durante un rato, pero al captar que se demoraban demasiado, intuí que algo malo estaba ocurriendo. Entonces me levanté para saber adónde habían ido. Le pregunté a la señora de la barra. Ella señaló hacia el fondo del local, directo al baño. Fui rápidamente a donde la señora me indicó. Al cruzar el umbral del baño, lo primero que vi al fondo fue a la mujer, completamente desnuda, echada sobre el piso. Lloraba. Quedé realmente impactado. De pronto, ella se levantó al darse cuenta de mi presencia, y me miró, con el rostro pálido y una expresión llena de angustia. No pude hacer nada, repleto de pánico, hasta que sentí en mi hombro izquierdo la mano de alguien. Me di vuelta y era el amigo que también estaba buscándome. Le indiqué que la mujer estaba en aquel baño, muy vulnerable. Le pregunté, exaltado, qué había hecho con ella. Miré hacia donde se encontraba y no había nadie. Literalmente, se había esfumado. El amigo dijo que me tranquilizara y señaló que ella, en realidad, se había marchado y que él solo había ido a encaminarla. Extraño, considerando que la señora de la barra me había dicho que fueron al baño. Le volví a preguntar a la señora, y ella me lo confirmó. El amigo explicó que efectivamente fueron al baño, pero luego la mujer decidió irse sin previo aviso y él solo la acompañó hasta la salida. Todo lo que había visto en aquel baño no sucedió para nadie ¿Una alucinación dentro del sueño, o una visión?

Luego de aquel confuso incidente, le repetí al amigo que lo mejor era dejar el lugar, sobre todo porque el olor ya se hacía nauseabundo y los pipeños estaban empezando a causar estragos. Pagamos la cuenta a la señora de la barra y nos despedimos. A la salida, el amigo decía que iba para otro lado. Estrechó su mano y se fue sin mayores explicaciones. Yo me sentía muy mal. Aproveché de volver al antro para ir al baño y alcanzar a vomitar. Le pedí amablemente a la señora si podía hacerlo. Ella no puso reparos. Entonces me apresuré y me colé entre el grupo de viejos chichas que ahí seguían bebiendo. Justo cuando iba a entrar al umbral del baño, todo volvía a hacerse nebuloso y perdí la conciencia, tal como ocurrió al intentar entrar a aquel gran salón en los niveles inferiores de aquella edificación.

Al recuperar nuevamente la conciencia, me hallaba ingresando al salón donde debía suceder aquella ceremonia. Sobre las paredes del salón había símbolos de triquetas. Apenas avanzaba, mi cuerpo se iba adormeciendo. Lo hacía, ante la mirada estupefacta de la gente allí presente. Solo atiné a observar sobre el escenario. Había una mesa larga en la que presentaban un libro. Miré un poco más, y sentada al medio de la mesa estaba la mujer que nos acompañó a beber con el amigo a aquel bar. Me observó a lo lejos, fijamente, con un rostro pálido de sorpresa. A su lado, se encontraba sentado nada menos que el amigo, quien me observó con el ceño fruncido. Él estaba allí en calidad de anfitrión. Al permanecer atónito en medio de la ceremonia, varias de las personas allí se levantaron, aterradas y comenzaron a señalarme. Otras tantas, se fueron incómodas. Luego, bajaron unos tipos que custodiaban el evento. Me sostuvieron fuertemente con el ánimo de expulsarme de ahí lo antes posible No me resistí mayormente, demasiado embotado para reaccionar. A medida que me alejaban, la gente regresó a sus puestos, y el ambiente volvió a retomar su color particular.

Los tipos me desplazaron rápidamente y me dejaron tirado en un cuarto oscuro. Sin demasiadas fuerzas, intenté incorporarme y apenas abrí los ojos cuando se prendió una luz. Pronto, al abrir la puerta, entró caminando la mujer del salón. Tenía una apariencia diferente. Se había teñido el pelo y llevaba un pañuelo verde bajo el cuello. Se paró enfrente de mí. Empezó a increparme con un rostro desencajado y una mirada de odio, diciendo cosas apenas ininteligibles con mis sentidos entumecidos. En un momento, volvieron a entrar al cuarto aquellos guardias que me habían reducido para traerme acá. Me agarraron y me levantaron. La mujer se acercó nuevamente, sin despegar de mí esa mirada de odio, hasta que me gritó fuerte y claro: -¡me cagaste la vida, conchetumadre!-, le gritó, fuerte y claro. Esto sí que lo escuché de manera tan enérgica que me erizó la piel y se repitió en mi cabeza. Acto seguido, la mujer me escupió la cara y los tipos comenzaron a golpearme entre todos, sin respiro. Entre golpe y golpe, paralizado y sufriente, noté cómo la mujer se alejaba, volviendo por donde vino, sin explicación alguna. Después de la tremenda paliza, y totalmente abatido, los tipos me condujeron afuera de la edificación, lo más lejos posible de la ceremonia que se continuaba realizando.

