domingo, 7 de marzo de 2021

Lorena Bobbitt y la castración más famosa de la historia

En el año 93, la ecuatoriana Lorena Gallo (nombre de soltera) se hizo mundialmente conocida por haber castrado a su marido John Bobbitt, mientras este dormía. Inmediatamente después del hecho, arrancó en su vehículo, arrojó el miembro viril por la ventanilla y se entregó a la policía. Tras horas de búsqueda intensa, lograron encontrar el miembro de Bobbitt para luego reimplantárselo en una cirugía muy difícil. Durante el juicio, Lorena alegó que algunos de los motivos para cometer tan alevoso acto fueron la tortura psicológica y las vejaciones a las que era sometida en su vida matrimonial. Sin embargo, después de la sentencia, John fue declarado no culpable de los cargos en su contra y, a su vez, Lorena fue declarada no culpable del hecho delictivo, basando su defensa en el argumento de la “locura transitoria”, razón por la cual tuvo que ser derivada al psiquiátrico durante más de un mes. Sin duda, un caso surrealista, no solo por el hecho de que ninguno fue condenado a prisión, sino que por su alto impacto mediático. Tanto así que, debido a esto, la palabra pene apareció por primera vez en primera plana en los periódicos de Estados Unidos. Incluso se incluyó la palabra “bobitizar” en el diccionario como un sinónimo de castrar, y se rebautizó como Lorena a una criatura acuática que castra al macho tras la cópula.

Lorena, con el tiempo, fue considerada, más que una victimaria, una verdadera víctima simbólica, una mártir de la causa feminista, que veía, en su sonado caso, un auténtico ejemplo de ajusticiamiento y superación de la adversidad. (La misma idea de mutilar los genitales del marido como una manera de sublimar años de violencia era una idea atractiva para las simpatizantes de la ideología de género, que pareciera que invitan a todas las mujeres a tomarse la justicia por mano propia en un ánimo revanchista).

John Bobbitt, por su parte, lejos de traumarse y de hundirse en la ignominia, también se llenó de gloria a su manera, una vez reconstruida su virilidad. Entró en el terreno artístico, específicamente en el mundo del porno, grabando una película con Ron Jeremy, “Johnny sin cortes”. Esto le valió tanta fama que se volvió prácticamente una estrella del espectáculo. Años después, Lorena y su ex marido se reencontraron en un programa televisivo, The insider, y se perdonaron, irónicamente, un día de San Valentín.

En la actualidad, se estrenó un documental llamado Lorena por Amazon Prime, que profundiza en el tratamiento mediático y el desarrollo judicial de la castración más célebre de los noventa; y más recientemente, la película Yo soy Lorena Bobbitt, dirigida por Danishka Esterhazy, que se enfoca en el relato íntimo de violencia doméstica vivido por la protagonista, sirviendo de contexto para la causa que empezó con la castración y acabó con el posterior juicio. Lo interesante es que en esta película se trata de revivir las heridas de hace casi treinta años, pero con un evidente enfoque en el discurso de género, del cual Lorena ha hecho eco a raíz de su tragedia y de su crimen.

La parada reciente de Lorena, según ha confesado en entrevistas, apunta a resignificar su caso para las generaciones actuales, en plena vigencia del Me Too. La pregunta que aún queda volando, tras ver la película, es si la violencia de la mujer hacia el hombre, (ya sea en forma de agresión física o de mutilación) puede ser entendida siempre en todo momento como respuesta a una presunta violencia de género. En este sentido, cabría preguntarse ¿Lorena Bobbitt no tenía más remedio que amputarle el pene a su marido en condiciones asimétricas, a modo de venganza? ¿Era la castración la salida necesaria al tormento que ella decía vivir? ¿Amputarle el pene a su marido fue una forma de hacer justicia? Pareciera con esto que la mujer siempre es considerada víctima, incluso mediando la posibilidad de que ella sea la victimaria activa. Pareciera que la violencia se explica y hasta se justifica solo cuando viene de parte de la mujer hacia el hombre. En caso contrario, al aludido le caen las penas del infierno y hasta el riesgo de que le quiten el pene y lo exhiban como trofeo.

Como sea, Lorena Bobbitt sentó un precedente en la sociedad occidental, respecto a las mujeres que amputan el miembro de sus parejas debido a variopintos motivos. ¿Cuadra aquí la posibilidad de la violencia contra el hombre por el solo hecho de ser hombre? ¿O la castración a lo Lorena Bobbitt siempre tendrá que ser entendida casi como un sacrificio simbólico en pos de una reivindicación femenina? Lo realmente curioso es que existen muchas otras Lorenas Bobbitt en el mundo que inconscientemente replicaron la hazaña de la ídola, o bien, utilizaron este método siguiendo sus particulares objetivos y a sabiendas de sus terribles consecuencias.