miércoles, 20 de junio de 2018

El carnet de identidad venció el mismo día en que cumplí la treintena. En estos momentos, voy rumbo al registro a renovarlo. Hubo doce días en los que permanecí en total y completa invalidación burocrática. Durante este trayecto recorro el limbo que media entre mi antiguo estado inválido y mi nuevo código de identificación. En lo que dura ese parsimonioso camino pruebo algo de aire libre. Muy a mi pesar, con cada paso regreso a ser un nombre y un número más en el universo civil.
Paula Díaz, una joven de 19 años aquejada por una enfermedad degenerativa que la tiene imposibilitada de realizar una vida normal, pide que le den la eutanasia, pero el gobierno se niega rotundamente: “Exijo mi derecho a descansar”, replica en un audio enviado por la familia. El presidente y la vocera de gobierno lo único que sostienen es que son "partidarios de la vida", por lo que no cederán a las súplicas de Paula, pese a que la decisión soberana pase por ella misma y con la venia de todo su círculo. Se plantea entre cada una de las partes una contraposición axiológica. El laberinto moral del oficialismo siempre ha sido su conservadurismo respecto a la consideración de la vida como algo "sagrado" per se (consideración ultra católica), aun cuando esta vida se encuentre debilitada o exenta de calidad o dignidad. Para el oficialismo, el mercado es el único ente libre. Según su perspectiva, el sujeto, el individuo no puede decidir ni siquiera sobre su propia vida, y está obligado a moverse bajo los parámetros de la funcionalidad y de la existencia vicaria a expensas de un sistema enajenante. Cuánta dignidad tenían en cambio los orientales con su buen sentido de la renuncia, del buen vivir ligado en extremo al buen morir. Si las condiciones o circunstancias vitales precipitaban al guerrero en la Antigua China a la deshonra o a la pérdida de la valía personal, entonces era automáticamente legítimo quitarse la vida como una forma de recobrar ese honor perdido. "Eutanasia" significa aquí buen morir, como forma no tanto de escapar de una mala vida, como de compensar o reestablecer la integridad del sujeto atravesado por la implacable red de las consecuencias. Paula es a su manera consciente del dolor propio y el ajeno y, a la manera del bushido, opta por la renuncia voluntaria. La razón axiomática nada tiene que hacer aquí, en el ejercicio de esta lucidez sufriente. Si no puede ser libre y plena en vida, ella implora al menos ser libre y plena en el instante de la muerte. En eso consiste todo el arte de morir: en una elección hecha quizá no con los suficientes recursos, pero sí con el suficiente pulso.