viernes, 8 de enero de 2016


Atribuir un significado a todo lo que nos pasa, ya no profundo, rimbombante, sino que eminentemente personal, es la gratuita cualidad del pensamiento, aquello que está ahí una vez que se le extraña o se le requiere... ¿qué podemos pensar acerca de las relaciones que se pierden para siempre, acerca del lenguaje que se hace cada vez más escaso por necesidad, acerca de los hechos irremediables del mundo que te rodea? Pensar en algo, sencillamente llevarlo hasta el límite, porque la vida se encuentra siempre más allá, o más acá, definitivamente en otra parte distinta a nuestro pensamiento. Como los libros que aún no hemos leído, la realidad pasa entre nuestras manos, muchas veces ausente, a la expectativa, el pensamiento que agregamos a nuestras relaciones es una especie de savia, el pensamiento que surge de ellas se escabulle como la arena de la última marejada, solo bastaría asegurar su permanencia y darle la forma del tiempo, aunque continúe su marcha irrepetible. Es el tiempo el que nos permite pensar, el que nos permite amar, y el que nos permite simplemente pasar. O bien nuestra propia vida, tal cual la pensamos, es el corazón del tiempo. Vacilante, prometedor o nostálgico.