jueves, 21 de junio de 2018

Barones nucleares


Lectura atingente...
Anoche una alumna del instituto (ya mayor) se puso a llorar luego de confesar que se encontraba estresada. Explicaba que además de estudiar trabajaba en un restorán y debía mantenerse a raya con su hijo menor. Contaba que durante más de veinte años se sacrificó para que sus hijos mayores entraran a la universidad. Lo decía con orgullo pero también con suma aflicción, al recordar la muerte de su marido hace más de un año, la cual le provocó una severa depresión. La viudez es dura, decía. La viudez sumada a la soledad y, a ratos, a la falta de recursos. Se disculpaba por estas "lágrimas de cocodrilo". No había de qué. Le consolaba un compañero suyo a su lado. No había de qué. "Somos humanos antes que estudiantes". "Somos humanos antes que nada". De paso el compañero aprovechaba la instancia de confianza para confesarse. Decía tener esquizofrenia. Lo decía con una naturalidad envidiable. "No logro acallar las voces que surgen cuando veo la tele o me veo al espejo". Pese a lo duro del diagnóstico, el alumno se veía tranquilo, comentando que lo suyo requería un tratamiento de por vida. Antipsicóticos, para ser estrictos. Para el cabro, con voluntad y concentración se podía vivir una vida llevadera, "aplacando las voces en su interior". Aunque remarcaba que cuando se veía ataviado de cuestiones incontrolables, aquellas molestas voces volvían a conspirar como un ejército de huéspedes. La sala permanecía vacía, mientras se volvía el confesionario íntimo de este par de estudiantes superados por sus circunstancias pero dando la cara pese a todo. "No vaya a creer que le hablamos para llorarle la carta ni para regatearle una nota", expresaba el chico de las voces, antes de salir de la sala. Los ojos de su compañera, al momento de atravesar el umbral de la puerta, aún no secaban del todo, pero delataban una serenidad escandalosa.