miércoles, 8 de noviembre de 2017

Robar a Rodin



Robar a Rodin: El documental plantea la posibilidad del robo de una obra de arte como un proyecto artístico contestatario. Digamos que pone a la palestra el problema de la institucionalidad del arte, archiconocida desde las vanguardias dadaístas de Zurich en adelante. La problemática formulada es esta: en qué medida una obra pasando percibida y estando completamente a resguardo en un museo, de repente cobra nuevo valor público y mediático con su abrupta ausencia a manos de un sujeto desconocido. El tema de la acción de arte performática que ya venía desde Duchamp: la idea, el concepto por sobre el objeto mismo estético, su materia.

Algo a destacar en el documental era que la tesis del autor del robo, que se creía en un principio una coartada delirante, una simple volada ocurrida en el momento para salvaguardar su defensa, resultó ser realmente planeada con antelación, y el robo no habría sido una cuestión espontánea, sino que, por el contrario, la praxis del proyecto de Onfray. Su robo a Rodin habría sido la forma en que confrontaba la acción de arte con el límite de lo establecido legalmente. Su propia conjura y trinchera.

Para acometer su "obra", argumentaba su abogado, necesariamente tenía que romper con la ley. Para que el robo fuese arte debía inevitablemente volverse delito. Y el pago de ese delito sería el ostracismo, la invisibilidad del sujeto y de su acción, la desaparición de la obra de arte anteriormente ignorada, pero luego su renovación en una existencia vicaria, deudora del crimen. Su nueva restauración ante el ojo mediático sería nada menos que el resultado de aquella irrupción, la pincelada final, el lanzazo de la obra física que solo podía sobrevivir al olvido franqueando el ojo que la mantenía cautiva. “La pérdida trae de vuelta a la memoria lo que no está”, remataba Onfray.

Después de ser sobreseído, una aglomeración acudía rauda a visitar el museo para admirar aquella zona vacía, el lugar del delito pero también el lugar de la acción de arte. Ese extraño rito de volcar el sentido sobre lo que no existe, podría analogarse perfectamente -según el propio documental- con las pequeñas mezquitas islámicas que en efecto son solo lugares vacíos sin imágenes de adoración. Solo el creyente confrontado con la nada y el férreo imaginario de su devoción. El diletante del arte no sería otra cosa que un adorador de mezquitas. Todo el arte de museo plantea ese juego entre lo que se ve y lo que no, la ausencia como lo sagrado, el arte como la mirada sea esta hacia el vacío o hacia la simple recomposición de lo tangible.