(Recopilación de textos sobre el discípulo elegido)
Mucho hilo que cortar respecto a la figura de Judas: el único apostol traicionero ante los ojos de la Iglesia y, sin embargo, el único elegido que envió a su maestro hacia el camino que ya le estaba designado por mandato divino. Judas el enviado, el verdadero seguidor, el auténtico cristiano, la traición se torna aquí traducción fiel del original. Fue tal su devoción que aceptó escribirse a si mismo en la lista negra de la historia y aceptar la ignominia milenaria que hoy por hoy aceptamos sin mayor reparo. Los móviles de su tan mentada traición son tan difusos como las circunstancias de su muerte ¿Perdió la fe simplemente y, en un acto de egoísmo ateo, lo vendió a los romanos como falso profeta? o ¿Entregó a su maestro porque así debía ser con tal de cumplir la obra redentora que ya le había sido encomendada al mesías? Fue pese a todo algo así como el guardián que hizo lo que tenía que hacer, así como Virgilio acompañó a Dante hasta el infierno para luego reencontrarse con el Paraíso. Sin ir más lejos, considero que el beso de Judas fue quizá el primer acto de vanguardia del que se tenga data.
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La quema del Judas en los cerros, algunas como un deja vu de la infancia sobre las casas ahora hecha cenizas y moneda oxidada. ¿Será que olvidamos ya el precio que pagamos por los ídolos crucificados en la memoria? Algunos de los niños que me recordaban a mí mismo, decían que iban a quemar al polémico discípulo de Cristo para "vengar a los damnificados por el incendio". Qué imagen más bella, y por lo mismo terrible. En el chivo expiatorio de la nostalgia, aquellos niños, a su manera, con un montón de monedas viejas, sobre los escombros, con una lejana vista al mar, crean su propio reino de Dios pagando el fuego con el fuego.
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Una chica en la película "El último beso" dijo textualmente que el matrimonio se inventó cuando las parejas vivían máximo hasta los 30. El jovencito de la película buscaba refugio en ella por su espontaneidad y tentación. Le encontraba la razón más atemorizado que convencido sobre la idea de huir del compromiso con el amor de su vida. Ella le invita al funeral de la muerte de un amigo. Al no llegar se da cuenta de la traición. De una pasión clandestina. Lectura bíblica del filme: El jovencito fue Judas en su miedo. En su deseo de sexo libre de responsabilidad. El último beso puede ser el que desperdicie o corone su suerte. La chica amante, la María Magdalena que solo llama a vivir su pasión, seduce pero huye al menor atisbo de problemas. Solo queda el jovencito con la cruz en su conciencia y su amor, la chica embarazada que ahora le desprecia pero en el fondo no puede perdonarle haber acabado con lo que fueron e iban a ser. Para él en realidad fue el futuro, su incertidumbre, o más bien el compromiso su verdadera cruz, cuando se supone que sea su salvación, siempre y cuando aquel amor no se agote en la pura promesa, porque incluso para eso hay que pagar un precio altísimo: poner en una balanza el tiempo y el orgullo por un fin que se cree absoluto. No importa al fin y al cabo la verdad ni cuánto dure esa promesa. La leyenda cuenta que el crucificado regresa a la vida luego de tres días de silencio y oscuridad. El matrimonio sería entonces el lapso en que se sacrifica la libertad por la promesa de un amor que promete volver y cambiarlo todo, la garantía de un paraíso para el que se hipoteca hasta la palabra empeñada, el triunfo moral del corazón después del luto, la vida y todo lo demás.
