lunes, 17 de diciembre de 2007

El cupidocentrismo

Me ha sorprendido, últimamente, la soberana tropa de imbéciles que hacen del amor, un altar, un barato voyerismo que no influye ni en la más ínfima de las gratuidades. Todo es parte de una función circense, un estelar bodrio de última categoría, hasta el punto que las odas no son más que un catálogo astrológico de bolsillo. Ese pathos inerme que despliegan esos poetas de medio tiempo, ese complot a ser siempre maquinadores de la más puta y privada de las verdades. ¡Que no han de ver! Sus amores platónicos le rascan el caudal económico.

Siempre he sabido que el amor es una de esas cosas que no pueden comprarse con efectivo, ¡puesto que se compra en cuotas poéticas!

Un grave incesto ha asolado a la poesía desde tiempos proto-cupídicos. Lo pueden hallar, risiblemente, sirviendo de aval para los sucios horóscopos, sirviendo de aval para toda clase de pellejerías de siútica metafísica, esas que parecen octogenarias solteronas con aires supraterrenos y goces olímpicos, pero que sus senos fofos procuran ligar la tierra, como si de su insípida leche visionaria surgiera alguna chispa de sentido, alguna otra cosa que sustente su malogrado trasero al momento de endurar las bolas.

Hoy, y más que nunca, el amor está siendo un vil proxeneta del sexo, y eso es lo que no quieren aceptar esos entes decrépitos y verdes, que lo ridiculizan todo con velos de árbol de pascua y con fútiles regalos etéreos que parecieran por su altanería hacer pasar por virgen no agujereada a la estratosfera. Da lo mismo, de este modo, cantar como trovador a luna llena, que correr mano en el astronómico Transantiago. TODOS QUIEREN LA MISMA PORCIÓN DE CARNE, Y más aún, la POSEEN BIEN DURITA EN SUS RECEPTÁCULOS. El gran paraguazo, el gran paradigma está en que esos idólatras lo melodramatizan todo, al punto que el acto de celo canino se sublima tanto que no hace falta que se caiga la bóveda del cielo para que los serafines se arrastren en cuatro patas. EL AMOR TODO LO PUEDE, dicen esos maquiavélicos usufructuadores, yo les digo MIENTRAS LE DURE EL BOLSILLO Y LA PASTILLITA AZUL.

Técnicamente, estamos hablando de un “cupidocentrismo” con todas sus letras. Y como no quiero hacer epíteto del título, y de la nata golosa que constituye un romance estival, quiero hacer llegar a ustedes algunos ejemplos:

a) Era de no extrañarse, que posterior al “siglo de las ampolletas”, le incumbieran a los nuevos euros, decantar un cierto aire clásico. Pues, dentro de un núcleo de atracciones relativas como el óleo y la historia, incubó el pájaro de la discordia, y así apareció lo romántico. En su génesis, un ethos patrio hacia alarde de su relevancia, un florecimiento espiritual e indómito. Luego, un cruce de materialismos esquizoides confluyó en dicotómicas cosmovisiones. Por un lado, estaba la fusión de lenguas/estilos con inclinación mítica y dramática (he ahí el ser shakesperiano); y, por otro lado, estaba la fuerte razón e ilustración propia del siglo de las luces.

b) El término “romance” suele aplicarse a la lúgubre subjetividad, a la nostalgia excéntrica de talante gótico, o incluso barroco. Todo ello compone una plausible armonización de las sombras del hombre occidental, del hombre ése enamorado de su ser (dialéctico en su enamoramiento, aunque se niegue). Es desde ahí donde se ensalza las nunca bien ponderadas locuras de amor. Y es hasta las mantas contemporáneas donde vislumbramos las sábanas amarillas del ayer. DEJEN SUS AMORES Y YO LES PROCURO EL POLVO POR SOBRE TODAS LAS COSAS.

