lunes, 11 de enero de 2016

La muerte rockea

Se va Scott Weiland, Lemmy, y ahora, Bowie casi de forma simultánea. El destino nos castiga. Se lleva lo mejor. Donde sea que estén, debe ser un lugar bueno para rockear. La muerte nos pasea, la muerte rockea, todos ellos lo sabían. Nos toca a nosotros averiguarlo.....

Fuera de tiempo

2:45. Siempre se vuelve a los viejos vicios, pero no precisamente rehabilitado, en un deja vu constante de ciertas emociones, que no hábitos. Uno de aquellos: dejar sonando la radio con temas clásicos toda la noche para dormir, o a esa hora, en vh1 con videos de temas ochenteros, The Romantics, Kim Wilde, The Outfields, etc, que ya sonaban en mi cabeza pero había olvidado de donde venían, si de alguna fiesta perdida en la memoria o en un sueño retro mientras la música afuera en vigilia seguía sonando envuelta en el silencio de la noche. Es una extraña sensación de estar volviendo a la pieza cuando vivías con tus padres, con el equipo stereo antiguo haciendo oído para escuchar los temas como si fuesen secretos, pero ahora, con todo el tiempo y la soledad por delante, el visionado de aquellos videos como un sueño o la irremediable y placentera realidad de estar nostálgico por lo que unos cuantos hits, un café cargado y un corazón ingenuo pueden provocar.

Recuerdo que una me decía: "tú no pareces de este tiempo". Así tal cual. "Siempre te sentí tan melancólico", decía otra que se fue sin despedirse. ¿Será en el fondo de tanto escuchar música de otra época? ¿Una retromanía, como lo decía un crítico de rock? ¿O simplemente una pura excusa para acabar sintiéndolo todo como fuera de tiempo, pero paradójicamente, expresándolo ahora mismo? Expresándolo, justo en el instante en que trato de poner punto final a esta confesión al acabar el playlist de madrugada, pero sigue y sigue sonando, porque nada ha acabado en verdad, solo la manía de recordarlo todo, de dejarlo grabado, de asegurar su permanencia, repetirlo ojalá como aquel cassette que sincronizábamos con el espíritu de la radio. El cassette, el eterno retorno. Repetir nuestra edad de oro, para que no muera, para revivirla, en el fondo, para dinamizar el incómodo presente. Sincronizabas aquel sonido, mientras esperabas que nada interfiriera en esa transmisión legendaria. Que nada, en realidad, interfiriera entre tu presente y tu recuerdo. En esa obsesión se nos va la vida: la de atrapar el tiempo y traerlo de vuelta, encapsularlo, congelarlo, intacto, sea como sea. El tiempo, nuestro tiempo, recordado, reproducido o, lisa y llanamente, imaginado.