viernes, 7 de marzo de 2014

Carta a una ex

Carta enviada a N. V. el 2012, luego de un reencuentro de ex compañeros: 

Hola querida, pasaba por estos lares a dejarte un pequeño saludo a la distancia. Mucha agua ha corrido bajo el puente, muchas vueltas ha dado la tierra. Te parecerá raro que después de tanto tiempo quiera comunicarme contigo, pero sucede que la memoria es un objeto frágil, y por lo mismo muy valioso. Schopenhauer, filósofo alemán decía sobre ella que "La memoria es un ser caprichoso y tornadizo, que se puede comparar a una joven muchacha: a veces se niega a dar lo que ya ha dado cien veces; y, en cambio más tarde, cuando menos se espera, lo da sin que uno lo pida". Y, por lo mismo, tengo muy buenos recuerdos de ti y en general de toda esa época en aquel colegio. Creo cada vez más en las experiencias de la infancia como un verdadero hogar poético. También decía Enrique Lihn al respecto en su célebre poema La pieza oscura: "¿Qué será de los niños que fuimos?", y continúa así: "Nada es bastante real para un fantasma. Soy en parte ese niño que cae de rodillas, dulcemente abrumado de imposibles presagios, y no he cumplido aún toda mi edad, ni llegaré a cumplirla como él de una sola vez y para siempre". 

A mi me hace mucho sentido este poema. Con respecto a lo que te estoy diciendo, a menudo nos olvidamos de la infancia una vez crecemos, pero la realidad muchas veces nos lleva a pensar que, mientras mayores somos, el niño dentro de nosotros juega con más entusiasmo, y es así como he querido expresarlo contigo. Honestamente los años pasan, las vidas cambian, se entrecruzan, se desvían, vuelven a desaparecer, se reencuentran o se van definitivamente, pero lo que puedo decirte es que, las más de las veces, la rueda de la vida gira pero sigue su camino, persistente y férreo, a través del cual podemos nosotros, en tanto seres hechos de tiempo y de espacio, encontrar algo de aire y de respiro para comenzar nuevos ciclos, quizá indefinidos, indeterminados, pero auténticos, propios, en compañía de los nuestros, de los que ya fueron y de los que serán, en nosotros, para nosotros. 

Te recuerdo como una chica agradable, simpática, linda, a pesar de no haber tranzado lo suficiente contigo. Como ya te dije, el tiempo tiene sus caprichos y su corazón, por lo mismo tiene sus giros inesperados, impredecibles, que le dan ese toque misterioso pero atractivo. "Este es un mundo extraño", claro que lo es y, por lo mismo, vale la pena, situaciones extrañas como esta son un ejemplo. Por un lado, tampoco creo mucho en el destino desde una perspectiva determinista, casi por intervención divina, sino que prefiero pensar, precisamente, en la maravilla de la casualidad y del azar, el inocente azar que ahora nos convoca a entablar una comunicación, que nos invita al juego de esos niños que fuimos y que podremos ser nuevamente. 

Espero podamos compartir algún día. Me gustaría verte de nuevo en persona, sinceramente. No sé si estarás de acuerdo, pero facebook, a pesar de todo, excluye parte importante de la comunicación humana. En el lenguaje participan todos los sentidos conjuntamente: tacto, gusto, vista, oído, olfato. Por lo mismo, te propongo un día nos juntemos para conversar lisa y llanamente sobre las cosas de este mundo y del otro, sobre lo humano y lo divino. Incluso si te parece podríamos organizar una junta con los ex compas del colegio, cosa que me parecería genial. Yo, por mi parte, he intentado hacerlo, y persevero en eso. Hasta el momento, he agregado a algunos entrañables, y es por ahora contigo con quien he querido restablecer ese tan preciado vínculo. 

Como podrás ver, las palabras se hacen escasas para expresar lo que quiero decirte y, por lo mismo, desearía decírtelas cara a cara, persona a persona, sin tapujos y con absoluta confianza. 

Muy bien, la escritura no ofrece garantías. Querida, toma este mensaje como una apuesta, un regalo, un arrojo, un aliento, de mi parte. 

Nos vemos en algún otro rincón del tiempo y del espacio inconmensurable. 

¡Adiós! 

Después de terminar, acabé con un tema "Los libros de la buena memoria", porque le gustaba Spinetta. Por supuesto, ella leyó el mensaje como "visto" (ley del hielo máxima), y respondió al día después, algo así: "Cómo no me voy a acordar, q bueno que me agregaste, me alegro saber que estés bien. Gracias por tus palabras, un abrazo", y solo un par de meses restaron para que me desagregara sin más, alegando distancia y falta de tiempo. En fin, no importa tanto la anécdota patética (por supuesto que ya perdió el interés, lo que fue tiernamente ingenuo), como el hecho de reconsiderar la escritura de cartas desde un ángulo distinto, desde la puesta en abismo de aquel que escribe en el borde del otro, como si sobre el deseo se tendiese una cuerda floja que ni la razón ni la correspondencia pueden tensar lo suficiente, hasta la próxima instancia donde la posibilidad de un encuentro solo puede traducirse en aquello que se sintió muy fugazmente, y muy cercano a aquella memoria que vuelve como un borrón en el papel, escribiendo los días en ausencia. 

Es interesante ese juego, hasta qué punto conviene enunciar o simplemente callar lo ocurrido, qué factor de tipo emocional o ficcional permite el vacío de lo ocurrido entre texto y texto, e incluso, si es necesaria, en última instancia, la implicación abierta de aquel otro aludido, o basta, hasta cierto punto, la pura interpelación dirigida hacia el otro (dialogo sordo) en cuanto motivo de lo que se escribe, llegando incluso a que el otro aludido cobre voz y que, al volverse cínico en su descrédito, paradójicamente reafirme el lazo establecido por el tiempo, después de que el contacto en la vida real se haya congelado y solo reste la ficción como recurso o como trinchera. 

Considero que ese debiera ser el horizonte de los que escriben en tono intimista: el diario y la carta como géneros que explotan la tensión entre el afuera y el adentro, y bien es sabido que el corazón solo se revela en ese conflicto. En materia de sentimiento, se trata en definitiva de maniobras musicales: qué es aquello digno del silencio y qué es aquello urgente que toque, que exprese hacia aquel otro en correspondencia con el mundo, como campo de batalla del posible romance. 

Es probable que Oscar Wilde, Rilke, el propio Kafka, hayan cultivado la carta por una intuición parecida: por el rigor que pule el estilo del sentimiento. Pretende que la ficción deje de ser la gran mascarada del corazón. Solo le permite agitarse, respirar, nuevamente, en el pedazo de mundo que se tiende entre aquellos que, creyendo comunicarse, se desnudan, sin otro lenguaje que su asombro y vergüenza, de saberse queridos, de saberse por siempre desconocidos.