domingo, 1 de octubre de 2017

El tábano y el perro

Se sabe que Sócrates fue llamado en su tiempo, con suma animadversión, el "tábano de Atenas", en relación a aquellas moscas enormes que revolotean alrededor de la mierda y molestan a caballos y a personas por partes iguales. "Dios me puso sobre la ciudad como al tábano sobre el caballo, para que no se duerma y amodorre". Por su parte, Diógenes el cínico fue llamado así, por una vida y una conducta similar a la de los canes, de completa desfachatez y desvergüenza. "Cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi perro", algo que luego el propio Lord Byron habría repetido, imbuido de un salvaje sentimiento romántico. Años más tarde, Gilles Deleuze afirmaría que "una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía". Michel Onfray diría finalmente, respecto a la figura del cínico que "es un insolente para quien la filosofía es un antídoto contra la perpetua arrogancia de los mediocres". 
En términos filosóficos, el fastidio y la provocación tendrían su perfecta alegoría en el tábano y el perro. No se concibe pues ninguna otra virtud más elevada para el pensamiento. La filosofía debería ser así, siguiendo a los maestros, un revoloteo, un ladrido, en el mejor de los casos, una picadura, una mordida constante.