martes, 3 de junio de 2025

La profesora de Escritura Creativa mostró en clases un ejercicio narrativo de mi autoría sobre el punki profanador de tumbas, para ejemplificar el manejo de la tensión, y un breve relato mío sobre un escritor encerrado en su pieza, llamado “el último capítulo”, para ejemplificar la elaboración de la atmósfera. En las dos ocasiones, ella me preguntó si podía presentar los textos, sin mencionar a su autor, quien suscribe. Para mí fue un orgullo. Eso sí, durante la lectura, me puse nervioso. Era evidente, pero nadie en el curso lo notó. Parecían tan absortos que solo siguieron escuchando atentamente. Yo y la profesora fuimos los únicos que comprendimos lo que estaba pasando. Así, mientras ella leía, una tensión velada iba en aumento, una tensión interior que parecía escribir un relato de la propia experiencia, un relato sobre la realidad de la lectura de un cuento basado, a su vez, en hechos reales. Ninguna insinuación tenía lugar ahí, solo el acto de leer invocando su comunicación implícita, y los textos siendo aludidos más allá de su referencia inmediata.