Como terminamos obviando, existe el afán a duras penas altruista de provocar sí o sí el concúbito, que a fin de cuentas sigue siendo POLVO. Lo más penoso es que todos los esfuerzos románticos, de especular una columna vertebral, esto es, un imán antropomorfo sobre el cual se endosaran todas las penurias y dichas del cielo, el mar y la tierra, resultaron en volverse únicamente bipolares. Me explico mejor: El amor (eso que suponía ser sucedáneo de un pathos que inundaba de sensaciones a cada sujeto en sus intimidades, a quien le adosaban sus poéticas de lo subjetivo, y, por ende, monólogo, aventura), pasó a transformarse, mutar, en un bicho horrendo, con infragantes pretensiones dualistas de lo empírico. Un crimen al gratuito carrusel del corazón se ha cometido. Todo se reduce con esta maldición a DOS. El amor ya no es algo gratuito y pleno, sino que pasa a significarse, a parasitarse, en dualidades. Con esto no quiero decir que las “media-naranjas” sean puro envase. Solo quiero subrayar la ambigüedad de espejismo que se ha producido. Ya no vale el aristocrático goce del sexo, sino se ridiculiza antes con la burda y estereotípica pareja ideal. Si pareciera que aquí el cliché va de la mano con la división, la ambigüedad light en pos de una plástica crucifixión. TODO LO UNIVERSALIZAN, TODO LO LICUAN A TRAVÉS DE LA CAÑERÍA SENTIMENTAL AMOROSA.

Hoy por hoy, la decencia está supeditada por debajo del envase, ese que propiamente goza embadurnar las enaguas florales del caos, el ser maquillado. Blythe replicaba: “La máxima tarea del artista es ocultar la belleza”. He aquí desnudando, pues, a los maquinadores del alma, los desfloradores con nombre y proporción mercenaria, y cartuchamente BLANCA. No pueden siquiera concebir la idea de que no son más que el exoesqueleto de sus ropas. Parecen lagartijas sin callos que caminan mutiladas por la vida (no las lagartijas ¡ellos!). Su sueño platónico (¡Qué digo! ¡Erótico!) es, y siempre ha sido, auto exprimirse como toronjas. Esos descarados, esos pervertidos, ¡SON TORONJAS EN MEDIO DE LA LICUADORA QUE ES EL CORAZÓN!

Tan ridículo es, tan cuico suena, eso que empieza con A y termina con R, se me cae la boca a cuadritos al intentar palatizarlo. Digo AMOR y ya salen desterrados caricaturas de términos como: dos, hijos, casa, constelación, plata, dos, anillo, hijos, etc y etc. A mi modo de ver en estas entradas televisivas, AMOR ha pasado a ser algo así como dual-eco-fantasía, rentada al por mayor y menor según los intereses del Estado en asuntos un poco infra ropas, subidos de tono en equidistancia a la fórmula: oferta-demanda. El amor, una marca registrada del tantra cafiche y clandestina plutocracia de poetizar armonías altisonantes, rimbombantes. El amor se ha convertido en un asesino virtual, un patán chupador de tetas cosmopolitas. El monopolio del sexo es de uso exclusivo del amor a cuatro patas, mas nunca a dos manos.

Los polvos cupídicamente letales, son el suero que hace de ustedes robots poéticos, que automatizados por la matriz, son máquinas de pisar jardines flotantes sobre las negras ovejas de ensueño. Ahora si me permito una jerga, lo “romanticón” les hará crecer miembros bestiales, que posterior a sus emparejadas en voladas de hachís, servirán de cebo tierno para el resto de las dinastías cafiches que se suscitan pero aún no declaradamente (No hay nada tan diplomático como el amor, dirán los nuevos judíos de cuello y corbata que culean en nombre de Yavé).

Y ahora, ¿Cómo afecta tanta monstruosidad digna de laberinto a la poesía? Fácil: Por medio de esos mismos filtros cupídicos sépticos que canalizan en forma de bollo a toda forma de acción homínida y femínida. De ahora en adelante, declaro a LA POESÍA, LA MÁXIMA PROXENETA DEL SEXO, y AL AMOR, EL MÁXIMO PROXENETA DE LA POESÍA, porque el amor y la poesía no son más que una cuestión meramente hormonal y química ¡Qué espectáculo tan barato! Resulta que las mujeres siempre han sido la X, la perfección hecha carne y hueso, y nosotros apenas mordisqueando siempre conchas marinas.

SOMOS LO IMPERFECTO, SOMOS LO CARNÍVORO. SOMOS LO ROMÁNTICO. EL AMOR ES LA LUNA DE LOS LUNÁTICOS.