jueves, 11 de enero de 2018

Pastel

Inquietud sobre el término pastel, ocupado por algunas mujeres para designar a cierta clase de hombres que no cumplen con las expectativas de pareja sentimental. Para ellas, el significado puede variar, y clasificarse hasta en varios subtipos de pastel, pero casi todas acaban concordando en lo mismo: en un sujeto que siendo de una u otra forma no fue capaz de actuar de acuerdo a lo que se espera de él. Me llama la impresión cómo un término propio de la repostería pasó a constituirse en un término despectivo. Cuál habrá sido el origen de su sentido actual, el por qué resulta exclusivo de las mujeres para referirse a los hombres, el por qué del pastel y no en cambio de la “pastela”. No he encontrado ningún estudio dialectológico serio al respecto, sí casos de su uso concreto, que abundan en cuestiones referentes al tema del corazón. En un artículo de una auto nombrada coach del amor, Cristina Vásconez, por ejemplo, se hace uso de la denominación del pastel para referirse a los individuos que derechamente la “cagan” con sus parejas, entonces ellas se sienten con todo el derecho de llamarlos así. Pero vemos luego que el calificativo se desmarca de su referente masculino, de su sustantivación y adjetivación respectiva, para pasar a ser una palabra genérica, que indistintamente del sexo refiere a aquello que se realiza con “ignorancia, desidia o desconexión”. De ese modo, en el artículo de la coach, la mujer en cuestión, la mujer ejemplificada como víctima, toma conciencia de su circunstancia, reflexiona al respecto, y asume que tal vez ella, no pudiendo distinguir entre el pastelismo de sus pretendientes, sea en verdad la que cae en el juego, inocente o deliberadamente, y se pregunta “¿seré yo acaso una pastel?”. Llega a un punto en que el término pierde su uso vigente y se problematiza. Adquiere un trasfondo metalinguístico. Difumina su matiz ideológico, y acaba volviéndose una palabra que subraya ante todo el carácter errático de la personalidad, y por qué no, de la propia existencia. Pastelear sería decisivamente obrar mal en asuntos sentimentales, romper de forma negativa con el esquema del otro. No obstante, el origen del término pastel para graficar al hombre, el más a la mano, el más de moda, sigue siendo impreciso. A costa de su uso, ellas tienen en su poder un significante que les permite representar, al menos de forma metafórica, un significado a ratos incomprensible, a ratos inabordable. Y resulta una clara evidencia de que bajo la dulce denotación de la palabra puede plantearse una connotación del todo amarga, una realidad de la que ni la propia contraparte se salva, la realidad de la diferencia bajo el velo del deseo.
Estamos de acuerdo con una amiga por interno que resulta inconcebible que una feria del libro no cuente con baño público. Aparte de las necesidades literarias, también corresponden las necesidades sanitarias. La necesidad del número uno y del número dos, tan transversal a la cultura como lo suele ser el propio hecho de agarrar un libro y salir corriendo al excusado más cercano. Ayer de hecho ese fue uno de los factores de nuestro desencuentro en el lugar. A falta de un baño ella tuvo que marcharse e irse a un café cercano, maniobra que yo mismo repetí minutos después, al preguntarle a un amigo que estaba ahí firmando libros si ella ya se había ido o aún andaba pululando entre los puestos. En el sitio original de acceso al baño del Liceo Bicentenario, que recuerdo estaba al fondo a la izquierda (posición contraria al dicho habitual), había en cambio una zona restringida únicamente al personal de la feria con credencial incluida, y a su lado, lo que solía ser en su tiempo el sitio reservado a las editoriales independientes. ¡Justo al lado del lugar que otrora correspondía al bendito baño de la feria!