miércoles, 29 de abril de 2020

En plena época de pandemias, un grupo de manifestantes fueron a protestar a Plaza Baquedano el día 27 ¿El motivo? La celebración del Día del Carabinero, que coincide además con la fecha inicial del plebiscito para una Nueva Constitución, el cual fue postergado para octubre. (Ese mismo día, una enorme cantidad de usuarios subió a sus redes sociales el hashtag Apruebo o Rechazo, en una suerte de hipotética votación virtual. Un ¿qué hubiera pasado? Una ucronía eleccionaria). Ante el conflicto generado por aquellas protestas, la renombrada Mesa social Covid 19 hizo un llamado a respetar las medidas en torno a las aglomeraciones y el distanciamiento, como dicen por ahí, para el “autocuidado de la ciudadanía”. El punto aquí es a quién se dirige ese llamado. Obviamente no a la ciudadanía, o al menos no a su facción trabajadora, que lógicamente no puede aglomerarse al estar vetados los espacios públicos de reunión y de esparcimiento y que estrictamente salen a abastecerse o a laborar. La mesa se dirige indirectamente a quienes realizan convocatorias políticas durante una fecha tan recargada de excusas para protestar. Ya que no se puede salir a la calle ante el inminente contagio, la mesa pide, o más bien, exige encarecidamente que “los revolucionarios hagan la revolución desde su casa”, que no se junten con otros compañeros de lucha porque producto de eso podrían aumentar la cantidad de contagiados, tal como ya ocurrió en aquellas malogradas ceremonias de feligreses convocadas por pastores evangélicos, clamando por la misericordia de Dios en medio del desastre. 

¿Qué más increíble que realizar una revolución privada a domicilio? Una que estaría dispuesta a cambiar el status quo, a reformular las bases constitucionales ¡desde la casa! Díganme si no es este país, aparte de enfermo, surrealista.