miércoles, 11 de enero de 2017

Anime Ubi Sunt

Durante la noche viendo algunos openings de anime clásico, me vino la pregunta de rigor ¿Qué sucedió con el anime que transmitían por la tv chilena? El impulso que tomó la cultura anime japonesa en Chile durante fines de los 90, con el estreno de animes como Sailor Moon, Dragon Ball, Los caballeros del zodiaco, fue tomando cuerpo hasta convertirse en una era dorada, por allí por los años 2000 con series como Samurai X, Evangelion. Sin embargo, recuerdo con un pesar particular el tiempo en que el anime fue desapareciendo progresivamente, hasta ya no quedar rastro alguno de su programación.

Hay varias teorías para explicar este lamentable fenómeno. Una tiene que ver simplemente con lo económico. Se hacía demasiado costoso invertir en derechos de emisión, en licencias, en doblaje latino, en pos de un producto de entretenimiento que se restringía solo a determinado público. Las productoras televisivas chilenas cortaron por lo sano, y decidieron optar por programas más razonables al bolsillo y, claro está, más fáciles de consumir. Esta causa iba además relacionada con el creciente auge de Internet. Ya no se hacía necesario transmitir las primicias del anime, existiendo otros medios mucho más rentables y accesibles. Uno de los factores del triunfo del anime en los 90 tiene que ver precisamente con esto: La inexistencia masiva de Internet, y la aparición de programas de animación con una propuesta novedosa y distinta a todo lo conocido por Occidente, en ese entonces.

Otra teoría, más conspiranoica si se quiere, aunque no menos plausible, tiene que ver con la censura del contenido de los animes, que se volvían cada vez más violentos, explícitos, inadecuados para un público infanto juvenil, sintonizando sus series favoritas en pleno horario estelar. De hecho hubo varias multas de parte del CNTV a canales como Chilevision por transmitir animes del estilo de Ranma ½, con contenido demasiado bizarro para la época. Una divertida mezcla de shonen (por sus peleas y escenas de acción), shoujo (con una historia de culebrón) e incluso algo de ecchi, por sus dosis de perversión sexual, aunque no explícita. Siempre en tono de comedia. De juego. Todo eso hablaba de una censura por parte de agentes neo conservadores, reaccionarios, moralistas. Sin otra explicación que una lectura estereotípica, y, en el fondo ignorante, sobre el fenómeno transgresor del anime. Son todos esos factores, uno por uno, o en su dramático conjunto, los que precipitaron al abismo la transmisión de anime por tv abierta, dejando atrás toda una era de nostalgia por un boom de animación único en su género.

La sombra de la animación japonesa, a pesar de todo, se niega a desaparecer. Lo que ha caído es más bien la época de su revolución y de su imperio por vía televisiva. Hayao Miyazaki, sin embargo, en un testimonio reciente, recalca que el problema con la industria contemporánea del anime es que se ha vuelto demasiado autista, hermética, volcada sobre sí misma, y que “casi toda la animación japonesa se realiza sin apenas observar a las personas reales". Según Miyazaki se hace necesario volver a la realidad, materia prima de la animación, para renovar nuevamente el imaginario, y apuntar hacia un espectador cada vez más exigente, más audaz, expectante de tramas inteligentes y de personajes entrañables. En definitiva, hambriento de autenticidad animada. El anime, así descrito por Miyazaki, tendría que rescatar de la vida real aquellos elementos que vuelvan la animación una novela inteligible, capaz de emocionar, conmover hasta el tuétano, incluso de perturbar los sentidos, remecer también la razón. Invocar el absurdo, descolocar el corazón. También transfigurar las leyes. En suma, corromper la conformidad. Lo realmente subversivo en el anime es su capacidad camaleónica de irrumpir en toda clase de géneros, y darles una óptica y una orgánica propiamente oriental. Así, se cuenta con animes que resaltan la imaginería fantástica, también con una amplia gama de animaciones de ciencia ficción, el culto clásico y autóctono de las artes marciales, inclusive la amalgama de leyendas y mitos entrecruzada con escenarios, atmósferas universales. No hay una forma de encasillar los animes porque estos van mutando conforme a las necesidades creativas de la ficción posmoderna. 

El planteamiento de Miyazaki y su particular lectura de la animación japonesa pasa por legitimar el sentido artístico del anime, y no simplemente su cualidad de cultura trash, tan cercana a cierta mentalidad estadounidense, en donde la animación más televisiva tiende a ser encuadrada de acuerdo a categorías etarias que limitan la apertura del mundo adulto al anime. Resulta preciso eliminar el prejuicio respecto al anime como “producto comercial de animación infanto-juvenil”. El mismo Miyazaki hablaba de sus películas de animación como “universales”, en las que subyacen temáticas como el amor, la lealtad, el espíritu de lucha, tópicos dignos de cualquier otra clase de obra cinematográfica. Asimismo, el anime contemporáneo, de los años 2000 en adelante, ha creado obras que merecen una segunda o tercera lectura, un visionado más profundo, por su complejidad narrativa y su seriedad al abordar temas como la muerte, la venganza, el existencialismo. Series como Death note, a mi juicio, una de las mejores dentro del sub género shonen, una original y audaz mezcla de novela policial y cine fantástico (en la que la protagonista parece ser a fin de cuentas una libreta de muerte, y el misterio que su poder encierra), y Monster, otro anime con una atmósfera y un nudo cercano a la novela negra más cruda, con un psicópata asesino siendo despertado de niño por un neurocirujano, y en conflicto existencial con la humanidad. 

Como sea, la sombra del anime continúa conspirando en la mente de la generación de los ochenta. Sobrevive a la era de la superficialidad de la televisión. Bifurca sus membranas a través de la propia red, la virtualidad de los videojuegos, el séptimo arte y el mundo del comic. Hace suyo el núcleo de la cultura para difuminar su influencia, su arte a ratos retorcido, maravilloso, bizarro. Su universo barroco.