lunes, 22 de marzo de 2021

Samuel Paty y el peligro del odio virtual

El crimen contra el profesor francés Samuel Paty, que acabó decapitado por un joven musulmán de origen checo, causó tal impacto que fue homenajeado en París como un “símbolo de libertad”. Todo habría ocurrido a causa de la mentira de una niña estudiante, quien le aseguró a su padre musulmán que el profesor mostró en clases algunas caricaturas de Mahoma con comentarios racistas. Luego, el padre habría levantado una campaña de difamación por redes sociales, llamando a ajusticiarlo. Un activista yihadista se enteraría de la noticia y encendería aún más la hoguera con gasolina de odio, para que el profesor fuera ultimado en plena vía pública, frente al colegio, a vista y paciencia de todos. Hace unos días, y a meses del crimen, la niña finalmente confesó ante los jueces que todo había sido una excusa para no decepcionar a sus padres al faltar a clases. El propio padre, el instigador, reconoció su culpabilidad, asumiendo que solo buscaba defender lo que le había dicho su hija. Bajo este nuevo escenario, el padre de la niña y el activista yihadista fueron acusados por propagación de odio criminal, complicidad indirecta en un asesinato y asociación de delincuentes, mientras que la niña fue acusada por el delito de propagación de odio. En resumidas cuentas: el profesor fue asesinado por una mentira culposa que desencadenó una campaña del terror con consecuencia mortal, y la niña estudiante mintió para hacer la cimarra y volvió a mentirle a su padre por miedo, a costa de la reputación y la vida del maestro.

Lo verdaderamente horroroso aquí, aparte del eco de violencia fundamentalista que tiene este hecho con el atentado al semanario Charlie Hebdo, es el pandemonio en que se pueden convertir las redes sociales cuando son operadas por la mera pulsión del resentimiento, venga de quien venga. De ese modo, la sonada libertad de expresión se malentiende al punto de llamar abiertamente a la cacería de brujas virtual, por medio de injurias y calumnias, muchas veces infundadas, en contra de una persona, auténticos ciber linchamientos sin posibilidad de réplica ni de defensa, chocando seriamente con el derecho al honor y a la privacidad individual de la que gozamos todos en un Estado civilizado. Nuevamente, nuestra realidad occidental covidiana se acerca peligrosamente a una realidad distópica en clave Black Mirror. Es cosa de revisitar aquel viejo episodio de la temporada tres, Odio Nacional, para darse cuenta del poder destructor que puede tener una acusación lanzada al voleo y viralizada en forma de hashtag (bajo el corolario de la free speech), la cual crece como una bola de nieve al punto de volverse imparable, precipitando la total falta de cohesión social y la primacía de las emociones al rojo vivo por sobre las posibles razones, sin otro propósito que la destrucción ciega de alguien. En el caso del profesor Samuel Paty, aquella destrucción galopó cual jinete del apocalipsis con la máscara de la intolerancia religiosa, virus que hasta el día de hoy se resiste a desaparecer, contaminando el seno de nuestra democracia.