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Amos Oz en su novela Judas planteó una idea hasta el día de hoy controvertida: La posibilidad de que el Judas Iscariote de la Biblia no haya sido un traidor, sino que, por el contrario, el mayor devoto de los discípulos, el primer y el último cristiano. La idea de Amos no era someter esa posibilidad a una tesis, sino que desarrollarla de manera polifónica en un libro con una trama que mezclara la novela de aprendizaje con la novela de desamor. Así como Borges en su cuento Tres versiones de Judas, planteaba un giro radical, explicando el por qué la supuesta traición constituía en realidad un hecho necesario para completar la misión de Cristo en la tierra. El libro sobre Judas le valió a Amos el descrédito social en su pueblo de origen. Sin embargo, contrario a lo que se piensa, dijo "sentirse orgulloso" de ser llamado traidor por el simple hecho de oponerse a ideas fundamentalistas. Sin ir más lejos, equiparó la relectura de la traición con la de Max Brod hacia su amigo Franz Kafka. Dijo que si Max no lo hubiese traicionado, quemando sus manuscritos, nadie habría sabido de su obra. Lo mismo se podría decir respecto a Judas y su maestro. Si no lo hubiera entregado a los romanos, no habría habido crucifixión, ni mucho menos, resurrección. En resumidas cuentas, no habría habido obra. El cristianismo como tal no hubiera estado completo sin ese sacrificio. Asimismo, la literatura no sería tal sin aquel acto de "mala fe", sin aquel acto deshonesto pero brillante de la publicación. Amos lo supo y lo llevó hasta las últimas consecuencias, convirtiéndose en el traidor de su cultura, pero a cambio de un prestigio de otro orden. Un oscuro prestigio. Un prestigio literario. Todo escritor que sea llamado como tal por la sociedad, en definitiva, tiene que tener un poco de Judas.
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Quema del Judas en los años sesenta. Cerro Barón. Tengo la impresión de que antes la quema del Judas tenía otro motivo, un motivo si se quiere más apegado a la tradición. Un motivo ceremonial. Se recuerda con nostalgia aquel acto de la quema porque reunía a todo el barrio. El fuego tenía entonces un sentido de destrucción pero también de reunión. La calavera en el muñeco representaba a la muerte. Su quema era un nuevo comienzo. El rito de hoy en día, por su parte, se ha politizado. El muñeco ya no simplemente simboliza la muerte, sino que se identifica con los políticos. En el Cerro Castillo, por ejemplo, queman a Trump. En Venezuela hacen lo mismo con Maduro. Incluso en Valpo queman a Jorge Castro. Las monedas que se desprenden de los muñecos en llamas serían lo que la gente desearía tomar de vuelta. El valor de cambio de sus ilusiones. La politización del Judas, plenamente identificado con el "traidor al pueblo". Se perdió quizá el sentido original, religioso, pero el rito adquirió, en cambio, un significado político. La gente sublima, a través de ese acto simbólico de la quema, la indignación colectiva. No solo se venga de su opositor, sino que también procura incendiar su legado.
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El actor Luca Lionello, que interpretó a Judas en La Pasión de Cristo de Mel Gibson, era un declarado ateo hasta antes de comenzar el rodaje de la película. Cuando este acabó, se convirtió al cristianismo, y no solo eso, también bautizó y confesó a sus hijos. Su personaje traicionó al Mesías en el filme, pero en realidad esto acabó siendo el rito para su conversión fuera de la pantalla. Ya vemos que el celuloide tiene cualidades evangélicas: envuelve tanto a traidores como escépticos.
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La figura de Judas siempre ha representado, para las masas, la figura del traidor. Pero hay quienes sostuvieron, como Borges, que Judas en realidad era el auténtico discípulo que posibilitó el destino de su maestro, sin el cual no habría crucifixión, no habría rito fundante ni cristianismo. No hay que quedarse en el mero dogma. Hay que apropiarse del simbolismo y reencarnarlo. Un ejemplo de esta rica apropiación se da cada año, sagradamente, en la Plaza Waddington de Playa Ancha, desde el año 97, con la clásica "quema del Judas", es decir, la quema del traidor de turno, en torno al cual la comunidad hace catarsis y consagra sus lazos. Recordemos a René Girard, con su libro El chivo expiatorio. Según su visión, el rito del sacrificio sería el mito fundante de las civilizaciones. Si Girard estuviera en Valpo, definitivamente, viviría en la República Independiente.