lunes, 25 de octubre de 2021

Durante una clase sobre el género dramático, les hice saber a los cabros que el drama moderno combina elementos tanto de la tragedia como de la comedia, lo típico que ya saben todos, pero les expliqué que es así porque el drama moderno busca representar lo más fielmente posible la vida misma, cuyos aspectos trágicos muchas veces acaban siendo cómicos, y cuyos pasajes más cómicos, en un principio, pueden, luego, volverse una tragedia de proporciones. A modo de práctica, les mandé a escribir en clave relato una breve experiencia personal que ellos recuerden, una cómica y otra trágica, para captar el sentido existencial del asunto. De pronto, y tras un corto diálogo de parte de algunos alumnos a partir de algunas experiencias, un alumno alzó la voz y me preguntó, directamente: "¿Y usted, profesor, cuál ha sido su experiencia más trágica? Sería bueno que la contara, para tener un ejemplo". Mutis en el escenario del aula. Durante unos segundos, francamente, no supe qué decir. Otra alumna, al captar mi silencio, se animó y dijo: "A lo mejor es demasiado personal. No tiene por qué contarnos". Pensé por un instante en algo, pero preferí callar. Salí por la tangente contándoles una anécdota irrelevante. Hay cuestiones que, en virtud del momento, es preferible pasar por alto. En el teatro como en la vida, no todo permanece en escena.