domingo, 5 de diciembre de 2021

Los golpes de la vida y las traiciones te vuelven un reformista. Hora de tomarse la píldora roja, compañero.
¿Habrá algo más doloroso que una traición? Sí, un dolor de muelas, punzante e intenso, que llevo arrastrando más de una semana. Fue tanto que tuve que comprarme un Clonixinato de Lisina para palearlo. Tenía pensado ir al dentista para ver si se trataba de la muela del juicio o bien de una caries. Lo más seguro es que sea esto último. Para poder despejarme un poco de aquel dolor tan fuerte, el lunes salí a dar una vuelta tarde en la noche. Increíblemente, en ese paseo nocturno se alivió el malestar. Al llegar a casa, hice pública mi experiencia por Facebook, y varios comentaron que habían sentido cuestiones más dolorosas que aquel dolor, por ejemplo, cálculo renal, enfermedades venéreas, nervio trigésimo, jaquecas de días de duración, de esas fotosensibles, que producen asco a todo el mundo. Una amiga aportó lo suyo y dijo que el dolor por una muela mal extraída e infectada, estaba entre los dolores más extremos que ha vivido. Luego venía el parir y el dolor de cabeza por COVID. Añadió que la memoria le hacía difícil decidir cuál fue peor, pero ese episodio dental de hace más de 10 años aún le daba escalofríos. Recordó que no podía ni pensar, sentía que le clavaban un cuchillo sin filo entre la nariz y los ojos. Otro amigo no quiso ser menos y explicó que una vez cerró la puerta de un taxi colectivo y su dedo pulgar se quedó en el borde de la puerta. Así que, como cerró con fuerza, se arrancó la uña de cuajo instantáneamente. Según él, vio burros verdes durante un par de horas, porque el dolor no había cómo mitigarlo. La uña tardó meses en crecer. Tras el relato de estas experiencias, llegué a la conclusión de que todos habían tenido un episodio tan o más doloroso que el mío, siendo lo de las muelas una alharaca. Sin embargo, otra amiga que se refirió al hecho de parir me dijo que comprendía mi dolor, porque nadie podía saber el dolor del otro a menos que lo viviera en carne propia. Y en eso tenía toda la razón. Cada quien tiene su propia versión del dolor definitivo, y cada una, además, guarda su propia historia, su propio trasunto vital. Lo de las muelas fue la oportunidad para que muchos hicieran catarsis respecto a sus dolores, y así es como mi dolor propio, pese a seguir doliendo más que nunca, con remediales mientras no llega su tratamiento, se siente un poco menos pesado al compartirlo con el dolor personal de los otros, con la confesión íntima del dolor de los demás. Así, se puede medir, sondear y proyectar la intensidad y profundidad de nuestro propio sufrimiento, volviéndolo una puesta en escena o en abismo.