Lo que más me dolió, aunque parezca incomprensible, no fueron los golpes de aquellos tipos violentos, sino que la explosiva imprecación de la mujer. Después de todo, aquel solo era un dolor físico. Este otro, en cambio, continuó retumbado en mi interior cual acusación temeraria. Por más que lo pensaba, no entendía por qué esta mujer me tenía tanto odio. Y por más que hacía memoria, no lograba recordarla ¿Cuál habrá sido la razón? ¿Qué cosa le habré hecho en el pasado como para que llegara a ese extremo? ¿Habré tenido acaso algo con esta mujer? En tal caso ¿Habrá sido algo incidental o realmente algo significativo? Todos estos cuestionamientos no paraban de acosarme, sirviéndome de tormento en la medida que el dolor de las heridas recibidas por los guardias se hacía aún más agudo.

Intenté volver al exterior de la edificación, rumbo a la galería, a través de esos pasillos interminables. Exigía una explicación. Quería hablar con la mujer y preguntarle la razón de tamaño matonaje en mi contra. Qué había hecho para merecerlo. Cuando conseguí llegar al sector repleto de verde, estaba todo completamente vacío, aunque desordenado y con sobras del cóctel que se había hecho durante la ceremonia. Caminé lentamente hacia una copa de champaña que allí había. En el momento que intenté servirla, para calmar un poco mi angustia, sentí un gran golpe en la nuca que me tumbó sin remedio contra el piso. Antes de volver a quedar inconsciente, alcancé a distinguir la figura del agresor. Era la del amigo que acompañaba a aquella mujer, pero cuyo semblanza apenas conseguí reconocer. Mi noción del tiempo y del espacio se fue desvaneciendo. Recuerdos fugaces pasaron por mi mente, recuerdos entremezclados de mi antigua vida con aquella mujer misteriosa. Recuerdos agridulces. Tras estos recuerdos, una enorme fosa se abrió paso dentro de mi consciencia y mi corazón. Así, me hundí lentamente en la fosa, acaso sin posibilidad de volver a la superficie y recuperar mi centro.

Cuadro: Fussli, "Lady Macbeth con los puñales", 1812

"La emoción más fuerte y antigua de la humanidad es el miedo". Lovecraft.

Pregunta de noche de brujas: ¿Qué cosas aterran verdaderamente? Surgen muchas respuestas, y todas dicen mucho de nosotros. Quizá el terror de lo ominoso sea lo más terrible de sufrir, respondió una. Yo le dije que a mí me aterra lo kafkiano en clave El proceso. También, el terror psicológico es cuático. La sola capacidad de la mente humana para manipular y dañar revela la sombra que pugna por acecharnos con cada descuido. Pondría, en segundo lugar, el terror tecnológico, en clave Black Mirror. Constatar que ya es realidad es horripilante. Solo basta con pensar en las posibilidades del nuevo Metaverso creado por Mark Zuckerberg, sus consecuencias irreversibles para el tejido de la realidad y el entendimiento de nosotros mismos. En tercer lugar, le seguiría el terror cósmico de Lovecraft, pero es uno que sigue después de una larga meditación sobre nuestra posición en el universo. El pensar que somos apenas un accidente en medio de variables infinitas que nos rebasan. Ese puro pensamiento podría sumir en el nihilismo hasta al más entusiasta y rebosante de sentido. Después de todo, creo que el terror menos terrible es el fantástico. Lo que en verdad siempre ha sido un paradigma del terror sigue siendo la realidad, la realidad con sus múltiples sorpresas, trucos y puñaladas por la espalda. Ella respondió, de hecho, que la realidad y toda aquella mínima posibilidad de realidad resulta realmente terrorífica. Y tiene razón, porque, como decía Shakespeare, es muy probable que, sin duda, el infierno está vacío y todos los demonios están aquí, cohabitando entre nosotros. Incluso, anidando en nuestro fuero interno cual guarida a la espera de una oportunidad. En otro punto, el futuro también aterra, sobre todo, las distopías en clave 1984 o Mundo Feliz. Están ad portas de volverse una realidad mundial. Es cosa de ver el sometimiento ideológico y los diferentes dispositivos de control mental que subrepticiamente se cuelan entre los recovecos de la sociedad, como si se tratase de serpientes simbólicas, dispuestas a envenenarnos el espíritu y paralizarnos la voluntad. Y lo peor de todo, es que son cuestiones perfectamente tangibles.