jueves, 11 de marzo de 2021

Pepe Le Pew, el caído

Ahora cayó una caricatura ¡sí! Tal como se lee. Cayó Pepe Le Pew ante la nueva cultura de la cancelación, ante este nuevo revisionismo hipócrita que pretende censurar nada más y nada menos que a personajes de ficción, bajo el argumento de que eran nocivos para la juventud o que reproducían ciertas conductas, hoy por hoy, cuestionables.

A ver, primero lo primero. Comprensión lectora. Hay algo que parece no entender aquel columnista del New york Times y que tampoco quieren ver los de Warner Bros, demasiado preocupados por seguir la moda “snowflake”. Ese algo tiene relación con el concepto de “sátira”. Linda Jones, hija del creador de Pepe Le Pew, Chuck Jones, salió hace poco en defensa del personaje, argumentando que nunca fue concebido originalmente como un acosador ni mucho menos como un abusador. El hecho de que este zorrillo francés y maloliente persiguiera a la gata Penélope, respondía más bien al humor satírico de la época (años 50 y 60) mediante el cual Pepe Le Pew encarnaría un estereotipo burlesco del galán francés que, como pretendiente, en realidad, resulta alguien indeseable.

En definitiva, la supuesta conducta abusiva del personaje es consecuente con su idea, con la sátira que representa en sí mismo, y así también lo deja entrever el personaje de Penélope, quien arranca despavorida de Pepe por su mal olor y su conducta. Es decir, lejos de normalizar o de promover abiertamente el acoso, (que es solo una forma de leerlo) lo que hace la caricatura, de acuerdo a su propuesta original, es satirizar un estereotipo, con tal de transformarlo en un contenido humorístico, de modo que Pepe Le Pew no debiera convertirse en un modelo a seguir y debiera leerse precisamente como mal ejemplo, en su cualidad de personaje satírico, desde su carisma unido a su patetismo.

Dicho esto, entonces el acto de cancelar a Pepe Le Pew, de acuerdo a una óptica de corrección política, resulta, por lo bajo, erróneo y, a la larga, injusto, para las nuevas generaciones que no tendrán la oportunidad de revisitar la caricatura y poder disfrutarla desde una mirada crítica. ¿Para qué cancelar, cuando se puede releer o educar? El acto de cancelar implica, ante todo, imponer una determinada visión como unívoca y arrogarse el derecho de eliminar aquello que es cuestionado sin dar lugar a debate, sin siquiera permitir que otras interpretaciones puedan coexistir, so pena de una moral presentista, de una presunta visión superior de las cosas, en pos de ciertos intereses aún no del todo claros.

A propósito de esto, cabría preguntarse ¿por qué una facción del progresismo encuentra acertada la decisión de Warner de cancelar a personajes como Pepe Le Pew y otros como Speedy Gonzalez y, en cambio, cuestiona cosas como la cancelación de videojuegos y series de animé de parte de fundamentalistas religiosos, por ser considerados satánicos? A mi juicio, los trasfondos son muy distintos, pero el medio es el mismo: cancelar aquello que no comulga con su cosmovisión, cerrarse a la posibilidad del debate e imponer un pensamiento único ¿Qué seguirá después de esto? ¿Cancelar a Johnny Bravo? ¿Cancelar al Maestro Roshi? Y eso, solo por nombrar algunos. Muchas otras caricaturas podrían caer, bajo este mismo ímpetu inquisidor.

No es por conspiranoia, pero ¿será acaso demasiada coincidencia el hecho de que el impulsor de esta idea de censurar al zorrillo francés sea un columnista del New York Times, y el que esta empresa sea una de las tantas que formarán parte de la llamada “Coalición para la Procedencia y la Autenticidad del Contenido (C2PA), esa especie de “Ministerio de la Verdad” orwelliano propuesto por el dueño de Microsoft, Bill Gates? No podría afirmar con certeza esta vinculación, pero no deja de sonar sospechoso, ante la ola de monos animados caídos en desgracia, sin previo aviso.

Nuestro zorrillo, lamentablemente, cometió el error de ser dibujado. Pecó de machista al reproducir y normalizar durante décadas unas acciones abusivas. Solo le toca pagar ¿cómo? Siendo desterrado al olvido. Nuevos tiempos requieren de una tabula rasa del pasado. Porque es mucho más fácil pretender borrar el pasado que releerlo. Pepe, nuestro picaflor frustrado, ya nunca volverá a perseguir a ninguna otra Penélope, porque, en un futuro mucho más luminoso, ya no habrá ninguna otra Penélope que perseguir, sea o no sea esta una caricatura. Ya no es tiempo para Pepes Le Pew. Ese parece ser el mensaje final, y la mofeta fue su chivo expiatorio perfecto.