martes, 7 de diciembre de 2021

No votar ¿otra democracia es posible?

Chile se debatirá entre dos polos el 19 de diciembre. De camino de la insurrección, dos posibilidades de país se visualizan. Pese a esto, el número de “idiotas”, es decir, de personas que no votan y no participan de los asuntos públicos, es abismal. ¿A qué se deberá? ¿Crisis de representatividad? ¿Nuevo desencanto con la política chilena? ¿Con la política en general? Tal parece que no hay una única respuesta para estas preguntas. Manuel Antonio Garretón, sociólogo de la Universidad de Chile, describió el fenómeno de la abstención en masa como "la ruptura entre política y sociedad". Se supone que el estallido social inyectó un nuevo ánimo revolucionario, pero dicha expectativa tan bullada en las calles y en los medios no se ha traducido en las urnas. Claramente, algo se perdió, o algo nunca fue. Junto con la denuncia contra las instituciones, las esquirlas de la insurrección también influyeron en la desconfianza de la ciudadanía hacia la clase política, produciéndose, como dijo el propio Garretón, una verdadera crisis de representatividad que difícilmente pueda revertirse, en el corto y mediano plazo.

Ahora, hay quienes piensan en la abstención como una auténtica pandemia que requiere de una vacunación intensiva. Pero hay otros que vemos en la abstención un camino, una posibilidad, o, si se quiere, un diagnóstico realista sobre el auténtico ánimo de la “mayoría silenciosa”, mal llamada silenciosa solo por no jugar bajo las reglas del sistema. La decisión de no votar, lejos de lo que opinan los activistas de lado y lado, no refleja solo una posición unívoca. Dentro del amplio espectro, es posible encontrar un nutrido campo de razones, posturas, motivos e incluso militancias. Conviene revisar algunas de estas posturas que andan circulando por las redes, más allá de los medios oficiales, con tal de superar los odiosos estereotipos en torno a la figura de los malogrados “idiotas públicos”.

Existen quienes consideran la batalla electoral como otra maniobra del status quo para establecer una dicotomía entre opciones que, en el fondo, nadie elije. Interpretan el acto de votar no como una expresión de la voluntad del pueblo ni menos como un gesto democrático y republicano, sino que como un mecanismo de legitimación del poder bajo una lógica burguesa. En este grupo se encuentran personas de izquierda alejadas de la institucionalidad, y su convicción es tanta que ven en el mal menor el signo del conformismo y la perpetuación del sistema. Ellos son los que suscriben la frase “si votar cambiara algo, estaría prohibido” atribuida a Mark Twain. Son, en su mayoría, anarquistas, comunistas de la vieja escuela, reivindicadores del “espíritu de la revuelta” y críticos severos del Acuerdo por la Paz, razón por la cual cuestionan a Boric y se plantean abstenerse, ante la posibilidad de un continuismo socialdemócrata, a pesar de tener al frente al candidato Kast que, para ellos, representaría la resurrección del pinochetismo. Marcel Claude, activista político de los movimientos estudiantiles del 2011 y ex candidato a la presidencia, es una de las figuras que más comulga con esta postura y, de hecho, ha manifestado que el del 19 no es “el más feliz de los balotajes”, porque “después de 30 años de gobiernos alcahuetes del fascismo neoliberal” se está en presencia del peor de los mundos. Literalmente, para Claude, la elección venidera “es como el condenado que debe elegir entre morir fusilado o morir en la horca”.

Resulta curioso cómo Claude se muestra tan radical en su visión que Boric, quien es considerado de “extrema izquierda” por los de derecha, aparece como un Lagos 2.0, un heredero de la Concertación y la Nueva Mayoría, en síntesis, un continuador de la vieja política elitista. Es así que, para Claude, el “mal menor” no es opción, porque, según él, “estamos en un laberinto, ese del Minotauro que esconde y protege a un monstruo llamado capitalismo”, de modo que el 19 solo se jugará a quién pondremos en el puesto de capataz.

A raíz de esto, se puede decir que hay acusaciones cruzadas de lado y lado. Por una parte, los que votarán por Boric para “derrocar al neofascismo”, cuestionan a los tipos como Claude por “hacerle el juego a la derecha”; y, por otra parte, los tipos como Claude cuestionan el voto Boric por perpetuar el mismo sistema que “ciertos revolucionarios” dicen combatir. En suma, ante tal nivel de polarización, no podrá haber jamás medias tintas: o estás conmigo o estás con el enemigo. Aquí el no voto simplemente cobra una cuestión de principios frente a unas opciones políticas que mantendrían el estado de cosas y no resolverían nada de fondo.

