lunes, 1 de agosto de 2022

Hoy, una chica en clases estaba transmitiendo en vivo a través de Tik Tok. "Guarde eso", le ordené, mientras seguía filmándolo todo, haciendo de la sala un verdadero estudio de grabación. "Ya, profe, sonría... lo están viendo mis seguidores", afirmaba la chica, muy risueña y segura de sí misma, apañada por sus compañeras, al fondo. Al acercarme, intenté retirarle el celular y alcancé a ver su perfil de Tik Tok. Efectivamente, la chica contaba con miles de seguidores, y cada video transmitido tenía, por lo bajo, cien visualizaciones. "Mish, ¿quién lo diría?", le dije a la chica, sorprendido, en parte. "Tenemos aquí a toda una influencer". Las compañeras se rieron. Otros, más al medio, se dieron vuelta para ver el video en transmisión de la clase. El curso, al frente, mientras tanto, se mantenía indiferente, hipnotizados frente a la pizarra. "Sí, profe, soy entera viral... y ahora usted también se hará viral", volvió a afirmar la chica, con una seguridad apabullante. Seguía transmitiendo desde su Tik tok, a medida que intentaba detenerla y las visualizaciones aumentaban a cada segundo. Parecía que la clase misma se volvía un show viral, en el que la estrella era esta chica, y el curso entero, junto con el profesor, se volvieron nada más que su espectáculo, su contexto necesario para su contenido. Ningún profesor normalista podría haber adivinado, siquiera, a lo que llegaría la educación del futuro. Ninguna clase del pasado podría haber sido viralizada y, en cierta manera, virtualmente inmortalizada, como ocurrió en aquella clase de la mañana, y con semejante alcance inmediato. La chica no es precisamente de las más populares ni de las mateas del curso, pero, a su modo, hizo de la clase, con la virtuosa aplicación, su propia experiencia pop, su propio simulacro de éxito, directamente proporcional a su cantidad de espectadores e inversamente proporcional a su rendimiento académico.
La auténtica dialéctica política está en determinar quiénes son “nosotros” y quiénes son “ellos”.