martes, 27 de octubre de 2015

Tiqqun

Leyendo algo sobre Tiqqun, aquel colectivo libertario francés que al parecer se ha vuelto una moda de la vanguardia revolucionaria, me encuentro con algunos pasajes reveladores, no tanto por el planteamiento de un plan de acción, como de una reflexión sobre su sentido: 
"¿Qué hacer? La respuesta es simple: someterse una vez más a la lógica de la movilización, a la temporalidad de la emergencia. Bajo pretexto de rebelión. Plantear fines, palabras. Tender hacia su cumplimiento. Hacia el cumplimiento de las palabras. Mientras tanto, dejar la existencia para más tarde. Ponerse entre paréntesis. Alojarse en la excepción de sí. A distancia del tiempo. Que pase. Que no pase. Que se pare. Hasta… Hasta el próximo Fin. 
¿Qué hacer? Dicho de otra manera: vivir es inútil. Todo lo que no has vivido, la Historia te lo devolverá.
¿Qué hacer? Es el olvido de sí que se proyecta sobre el mundo.
Como olvido del mundo"
"Ponerse a si mismo entre paréntesis". De acuerdo a esa lógica, al someterse a las exigencias de la sociedad, el único postergado sería cada uno en cuanto individuo. La historia, en el fondo, pone a sus muertos entre paréntesis. El colectivo pareciera apuntar a la tensión clásica entre lo público y lo privado. Dicen expresamente: "combatir la transparencia". Por eso optan por el anonimato y la oscuridad. En un mundo donde se sobrevalora la exposición y el exceso de información, proponen moverse de acuerdo a códigos secretos, hacia algún concepto perdido de comunidad. Extrañamente se siente que por el simple hecho de leer estos fragmentos se está haciendo alguna clase de micropolítica. Una suerte de conciencia que por muy reducida que sea está moviendo algo, alguna especie de poder inclasificable que genera resistencia contra algo que tampoco se sabe a ciencia cierta qué es. Por eso se llega a pensar que por el solo hecho de estar haciendo cualquier cosa, por anodina o cotidiana que sea, se está realizando política, y por ende, se está generando un cambio. Es un comienzo, dicen algunos. Otros hablan de aquel "bichito" que puede transmitirse de boca en boca, como metáfora de ideología o de conciencia, solo que se trata de un bicho que conspira desde adentro, sin garantía de nada, solo la certeza de que existe, de que puede llegar a moverse, y trascender la mera epidermis del yo. Entonces, mientras ese bichito, de manera férrea, persistente, continúa su conspiración y juega a cambiarlo todo, es preciso no postergarse demasiado a si mismo. Eliminar el paréntesis que pesa sobre cada uno, quizá sin otra política que la propia subjetividad.
Un amigo antaño decía: “si lo que escribes no te ayudará a ligar chicas, entonces ¿para qué lo haces?”. La escritura, de la forma que sea, entendida como una mera extensión del deseo sexual, como una sublimación o postergación. El típico deseo gravitante del hombre de todas las épocas. La condición sine qua non del macho, aunque este solo se pusiese a escribir. Otro amigo dijo, más en broma que en serio: "ellas siempre prefieren al que se destaca, al que cumple con su prototipo. Incluso si se trata de marcar más puntos jugando a las bolitas". La competencia encarnizada de la especie por perpetuarla y por saberse mejor y grande, mediante la excusa de las palabras y su capacidad imaginativa, ficticia. Una gran división entre los autores de acuerdo a su relación con las mujeres. No todos saben la importancia de este aparentemente simple hecho, y tampoco, no todos los grandes escribieron con ese propósito de manera explícita. Es porque el escribir en sí puede que sea solo una cualidad entre otras, una raya para la suma, o bien, el plus definitivo. 

En el fondo, lo que quería decir aquel amigo era que hay cierta actitud, por muy fracasada o excéntrica que parezca, en el crearse una estampa de escribiente, que bien podría ser aprovechada con el propósito de requerir los favores del sexo opuesto. El para qué de escribir siempre confuso, pero esa incertidumbre ofrece cierta imagen de misterio. El misterio siempre seductor, siempre subliminal. Todo, al fin y al cabo, recae en el estilo, según dicen. Sin el estilo, o su intuición, o su búsqueda remota, se está perdido. No puedes asegurar que lo que escribas le guste a nadie, en este caso a una chica, al menos que seas un maestro de la especulación lectora (o seductora), pero tu actitud puede que haga toda la diferencia. O quizá, pese a convertirse la escritura en una especie de darwinismo de la seducción, no haya fórmula realmente efectiva, y ellas solo quieran de acuerdo a criterios demasiado subjetivos y específicos, sobre todo, volátiles. 

Imaginar una realidad en que el deseo se desvíe del plan social y natural para siempre, en que no todo sea ganancia y lucha genética, en que ellas amen más a los perdedores, pero no al perdedor absoluto: al poeta, al que escribe para si mismo, pero, por eso, también para otra, en su ausencia, por muy irreal que sea, o por demasiado verdadera e inalcanzable.