En otro punto, también existen quienes ven en las votaciones una tramposa ingeniería social. Ellos acusan que, detrás de la intención de voto de las personas, hay verdaderos estafadores que saben perfectamente cual botón apretar para que la gente haga lo que ellos quieran y sigan el juego del fraude electoral cual perros de Pavlov. Señalan que el fraude de los votos físicos ha quedado en evidencia desde el 2017, tras el refichaje ilegítimo de los partidos políticos en Chile. Sencillamente, los votos físicos –según ellos- no contaron con huella dactilar ni tampoco tuvieron número de serie. También hubo votos intervenidos e incluso acarreo de urnas desplazadas hacia destino desconocido.

Durante el "recuento final" de los votos, empresas privadas habrían estado a cargo, con el fin de fabricar el resultado de acuerdo a los intereses de quiénes les han contratado, es decir, el gobierno de turno en complicidad con la falsa oposición. Según esta visión, eso explicaría el por qué asumieron Bachelet, luego Piñera, Bachelet de nuevo y otra vez Piñera, puesto que dichas empresas contratadas para fabricar los resultados finales serían las mismas. Jorge Zamora, vocero del Movimiento Democracia Directa, es la figura que sostiene esta tesis del fraude en las votaciones, y señala que las empresas contadoras de votos son empresas privadas tales como Adexus SA., Telefónica de Chile SA., Text Group SA y Siglo XXI Consultores SA. Zamora argumenta que estas empresas son compradas por el poder político y que, pese a la alternativa del voto electrónico, esto no cambiaría la lógica del fraude, ya que el dueño del algoritmo del programa de votación decidiría igualmente quién gana y quién pierde.

La postura de Zamora, si bien no abraza ninguna doctrina de partido, sí tiene una lectura clara con respecto a la izquierda y la derecha. Mientras que, para Claude, ambas constituyen el duopolio neoliberal; para Zamora, ambas son el brazo armado del poder global manejado por las elites oscuras. Señala que todo se maneja desde la política del divide et impera, instalada en el seno de Occidente a partir de la Revolución Francesa. Entonces, podríamos decir que los argumentos de Zamora se asemejan mucho a lo conspirativo. Sin embargo, no dejan de tener asidero en nuestra realidad, por cuanto el fraude electoral es algo tangible que empieza a circular de cara a las elecciones, a través de medios alternativos. Y basta con ver a los candidatos que hoy polarizan a medio Chile, profundizando aún más en la lógica divisionista del poder. Por eso, como concluía el propio Zamora, “tenemos derecho a votar, pero no a elegir”.

Entonces ¿Qué opción queda aparte de no votar? ¿La simple inmovilidad? ¿La indiferencia “idiota”? ¿El nihilismo político? Sí y no. Un amigo que tampoco votará y que comulga con la postura de Claude, dice que el voto no excluye la participación. Todo lo contrario. No votar constituye una señal de disenso para poder participar de verdad en una lucha orgánica, al margen de las instituciones y los mecanismos oficiales. ¿Cuál es esta lucha? Pues la de la organización social y la renovación del espíritu comunitario. El amigo señala, de hecho, que no vota, sino que se organiza. Esa es la esperanza de aquellos “idiotas” que no votan pero que prefieren guardar sus fuerzas para la conformación de un verdadero “poder popular”. 

Por otra parte, Jorge Zamora decía que la única solución al maquiavelismo de la clase política es Democracia directa, esto es, que se cuestione la engañosa Democracia Representativa y se de paso a un verdadero sistema de autogobierno ciudadano, algo muy similar a lo que también propone Carola Canelo, la abogada que respalda un sistema diferente “en donde todos los seres humanos puedan ejercer su dimensión política”, a través de un movimiento independiente de la clase política y la clase dominante. El gran problema que surge aquí es cómo implementar esa democracia directa sin ceder al poder burocrático y sin caer en una especie de oclocracia, en donde las masas acéfalas acaben por instaurar un asambleísmo carente de horizonte definido y articulación posible. 

Zamora y Canelo han ofrecido una solución viable en teoría, pero Canelo es mucho más activa en el terreno político, proponiéndose incluso como precandidata; en cambio, Zamora prefiere impulsar el Movimiento Democracia Directa de manera autónoma, como vocero y comunicador, considerando que un movimiento de este calibre solo podría tener un mínimo de coherencia si permanece sin un rostro visible que monopolice su discurso y su acción, y si regresa a las raíces del término democracia, a la etimología griega que estipulaba claramente el “gobierno de la gente”.

En definitiva, es posible otra democracia fuera de las urnas, y esta es la vía que muchos están siguiendo. El camino de los “idiotas”, así, no tiene que ser necesariamente el del infierno de la neutralidad moral, también puede ser el del sendero de la democracia directa, un sendero incierto, confuso, pero ese es el riesgo por enseñar a la “mayoría silenciosa” otra posibilidad dentro del mismo sistema, dentro de la Matrix, aunque esta posibilidad solo se limite a la impostura. Como decía María de los Ángeles Fernández, analista política: “¿Será que la reivindicación de la duda, en contextos centrifugados, es el nuevo rostro de la valentía?"