lunes, 22 de octubre de 2018

Se ha ido el único alumno en clase del Preu. El último texto leído era un diálogo de Seis personajes en busca de autor de Luigi Pirandello. Se leyó alternadamente un personaje cada uno. Cuando lo hacía, el cabro comenzó a reírse solo. Al llegar a la pregunta, él respondió inmediatamente su alternativa. Tratando de emular aquella clásica frase de Don Francisco en Quién quiere ser millonario, le pregunté si acaso esa era su respuesta definitiva, imprimiéndole un poco de emoción a un ejercicio un tanto insípido y mecánico. El silencio de la sala emulaba la tensión de un concurso imaginario. Ya confirmado el acierto de la respuesta, el cabro se apresuró a tachar la alternativa correcta y aseveró que debía irse cuanto antes. Se limitó a explicar que estaba ocupado. Le repetí que ya quedaba poco para la prueba. Dijo que sí y entonces salió, quién sabe con qué motivo. Cerré así el cuadernillo y guardé en él la hoja de respuestas. Afuera, en el hall se veía cómo el chico revisaba el diario mural y anotaba algo en un papel antes de virar definitivamente. Mientras tanto, otro tres personajes tomaban café y charlaban de lo lindo al fondo de la oficina, y el auxiliar del aseo desvalijaba las sillas del patio cada vez más vacío.
Creo que he llegado a esa edad, a ese limbo etario en el que los mayores te llaman indistintamente "lolo" o "caballero", y en el que los brocacochis, sin mediar aviso, te conocen por "viejo" o, en el mejor de los casos, por "tío".