martes, 26 de mayo de 2015

Lizano, el anarquista poético



Me informan algunos amigos españoles que ha muerto el poeta Jesús Lizano. Realmente bueno. Era una especie de Walt Whitman de nuestros tiempos en clave latina. El mejor homenaje que podemos hacer es leerlo. Así rezaba Lizano en sus días mortales: "La salvación de la mente es el fin del mundo real político. El camino de la comprensión es el comienzo del mundo real poético".


El prisionero del tiempo


Comenzó porque me limitaban los años,
doce años, quince años, veinte años...
Eran limites, eran fronteras soportables:
el año que viene, cuando cumpla treinta años,
el año pasado, el nuevo año...
Eran limites amplios,
era posible la lejanía, el horizonte,
¡Por muchos años!
Los espacios dominaban el tiempo
recibías la aurora, despedías la tarde ampliamente
y amabas dulcemente los sueños.
Los años eran los carceleros
pero rondaban muy distanciados.
¡Había quien vivía cien años!

Más tarde comenzaron los meses a limitarme,
aparecían súbitamente, todo era muy distinto,
el tiempo dominaba a los espacios,
era un limite mas agobiante
estaban mas próximos los carceleros
¡eran carceleros!:
el mes que viene, dentro de unos meses,
me oprimían mis propios limites,
¡originaba limites!
¿que había sido de aquellas apacibles distancias?
hay tiempo por delante decía,
cuando me limitaban los años.
Ahora miraba con recelo todas la cosas
nueve meses, tres meses, un mes de plazo,
meses, meses volando sobre los sueños


¿Y las semanas?
dejaron los meses de ceñirme,
y un nuevo limite me controlaba, una nueva medida
extendida por todo el mundo
cubriendo de espejismos todas sus galerías.
Contaba la vida por semanas,
semana tras semana.
Los carceleros eran los oficiales de semana,
me distraían, me envolvían en verdades falsas,
la próxima semana, dura muy poco una semana,
la semana santa,
mi mundo era la semana, la realidad era la semana,
la semana, solo existía la semana.
Que era un mes sino cuatro semanas,
que era un año sino cincuenta y dos semanas...
Y contaba las semanas
y veía a la humanidad ansiosa,
forzada a las semana, viviendo para el fin de semana,
vivos y libres, solo el fin de semana.

Después fueron los días,
empece a contar los días, me sobresaltaron los días,
era cuestión de días
pesaban enormemente los días
y deseaba a la vez que pasaran los días
y que no pasaran...
Me aferraba a los días
¡buenos días!
el día estaba allí,
era un carcelero inamovible, omnipresente
todo lo median los días
¡no era libre! ¡no podía ser libre!
el día de mi boda, el día de mi licenciatura en filosofía,
apenas encontraba un hueco para mi aventura,
apenas quedaba espacio y yo necesito espacio, mucho espacio,
no podía salirme de los días
un día y otro día
el día de las fuerzas armadas, mañana sera otro día
¡otro día!
Crecía la muralla de los días,
el circo de los días, un día se comía a otro día,
los límites eran insostenibles,
días de ayuno, días de alegría
pero todo medido, era preciso obedecer al día,
despertarse al despertarse el día,
dormirse al dormirse el día,
¡la orden del día!,
un día es un día, en los próximos días...

Ahora, mientras escribo este poema,
ya no cuento los días sino las horas,
faltan tres horas, dura cuatro horas,
qué horas es, a qué hora...
Los carceleros se han convertido en mi sombra,
apenas hablo, las horas se confunden y me confunden,
límites, límites, la tarde, la mañana, el mediodía,
una hora cae sobre otra hora, aplasta a la otra,
una hora es como otra hora,
hora adelantada, horas extraordinarias,
¡hace horas extraordinarias!,
la danza de las horas, horas perdidas, el récord de la hora,
no somos seres, somos horas, cuerda de horas,
una cada dos horas, cada seis horas,
y suenan las horas y ya sólo puedes oír las horas,
y todo ha de moverse en un horario,
todo ha de estar a su hora,
todo tiene su hora,
cuántas de mis horas son mis horas,
media hora, un cuarto de hora, ¡la hora!
Me destruye pensar que he nacido para las horas,

abro las manos y las tengo llenas de horas.
¡Ah, carceleros, horas terribles que nubláis mis ojos!:
dentro, os llevo dentro, estoy lleno de carceleros, de sombras.

No quiero ni pensar cómo será mi vida
cuando dependa de los minutos, cuando
sean ellos mis carceleros y no existan
los espacios, los sueños, las dudas,
cuando mi cuerpo sea un garaje de minutos,
minutos, minutos, no tengo ni un minuto, sólo cinco minutos,
todo sucederá en minutos, qué hará de mí la furia de los minutos,
cuando no pueda perder ni un minuto,
qué humillación me aguarda cuando en mi vida
sólo se muevan las agujas de los minutos,
qué espacio puede haber entre minuto y minuto.
¡Qué oscura noche había en vosotros, meses, años,
y qué traición vuestros espacios!
¡Erais minutos, minutos, sólo minutos!
¡Que se hunda el mundo será cuestión de minutos!

Finalmente, finalmente, ah, finalmente,
cuando apenas aliente un soplo en mi sentidos
y sólo existan los segundos, sean los segundos
los que ciñan mi cuerpo, mi vida
todo mi ser un carcelero monstruoso, un áspid, una víbora
destruyendo los últimos reflejos,
todo el mundo un carcelero horrible,
y cuando todo sean fantasmas y las ideas se conviertan en nubes
y los sentidos en cavernas
y en los últimos segundos
pasen los años, los meses, los días y las horas
convertidas en aire
y se cierren mis ojos y los rostros sin vida
rían como nunca por todos los abismos del mundo,
cómo desearé seguir prisionero del tiempo,
cómo amaré al tiempo -¡yo era tiempo, dolorsísimo tiempo!-,
cómo amaré los límites -sólo ellos no estaban muertos-
los años y los meses,
los días y las horas y los minutos,
todos los límites del mundo.

¡Cómo me arrancará la eternidad del tiempo!