viernes, 8 de noviembre de 2024

Debo decir que solo he recibido dos cartas escritas a mano de parte de ex parejas. La primera carta fue por motivo de ruptura. La recibí hace ocho años. Una carta, en sumo, desagradable, seca, cortante. Venía dentro de un ejemplar de Pedro Páramo que le presté a esa ex y que ni siquiera se molestó en leer.

La segunda fue hace ya un año, escrita por mi última polola. Su motivo era la reconciliación. En esa carta, ella dejaba en claro que estaba segura de lo nuestro, y que quería que "remáramos para el mismo lado".

A casi dos meses de terminar, puede que esa no haya sido la metáfora apropiada para nosotros. Tal vez remábamos en un océano demasiado vasto, sin avizorar luz ni tierra firme. O tal vez lo hacíamos en un río contracorriente, caudaloso, sin poder evitar las piedras ni las redes de pesca.

La cosa es que se intentó, pero lo mejor era evitar un camino incierto. De todas formas, conservo aún la carta. Ella me la devolvió, luego de habérsela llevado. Decidió dejármela, ya que, después de todo, iba dedicada a mí, y le pertenecía a su destinatario, no a su autora. "Tú verás lo que haces con ella", me dijo.

Hay algo en su carta que permanece, un recuerdo sarcástico, una distancia insalvable que, sin embargo, se diluye al momento de leerla, un compromiso sentimental cristalizado en la escritura, únicamente posible tras el velo de sus líneas. Así es como, de un tiempo a esta parte, se han acabado mis amores: con un nombre doloroso y un punto final.

Interpretaciones profanas sobre lo esotérico

Escrito hace diez años


En una lectura del Bhagavad Gita percibo el verdadero sentido perdido, originario de "religión": "re-ligar" con el todo, lo que implica el control y eliminación del yo material, para sumirlo en la nada que sería la totalidad del universo, aquello innombrable que lo abarca todo. El relato cristiano de las almas que necesitan ser redimidas o castigadas no menciona esa nada.

En el texto védico, la nada es la develación del velo de Maya, una suerte de iluminación mediante la acción del deber. Busca una solución al yo, ese animal indomable capaz de condenarnos a la hoguera o de elevarnos al estrellato (y eso es lo que repite la parafernalia social).

En palabras profanas, el Bhagavad Gita dice: "Si haces lo debido te espera la "re-ligión". En la medida que se obra, se pierde el yo, domina la nada, se consagra al todo. Para nosotros, los modernos, el cielo y el infierno serían solo dimensiones del deseo.

El yo continúa presente en esa apuesta milenaria. Algo elemental, pero, a la vez, inabarcable: "Tuyo y mío, grande y pequeño/borra esas ideas de tu mente./Entonces todo te pertenecerá y/serás dueño de todo./Este cuerpo no te pertenece,/tampoco eres de ese cuerpo./El cuerpo está hecho de fuego, agua, aire, tierra y/éter, y retornará en estos elementos./Pero el alma es permanente – así que/¿Quien eres tú?"